domingo, 28 de julio de 2013

17º domingo, ciclo C, T.O.

UN TRATADO DE ORACIÓN CRISTIANA        
  Cuál sea la lección concreta de este domingo es bastante clara. Desde el mismo comienzo estamos encontrándonos con Abrahán en actitud de súplica y oración. Dios ha visto que Sodoma y Gomorra son dos ciudades que viven en la inmoralidad más burda, y Dios está dispuesto a purificar tanta suciedad humana en corazones que han perdido el norte.
             Abrahán se pone ante Dios, con respeto, con reverencia, con humildad, y pone a Dios ante una justicia mejor que la de acabar con esas actitudes de pecado manifiesto. Porque ¿destruirías las ciudades si hubiera 50 personas rectas en ellas, que acabarían cayendo aunque son inocentes? Y Dios mira a su propio Corazón y sabe que no lo permitiría su justicia bondadosa. Y Dios afirma que en atención a esas 50, no llevaría a cabo su amenaza.  ¡Un triunfo de la oración de súplica!  Y Abrahán, manteniendo esa actitud humilde e intercesora, le presenta a Dios una nueva petición: Puede ser que no haya 50, pero que haya 45…  Y Dios accede: Por esos 25 no destruiré la ciudad.  Abrahán ve que su súplica es acogida por Dios y rebaja otros 5… Y más curioso aún: cuando ve que Dios tiene un Corazón blando, rebaja ahora 10…, y otros 10…, y otros 10.  Ya ha sabido Abrahán que Dios es rico en misericordia y que puede pedirle…
             En el Evangelio Jesús empieza por dar una clave de oración muy novedosa: será característico de sus discípulos dirigirse a Dios como PADRE. Eso no cabía en la cabeza de un judío. Jesús dice: esa es la distinción de quien ora como discípulo mío.  Y como discípulo, lo primero que hace es no pedir para sí, sino buscar, querer y gozar con que Dios es Dios. Por eso pide que se alabe y se de por hecho que Dios es santo, y que se establezca su Reinado (a la manera de Dios). Supuesto eso, que Dios nos dé el pan diario (que –además del que nos ha de alimentar y vestir- encierra los bienes espirituales del perdón por su parte, de la fidelidad por la nuestra, y de la honradez necesaria de cada uno para no meterse en la tentación.
             Luego entra en una insistencia absoluta en que pedir a Dios no es una moneda que se echa y devuelve un chicle. Orar debe suponer una vida, y en cada situación una constancia. San Agustín se pregunta: ¿es que Dios necesita que le repitamos para que se entere?  Y se responde: No. Lo que Dios quiere es que repitamos nuestras indigencias y necesidades para que nosotros nos hagamos bien conscientes de lo que somos por nosotros mismos, y cómo necesitamos de Él.  Por eso, hay que hacerse a la idea de que Dios no es una ventanilla oficial a la que vamos a pedir una cosa y nos la extienden sobre la marcha.  Dios tiene una pedagogía mucho más humana, y nos quiere bien conocedores de que dependemos de Él, de quien es Padre y quiere atendernos.  Ahora bien: porque es padre, no puede darnos cualquier cosa que pedimos porque –aunque creyéramos nosotros que es lo que necesitamos- en realidad no es un bien para nosotros.  Y tras dejarnos pedir y repetir, o bien nos lleva a cambiar el objeto de nuestra petición, o nos da su Espíritu Santo que entra mucho más adentro de lo que habíamos pedido.
             No está contemplado en este evangelio de hoy –de forma explícita-  otro aspecto básico de la oración. Está implícito en ese darnos su Espíritu Santo.  Y es que hay una oración que no va tanto a pedir y “hacerle saber” a Dios nuestros deseos, sino la que va a Dios para preguntarle a Él cuáles son sus proyectos sobre nosotros.  Jesús lo expresó el día aquel: Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Por tanto hay una oración que hace más dichosos y tiene un recorrido mucho más largo: la oración que busca e investiga en la Palabra de Dios, qué es lo que Dios quiere.  Y como nos sería tan imposible entrar en el secreto de Dios, Jesús viene a hacer presente la voluntad de Dios, bien en lo que vive, bien en lo que explica.  Al final desembocamos en lo que es siempre básico: la oración que el fiel cristiano hace con el evangelio en la mano, buscando cada día esos aspectos que le van enfrentando a la misma vida de Jesús, para ver si esta vida mía es realmente cristiana (al modo de Cristo, al estilo e imitación de Cristo), o yo me las compongo  un tanto a mi devoción y manera, pero en lo que claramente no avanzo, no cambio, no me acerco a esa vida de Jesús, a la que estoy llamado a llegar.
             Como he planteado muchas veces, si la oración diaria no desemboca en unas interrogantes que afectan directamente a mi vida concreta, para que se vaya haciendo más cercana al estilo y modo de Jesús, estaremos haciendo una oración “piadosa”, pero no habremos entrado en esa escucha de la Palabra para ponerla en práctica.

             Y cuando la Palabra –en un domingo- tiene el salto obligado al Altar donde Cristo se ofrece en Sacrificio de Amor…, y en Sacramento de salvación, es notoriamente más toque de atención a los fieles partícipes de la Eucaristía…, que COMULGAN A CRISTO  (que se hacen una masa con Él), y que –por tanto- salen exigidos en el fondo de sus corazones para abrir el alma a una oración que sea mucho más influyente que la piedad por sí sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!