martes, 20 de noviembre de 2012

ESTOY A LA PUERTA


CORRIJO A LOS QUE AMO
          Me atrevería a proponer comenzar por el final: a los que yo amo, los reprendo y los corrijo. SÉ FERVIENTE Y ARREPIÉNTETE. Ahí está el sentido auténtico.  Hay ciertamente reprensión a ¡las dos iglesias”, y muy dura la reprensión a la de Laodicea. Pero basta leer los renglones siguientes a cada una de esas reprensiones para descubrir que siempre va detrás una luz, una solución, una salida.  Nunca se da nada por perdido. Ahora bien: lo que se pone como remedio para los males que se denuncian, hay que llevarlo a la práctica.
Ya dijimos ayer que estos “ángeles” a los que van dirigidas estas advertencias de Juan, son los Obispos de esas “”diócesis”.  Hay, pues, una responsabilidad mucho mayor, por cuanto que la comunidad que va detrás corre peligro de ser desviada de su objetivo. Por eso no se suaviza el tema. Se lo presenta  Juan muy de frente a los dos.
El de Sardes es advertido de que parece vivo pero está muerto. Por tanto: ponte en vela y REANIMA lo que te queda vivo.  Sobre unas ruinas del día anterior se puede construir siempre de nuevo. Y lo que importa es construir. ¿Cómo?  Acuérdate de cómo recibiste y oíste mis palabras. [La pone Juan en singular como que Dios estaba hablando por su boca. Porque la palabra que Juan le trasmitió desde el principio era Palabra de Vida]. La solución es, pues, arrepiéntete y guarda esa palabra.  Volvemos a lo esencial siempre. Nadie está perdido si no se pone expresamente a perderse. Mientras se reconozca humildemente el fallo que se le advierte y se busque la solución sin rodeos, habrá re-animación volver a tener alma.
El caso de Laodicea es más difícil, porque Juan conoce que aquel “ángel” ni se ha enfriado del todo, ni guarda el calor primero.  Es la situación más penosa y más difícil de penitencia (cambio del corazón y de las actitudes).  En medio de esa mediocridad o tibieza que provoca la nausea, Juan todavía espera que pueda ese obispo ser capaz de comprar oro refinado y un vestido blanco para que lo revista y no acabe siendo vergonzosa su desnudez…  Solución hay, porque todo el que pone manos a la obra con sinceridad sobre sí mismo y honradez cristiana, tiene solución. Pero tiene que empezar por ese colirio que le abra los ojos, ¡y que vea!  Porque el mayor mal que puede haber en el corazón humano es NO VER, preferir no ver… Así no hay que complicarse mucho…  Pero así queda la vida como vomitivo.
La frase final es hermosa y consoladora: ESTOY A LA PUERTA LLAMANDO. Jesús no se cansa nunca de esperar y llamar…  Juan no va a romper la baraja porque aquel obispo vaya así.  Dios tampoco.  Pero la baraja se puede romper.  De ahí la promesa a los vencedores.
Lo que encaja gozosamente con el Evangelio  de hoy.  A Zaqueo no se le podía decir precisamente ver como ángel. Se le agolpaban una serie de fallos que lo situaban en las antípodas de Jesús. Lo que pasa es que se encontró con la mirada de Jesús y allí se produjo ese abrirle la puerta de su casa a quien esperaba a la entrada.  Zaqueo supo recoger el guante que le echó Jesús… Era “un desafío” de Jesús… Era estarle diciendo lo que Juan les decía a aquellos obispos…  Y como Jesús estaba a la puerta y llamaba, bastaba decidirse a ponerse “el colirio” en los ojos…, a “comprar el oro refinado” y “el vestido blanco”… ¡¡¡Bastaba ARREPENTIRSE…!!!, PERO CON ESE ARREPENTIMIENTO QUE LLEGA A LOS TALONES… y A Zaqueo le llegó y fue haciendo todo por etapas.  Primero, dejarlo entrar y con alegría…, segundo, prometer DE PIÉ (acto de seria decisión) dar la mitad…;  y luego –con la plenitud de la persona cogida ya por la propia acogida de Jesús, dar 4 veces…  Zaqueo realmente había tomado en serio aquella corrección sin palabras que Jesús le había hecho…, y dio los pasos de una auténtica CONVERSIÓN.
No sñe si preguntarme aquello que preguntaba Jesús el domingo Cuando llegue el Hijo del hombre, ¿hallará esa fe en la tierra?   Porque es aquí en esas posturas en donde uno se encuentra realmente con Jesucristo. Y podemos decir: y cada uno consigo mismo.  Porque como nunca nos encontramos con nosotros, con nuestra realidad, es cuando nos revestimos de esas falsas capas de cebolla que envuelven un ¿núcleo?  [Es que bajo las capas de cebolla ¿hay núcleo?]
Esta es la gran cuestión.  Y por eso son muy de considerar las palabras de Juan cuando habla del ni frio ni caliente;  ¡tibio que produce arcadas!   Y como la solución no es dejarlo enfriar, ¡hay que buscar CALENTAR ese interior profundo nuestro, donde aparezca la parte noble de nuestra conciencia auténtica, la que está dispuesta a todo por tal de reflejar a Dios.
Lo que pasa es que ahí hay que echar mucho colirio para eliminar la mala visión que ponen delante nuestras justificaciones y salidas por la tangente.

