domingo, 8 de marzo de 2020

8 marzo: La transfiguración


EJERCICIOS  ESPIRITUALES. Del 9 al 13.- 5’30
LITURGIA       
                      Los que nos detuvimos el domingo pasado en las tentaciones de Jesús y, por tanto, en la parte sacrificada de la vida, necesitamos un balancín para abordar la Cuaresma con un sentido positivo. Y eso es precisamente lo que hace la liturgia de hoy: ponernos ante la manifestación luminosa de Jesucristo, cuya Pasión y Muerte no son su final. Y eso lo deja entrever como en un fogonazo en la cima del Tabor, ante Pedro, Santiago y Juan.
          También ellos necesitaban ver esta manifestación porque están muy impactados por el anuncio que les hizo Jesús de su pasión y muerte a manos de los hombres, los del mundo religioso y los del mundo civil. Jesús se los ha llevado ahora consigo y se ha transfigurado ante ellos, dejándoles ver por un instante la glorificación. (Mt.17,1-9).

          La mística de la Cuaresma arranca desde algo que se deja para alcanzar otra cosa mejor. Por eso hemos partido de la vocación de Abrahán (Gn.12.1-4) al que se le pide en pura fe salir de su casa y de su familia y emprender el camino hacia un lugar desconocido que se le mostrará. Y esa renuncia a lo propio va a tener una compensación muy importante porque Dios le va a hacer famoso y su nombre será bendición. En efecto, en su nombre serán bendecidas todas las familias del mundo.

          En el sacrificio de Cristo –su Pasión y Muerte- van a ser también realidades de bendición, y eso es lo que queda patente en la luminosidad de la escena, en el rostro de Cristo brillando, en los vestidos blancos como la nieve, que expresan lo que será en definitiva la vida del seguidor de Cristo. Eso aparece de momento como en una aparición, pero tendrán su momento definitivo, como Jesús les anuncia a los discípulos, cuando bajaban del monte, que de todo esto podrán hablar cuando él resucite de entre los muertos.

          Mientras tanto van a encontrarse en el mismo Tabor –una vez pasado el momento solemne- que Jesús está solo, y que es el mismo de siempre, el que anuncia su muerte, al que hay que escuchar porque es el Hijo de Dios y Mesías, como han podido oír aquellos hombres en la voz venida del Cielo. Y nos es la gran lección para todos nosotros que hemos de escuchar a Jesús lo mismo cuando nos anuncia el sacrificio que cuando nos presenta la luz de su triunfo. Cristo es el mismo, aunque cueste trabajo muchas veces reconocerlo en medio de la contrariedad.
         
          De hecho, Pablo exhorta a Timoteo (2ª,1,8-10) a tomar parte en los duros trabajos del evangelio, partiendo de que el evangelio no es una realidad piadosa sino la vida misma de Jesús, que padece la cruz. No hay evangelio sin cruz, aunque los fieles tendamos a un evangelio dulce y sin complicaciones, y hayamos concebido nuestra vida cristiana como situación apacible.
          Pablo dirá a su discípulo que Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo, y ahora esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

          Vivamos  el domingo desde la esperanza que nos trasmite el Cristo resucitado, y la fortaleza para sobrellevar la cruz de cada día. A ello va la participación en la EUCARISTÍA síntesis de muerte y resurrección.


          Elevamos nuestra oración al Padre, que tiene en Cristo todas sus complacencias.

-         Por el fruto de los días cuaresmales en la realidad personal de cada día. Roguemos al Señor.

-         Para que aprovechemos las diferentes oportuni-dades de formarnos mejor. Roguemos al Señor.

-         Para que seamos serios en nuestra acogida del evangelio. Roguemos al Señor

-         Porque la fuerza de la Eucaristía nos ayude a la transformación de nuestros hábitos. Roguemos al Señor.


          Ayúdanos a salir de nuestras deficiencias y vicios y costumbres erradas, y a ser sinceros en nuestra actitud de penitencia.
          Por Jesucristo N.S.

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