viernes, 5 de julio de 2013

5 julio.- ACOGIDOS A LA MISERICORDIA

PRIMER VIERNES.   5 Julio
El evangelio que nos ofrece hoy la liturgia eucarística es tierno y provoca admiración. Lo que nos dice el autor, San Mateo, es un recuerdo personal muy profundo. Lo cuenta como de tercera persona pero en realidad es la propia llamada que recibió del Maestro,
No nos dice Mateo que se conocieran de antes. Podría haber ese conocimiento de paso que tiene una persona que pasa por delante de un quiosco y ve allí cada día a la misma persona que vende. Mateo  se limita a una constatación: vio allí un hombre, llamado Mateo, sentado al mostrador, y le dijo: Sígueme.  ¿Se habían tratado antes? ¿Tenía Mateo unas cualidades que atrajeron la atención de Jesús? ¿Había habido algún previo encuentro? No nos dice nada el evangelista.
Nos queda la posibilidad de recomponer el hecho.  Jesús pasa por allí. Y Jesús, aquel día, se detiene ante el hombre que sirve en el mostrador. Mateo pudo levantar la vista, sentirse observado…, y luego volver a meterse en lo que era su labor –ciertamente odiosa- de cobrar impuestos, y cobrarlos para los romanos invasores.  De ahí que la visión de cualquiera sobre aquellos “cobradores”, era de repulsa, rechazo… Les aplicaban el nombre de publicanos, que equivalía a pecadores públicos, rechazables…  Aquel hombre que se había detenido ante el pequeño despacho, y que miraba a Mateo…, ¿qué estaría pensando y cómo estaría juzgándolo?…, pudo pensar Mateo.
Y Jesús, sin que mediara palabra, con esa fuerza de su mirada –que ganaba el alma- se dirige al que era –seguramente- un desconocido, y le dice, sin más: Sígueme.
¿Qué título podía esgrimir aquel hombre Jesús para pedirle al publicano algo tan radical como un: Vente conmigo? ¿Qué ofrecía el que estaba pidiendo todo?  Mateo no explica nada. Lo que pasó por su interior en ese instante, él no lo pudo explicar.  Qué fuerza interna había actuado dentro de sí, no sabía explicarlo.  ¿Fue aquella mirada fija en Mateo lo que ablandó todas las sospechas o recelos?  ¿O ni llegó a tenerlas, porque AQUELLA MIRADA no dejaba lugar a ello?
Nada explica Mateo, sino que reduce a dos palabras su reacción: levantándose, le siguió.  [Yo me voy con mi pensamiento a las dos veces en que Jesús se plantó ante “mi mostrador”, mirándome, y nadie me pregunte por qué dije que sí las dos veces, casi como el que sueña… Y fueron dos momentos de gozo inenarrable. Y simplemente me levanté y le seguí. Cuando un día me dejaron una mañana entera para que yo diera razones de ese …, no supe dar ni una sola razón.  Seguir a Jesús, que pasa y mira y llama, no puede tener muchas razones. Estamos ante un vuelco del corazón, que se vive con una indescriptible alegría].
Mateo nos dice a renglón seguido y como lo más natural, que Mateo dio un banquete de despedida…, y que allí estuvo Jesús, celebrando con él. Pero es que los amigos y compañeros de Mateo eran los publicanos… Y comer en fiesta conjunta con esa gente equivalía a estar en su onda, “hacer miga” con ellos.  Para Jesús era celebrar aquella alegría de Mateo, y celebrarla como únicamente podía celebrarla Mateo. Por lo demás, Jesús estaba “por encima” de los prejuicios sociales…, o quién sabe si habría que decir, que estaba allí uniéndose precisamente a aquellos despreciados sociales.
Los fariseos no se lo pasaron, y –cobardemente- vinieron a comentarlo con los discípulos de Jesús, como quien quiere minarles el terreno.  Jesús escuchó y les explicó:  yo estoy aquí como médico junto al enfermo.  Quien no está enfermo, no llama al médico. Yo estoy aquí porque éste es mi sitio ahora mismo.  Si alguno de estos “enfermos” cura, precisamente porque yo estuve aquí sin hacer ascos a sus llagas, ¡esa es la obra para la que he venido!
Y la conclusión, para grabarla en letras de oro: Misericordia quiero en vez de sacrificios.  Para los fariseos, aquello de los sacrificios rituales, de las apariencias externas, de “lo social”…, era como un alimento y una expresión de su religiosidad.  Lo contrario de Jesús: menos cumplimientos y menos exactitudes y juicios…, y más misericordia.
Y aquellos hombres –y Mateo entre ellos- sintieron esa novedad de poder ser felices sin que nadie les tildara, les recortara sus expresiones de alegría, su poder celebrar sin esconderse.  ¿Y Jesús? Es evidente que también disfrutó. Estaba donde tenía que estar, y gozaba el gozo de los demás, y sacudía ese moscardón de los fariseos escandalizados… Jesús estaba ejerciendo la misericordia, la cercanía, el gozo del médico que está cerca del enfermo y –allá en el fondo del corazón del enfermo- lo está curando con la sola presencia…  Que no hay que estarle hablando al enfermo para que se sienta acompañado. Gozar con su gozo, celebrar su alegría, aun desde el mismo silencio, ya es una medicina muy eficaz.  Ojalá sepamos acudir a “esa farmacia” donde venden el silencio…, y –en ese silencio- la profundidad de la unión con Dios, al que trasmite –aun sin palabras…, o precisamente porque no las dice-.

Permanecen las buenas noticias sobre la mejoría de Ana Mary Bartolomé. La misma alegría del médico es la buena señal de un ciclo superado. Quedan pasos por dar, y ahí estamos los que sentimos dentro nuestra vocación de APÓSTOLES DE LA ORACIÓN

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