martes, 10 de enero de 2012

AL SEÑOR SE LO PEDÍ

AL SEÑOR DE LO PEDÍ
Yo decía ayer que hay “esterilidades sospechosas” en la Biblia: Sara, Ana, Isabel, y algunas más. En todas hay soluciones que se salen de lo esperado. Sara, la humillada por la esclava, da a luz a Isaac, el comienzo de una generación incontable como las estrellas del mar; Juan es “misericordia de Dios”, cuando ya no tiene esperanzas. Y Ana, sufriendo ante la otra esposa de su marido (con hijos), acaba teniendo a Samuel (=A Dios se lo pedí; de ahí ese final del nombre: “el”, que expresa a Dios). Dios parece llevar las cosas al límite para aparecer Él y mostrar que es Él y no nosotros quien lleva la historia y la va sacando adelante por entre los vericuetos inconcebibles a nuestra mentalidad.

En el EVANGELIO –que de hecho es el que quiero tocar directamente, Jesús entre en la sinagoga, en sábado. La gente y los maestros se admiran de su “autoridad” al explicar la Palabra de Dios. “Autoridad” viene de “autor”. Mientras estaban acostumbrados a aquellas meras repeticiones “de catecismo judío” (que era lo único que sabían los maestros, Jesús es AUTOR: dice cosas nuevas, amplia aspectos, enseña lo no conocido, presenta otro Dios diferente, otra religión que no se limita a cumplir. Y eso les admiraba con razón. Les dejaba boquiabiertos. Para más abundamiento un endemoniado (y no nos metamos en más explicaciones) estaba allí. Y Jesús lo expulsa con la misma autoridad que tiene su Palabra. Y ahí es ya donde se quedan “sentados” fariseos y gentes, maestros y el mismo “demonio” (por más grito que dé como aspaviento inútil).
Lo curioso es que no protesta nadie, ni por ser sábado… Y es que se han quedado sin palabras. ¡Hasta los demonios le obedecen!
Y su fama se extiende, se amplía, y la comarca entera se queda esperando la llegada del AUTOR. [Dicho así, quedaría hasta tonto. Pero es que me obsesiona la pasividad nuestra que vemos tantas cosas, las meditamos, nos admira la “autoridad”, nos apasiona la misericordia…, y nos quedamos “sentados”. Y ahora no es por la admiración, sino porque hoy somos igual que ayer y mañana igual que hoy… ¡Algo falla!

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