7 comentarios:

  1. Anónimo12:05 p. m.

    Es decir, que ciertamente el Señor si que castiga al que no se arrepiente y se convierte, después de haber sido advertido. Es el precio de la rebeldía. Dios nos ama, pero corrige y reprende (castiga). Me alegra saberlo.

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  2. El ángel de las iglesias locales a las que se dirige el Señor por medio de Juan es el Obispo de esa Iglesia. En la Iglesia primitiva era el Obispo el más directo encargado de la comunidad cristiana donde había sido designado, y la diferencia con el presbítero no fue al principio como la conocemos hoy.

    Hoy en día son los sacerdotes los colaboradores del Obispo en cada Diócesis. Ellos son los responsables últimos del rebaño que se las ha asignado, y por la tibieza de algunos los fieles que le miran como al Señor, tienen un mal ejemplo que seguir, son desconcertados y en vez de acercados son alejados por causa de su mal ejemplo.

    También es cierto que hay laicos que son tan tibios en nuestro tiempo que dan ganas de vomitar, y que ni un buen sacerdote les sirve para que puedan cambiar de actitud, porque su rebeldía y su resistencia a seguir el Evangelio es manifiesta, son fingidores de bondad, usan la doble cara, y van a lo suyo, y ni se salvan ellos, ni ayudan a salvarse a nadie, sino más bien todo lo contrario, pero el Señor lo ve todo.

    Por supuesto, que lo interesante de todo esto, es que el Señor siempre está con los brazos abiertos, dispuesto a cenar con quien le reciba, pero recibir al Señor implica una serie de condiciones, y una de ellas es aplicar el colirio. Pero para hacer esto, hay que empezar por reconocer, y ahí es donde se fragua la tibieza que hace vomitar.

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    1. Anónimo7:37 p. m.

      ¿Cómo puede vivir usted sin contaminarse, rodeado de tanto miserable pecador? Le recuerdo que la Inquisición finalizó hace siglos.

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    2. Otro Anónimo10:13 a. m.

      ¿Quién ha dicho que ya no existe la Inquisición? Ratzinger la ha presidido en los últimos años.

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    3. Anónimo11:19 p. m.



      Hola soy el señor torquemada ; y no sabeis lo que
      era la Inquisición entonces .

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  3. José Antonio5:21 p. m.

    Zaqueo, al igual que Bartimeo en el evangelio de ayer, acude al encuentro de Jesús. Zaqueo, lo hace de forma silenciosa, tímida, sin aspavientos... pero pone los medios para ese encuentro (se sube al sicómoro). Y Jesús, responde solícito a ese deseo, fijando su mirada en él.
    El Señor, nunca elude el encuentro con quien realmente le busca, sea quien sea la persona. De ese encuentro, no sólo emana el propósito firme de subsanar los errores cometidos, sino la auténtica conversión. No una conversión efímera, fruto de un encuentro/acontecimiento puntual, sino un cambio radical que proviene del encuentro con el corazón de Jesús, que transforma nuestra vida. El encuentro con Jesús produce esa alegría con la que Zaqueo bajó rápidamente del árbol, una alegría que es el resultado de un encuentro de Amor.

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  4. YA se que es una frase muy usada pero realmente nos sentimos amados
    por Cristo .

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