miércoles, 25 de enero de 2012

SAN PABLO Y SU CABALLO

SAN PABLO Y SU CABALLO
No hace mucho un sacerdote me oyó hablar de que Jesús derribó a Saulo del caballo. Y al acabar aquel acto penitencial me preguntó jocosamente: ¿de qué color era el caballo de Saulo?. Creí que era un chiste pero no: es que el tal “caballo” nos lo hemos fraguado nosotros en nuestra fantasía. Los hechos de los Apóstoles no mencionan caballo alguno en las dos narraciones que hace del “derribo de Saulo”.
Anécdota parte, lo que sí es evidente es que “el Señor le hizo caer por tierra”, bajarlo de su soberbia, su odio, su osadía, su pretensión. Le dio los medios para que Saulo recapacitase que no iba a lograr su intento. Le puso delante todos los medios para un auténtico cambio: UNA VERDADERA CONVERSIÓN. Claro que esa conversión nunca se impone. Ha de acogerse libremente; ha de responder el individuo por sí mismo, supuesta la ayuda –siempre- de la Gracia de Dios.
Aunque hoy prevalece la fiesta de la Conversión de San Pablo sobre la lectura de este miércoles, vendríamos a la misma. Hoy hubiéramos tenido delante la parábola por antonomasia ´a mi juicio- que es la del Sembrador.
“Saulos” puede haber muchos. Y muchas oportunidades para salir convertidos en “Pablos”. Sin embargo explica Jesús muy bien por qué no es así: porque al llegar a uno la Palabra –la semilla-, uno la acoge en buena tierra; otro tiene demasiadas cosas entre manos y demasiados intereses creados; otro es de los típicos “querría” (pero nunca se pone e marcha), y otros dejan pasar la oportunidad porque no quieren complicarse y oyen pro escuchan; su corazón no admite más que lo suyo propio.
Y ya sabéis: todo esto tiene una traducción muy personal e individual: soy yo mismo quien tengo dentro de mí todas esas realidades. En tanto la Palabra me endulza el sentimiento y la devoción, la acepto. En lo que no, me parece “muy hermosa” y la medito, pero por unas cosas o por otras, no me entra, no arraiga, no tiene espacio para poder cuajar.
A Saulo le costó quedar ciego un tiempo (aunque él creía ver todo tan claro); tener que ser llevado de la mano (cuando él era el jefe de expedición que mandaba e imponía su criterio); y tener que ponerse a las órdenes de un cristiano, Ananías, al que Saulo quería llevar preso. Y Saulo agachó la cabeza. Ofreció su espacio de “tierra buena” en vez de los otros envenenados. Y dejó de ser Saulo, el perseguidor y el blasfemo para que, en adelante, su vida sea Cristo, y Cristo Crucificado. Eso es convertirse.
Y consecuencia evidente, proclamar por el mundo entero el Evangelio de Cristo. No es sólo “convertirse” sino hacerse nuevo desde el fondo del corazón.

1 comentario:

  1. José Antonio12:20 p. m.

    ¡Cuántas cosas hemos de "derribar" de nuestra vida que nos alejan del Señor...! y sin duda, el mejor punto de partida, la HUMILDAD de corazón.

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