19 julio. El espíritu crítico
El evangelio de hoy –Mt 12, 1-8-
parece venir sin ninguna conexión con lo que hemos ido teniendo en la secuencia
de varios días anteriores. Hoy tenemos una escena que, en principio, evoca
realidades que hemos vivido y disfrutado “aquellos niños de ayer”, un tanto más
“agrarios” que los niños de hoy que ya son concebidos con las tecnologías incorporadas.
Yo
he vivido ese singular gozo de pasar por sembrados de trigo y he seguido ese instinto
natural de arrancar unas espigas, triturarlas entre las palmas y sacar el grano
dorado que se llevaba uno a la boca con fruición. Y no había que tener hambre.
Sencillamente eran impulsos que venían de dentro y que se llevaban a cabo sin
ninguna otra razón que el placer de ese hecho.
Este evangelista pone la connotación del “hambre” de aquellos apóstoles (que no voy a
negar); otro evangelista no hace esa referencia al hambre. No parece haber una conexión expresa con los textos anteriores de días pasados, aunque yo no negaría que algún sutil hilo conductor se mantiene en esa trayectoria del conocimiento interno del Señor. Pienso que esto del hambre no tiene relación directa con esa acción
tan espontánea de coger unas espigas. Jesús no se detiene ni a mirar ni a decir…,
ni a corregir (dado que aquel día era sábado). La verdad que para Jesús
aquellas minucias no tenían nada que ver con el hecho del descanso sabático.
¿De
dónde salen aquellos fariseos en medio del descampado? Yo suelo decir que en su afán crítico, casi
fantasmal, surgen de debajo de las piedras.
Cuando se vive ese vicio de estar pendiente de cada detalle de los otros,
y pretende hacer uno el altavoz crítico de todo lo que surge alrededor, de
verdad que se deja la impresión de que surge
el instinto crítico de debajo de las piedras. Llega a parecer que hay
quienes tienen un radar para captar a lo lejos dónde se produce algo que se
pueda criticar. Como se dice de ese
individuo que se acercaba a dos que iban hablando y les decía: ¿De qué hablan Vds., ¡que yo me oponga!? Tengo que reconocer que me tira para atrás.
No
sé si es que en el fondo se me representan aquellos fariseos que no dejaban
respirar a Jesús o a los apóstoles, y que aparecían en donde menos se les podía
esperar. Pero allí estaban ellos para poner “su firma”…, y bien que molestaba a
Jesús. Jesús es delicado pero no soporta
estas cosas, Y su respuesta vino a tocarles en el nervio ciático, como aquel “personaje
misterioso” que peleó con Jacob.
Los
fariseos vienen a criticar a los apóstoles por triturar en las manos –en sábado-
aquellas 4 espigas… Y Jesús les planta delante una respuesta de enorme envergadura,
que les toca el trigémino. Se va Jesús a
la historia de David, el adorado rey de Judea. Y Jesús les recuerda que ese rey
ejemplar tuvo una ocasión en que, exhaustos por una batalla él y sus hombres,
entraron en la Casa de Dios y comieron el pan que había estado presentado a
Dios en el altar. Y Jesús les advierte que –según la ley-ese pan
sólo podían comerlo los sacerdotes… O
sea: que también el venerado santo rey David se saltó la ley por una
circunstancia determinada…
Los
fariseos se quedaban sin palabras. Y hasta sin argumentos. Jesús les había
minado “sus fundamentos”… Si no estuvieran
al acecho de cada detalle, y si no tuvieran esa actitud que critica todo, no se
hubieran encontrado en esa situación. ¡Y ya podían tener aprendida la lección!:
Jesús no transige con eso y cada vez que ellos pretenden hacer una crítica,
Jesús los deja sentados…
Ahora
Jesús va todavía más adelante…, como para que los fariseos aquellos se hubieran
subido por las paredes y hubieran rasgado sus vestidos: Jesús les añade que aquí
hay uno más que el templo… Que aquí hay uno que es dueño y señor del sábado… [Todo esto tenía que haber levantado ampollas
y muy fuertes…, pero Jesús los ha dejado sin resuello]. ¿Y por qué lo hace así Jesús. Pues precisamente
porque QUIERO MISERICORDIA Y NO
SACRIFICIOS… Porque quiero humanidad más que “perfecciones”. Porque quiero
espíritus abiertos y no los espíritus críticos. Porque quiero que aprendáis a
vivir y dejar vivir. Porque el único que
es metro patrón es quien es más que
el templo y más que la ley. Porque
quiero misericordia…, y dejar el agua correr. Y precisamente tiene Él que usar la “táctica
contraria” (diríamos así) para ver si aquellos fariseos reaccionan. Es la pena:
que los fariseos no reaccionaron. Que se
quedaron sin palabras pero que, como el perro que vuelve a su vómito, otras mil
y una veces se metieron en el mismo modo…
En efecto: no era para ellos aquello de la misericordia hacia lo que les rodea. Volverán siempre a su crítica, a su vicio de
mirar hacia afuera para descubrir “los fallos ajenos”.., para pretender quitar
la paja del ojo ajeno, sin jamás tocar la viga que llevan en el suyo.
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