martes, 3 de enero de 2012

EL ECLIPSE DE UNA FIESTA

EL ECLIPSE DE UNA FIESTA
3 enero

Ha habido un paréntesis de años en que desaparecieron del calendario litúrgico algunas denominaciones o fiestas, y entre ellas quedó eclipsada la del Nombre de Jesús, que quedó incluido en el 1 de enero. Muy recientemente ha vuelto al calendario litúrgico esa fiesta del NOMBRE DE JESÚS, que se sitúa en el 3 de enero, dejando acentuada la expresión gozosa de que Jesús es el mismo ayer y hoy y siempre, o la no menos solemne y hasta grandiosa de que “al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra o en el abismo”. Un “eclipse” que hace más brillante en el calendario litúrgico la reaparición de este astro-rey en el firmamento de las fiestas cristianas.
La 1ª lectura, aunque correspondiendo al 3 de enero, puede ser una forma de exaltación de ese nombre salvador. Ya dice San Pedro que no hay otro nombre en el que podamos ser salvados que el de JESÚS. Y aquí se habla de vivir la bondad porque en el amor del Padre hemos recibido el poder llamarnos y SER HIJOS DE DIOS. Y es claro que eso nos ha llegado por JESUCRISTO, el nombre Salvador, porque Él nos bautiza con Espíritu Santo.


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No tengo a la mano los datos que pudieran darnos el cómputo aproximado del tiempo de estancia de esta Familia en Egipto. No sé difícil aproximarse si tomamos en cuenta el año de la muerte de Herodes. El “sueño” de José fue que marchara a Egipto hasta que Dios avisara. Y Dios avisó un día, igualmente en esos misteriosos “sueños” que podía volver a tierras de Israel porque han muerto los que buscaban al Niño para matarlo”
Entre ida y regreso, María y José “se hicieron todo a todos”, o lo que podría decirse: “se hicieron egipcios”, unos de ellos… Eso que en el lenguaje moderno se denomina “inculturación”: no llegar y pretender mantener allí su modo de vida –sí, por supuesto- su fe, sino integrándose plenamente a formas y costumbres de la vida de aquel pueblo en que se asentaron. Se hicieron agradables al vecindario porque no se les ocurrió imponer “sus formas”, empeñarse en sus costumbres, pretender que “lo suyo” era lo único y lo mejor. Si estaban en país extranjero, lo natural era hacerse como ellos, distraerse como ellos, e –incluso en sus costumbres externas- cambiar lo que fuera conveniente y necesario para la sana y buena convivencia. Sabían ellos que Dios les llevaba, y ahora “les llevaba allí” y lo verdaderamente sensato era “ser de allí”, “inculturarse”, zambullirse en la nueva cultura, porque lo contrario o los aislaba, o les creaba enemigos. ¡Y no es el estilo de ellos! Al contrario, su cercanía, su capacidad de adaptación, les ganaron la buena acogida y confianza de los vecinos.
Vivieron una temporada que pudiéramos llamar “feliz”, pero sin perder de vista que exiliados, fugitivos, fuera de su patria, sin sus sinagogas, u entre ídolos y costumbres paganas. El mérito es saber vivir felices así, ser serviciales y próximos, y admitir que el mundo no empieza y acaba en ellos.
De otra parte, allí había ido creciendo el niño; allí había pasado de bebé a niño; con aquellos amigos egipcios se había criado. Casi diríamos que formarían parte de sus raíces inconscientes. Y eso era una parte de la vida de aquella realidad. Jesús sería así el “nuevo Moisés” que –desde Egipto- vendría luego a salvar a su pueblo; De Egipto llamé a mi Hijo”. Jesús ya se desenvolvía con su normalidad de niño.

Llegó aquella noche, años esperada e ilusionada. José dormía plácidamente y, de pronto, se produjo ese cambio de “ritmo del sueño”, cuando dormir no es dormir sino esa obscura luminosa luz de la fe de un Dios que se comunica. ¡Ya sabía José de ello! Y el mensaje era: “Toma al Niño y a su Madre y vuelve a Israel, porque ya murió el que querían la muerte del Niño”. José se sentó en su camastro. Se hizo consciente de la realidad de la revelación recibida, y sintió un gozo tan grande que tuvo un primer impulso de irse a María para comunicarle la noticia. Luego recapacitó que ahora no había prisa, y que mejor sería esperar al alba para decírselo,

Cuando las primeras luces, José se acercó a la habitación de María y el Niño, y le susurró un suave: ¡María, María…! María preguntó a José en voz baja, para no despertar a Jesús: “Qué pasa, José” Y José le dijo: Puedes alegrarte…; no he podido aguantarme más, sin comunicártelo: Ya podemos regresar a nuestra patria.
María se puso en disposición de salir: “Un momento, José; salgo ahora mismo; esto es una noticia muy grande! Salió muy pronto; se fueron donde el niño no se despertara y José contó a María el “sueño” con que Dios le había comunicado. La alegría inmensa saltó en María, que volvió a sus preferidos: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Ahora ya tocaba platear el regreso. Sin prisas, despidiéndose y agradeciendo de las gentes; recogiendo cosas, José igualmente de sus compañeros de trabajo. Pronto emprenderían, les decía, la marcha a Israel… Y con la tranquilidad de un viaje, por fin, sin agobios, fueron dejando ya todas las cosas en su orden y habitual delicadeza y serena actitud de vida.

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