EJERCICIOS ESPIRITUALES. Del 9 al
13.- 5’30
LITURGIA
Los que nos detuvimos el domingo pasado en las tentaciones de Jesús y,
por tanto, en la parte sacrificada de la vida, necesitamos un balancín para
abordar la Cuaresma con un sentido positivo. Y eso es precisamente lo que hace
la liturgia de hoy: ponernos ante la manifestación luminosa de Jesucristo, cuya
Pasión y Muerte no son su final. Y eso lo deja entrever como en un fogonazo en
la cima del Tabor, ante Pedro, Santiago y Juan.
También ellos necesitaban ver esta manifestación porque
están muy impactados por el anuncio que les hizo Jesús de su pasión y muerte a
manos de los hombres, los del mundo religioso y los del mundo civil. Jesús se
los ha llevado ahora consigo y se ha transfigurado ante ellos, dejándoles ver
por un instante la glorificación. (Mt.17,1-9).
La mística de la Cuaresma arranca desde algo que se deja
para alcanzar otra cosa mejor. Por eso hemos partido de la vocación de Abrahán
(Gn.12.1-4) al que se le pide en pura fe salir
de su casa y de su familia y emprender el camino hacia un lugar desconocido que
se le mostrará. Y esa renuncia a lo propio va a tener una compensación muy
importante porque Dios le va a hacer famoso y su nombre será bendición. En
efecto, en su nombre serán bendecidas todas las familias del mundo.
En el sacrificio de Cristo –su Pasión y Muerte- van a ser
también realidades de bendición, y eso es lo que queda patente en la
luminosidad de la escena, en el rostro de Cristo brillando, en los vestidos
blancos como la nieve, que expresan lo que será en definitiva la vida del
seguidor de Cristo. Eso aparece de momento como en una aparición, pero tendrán
su momento definitivo, como Jesús les anuncia a los discípulos, cuando bajaban
del monte, que de todo esto podrán hablar cuando él resucite de entre los
muertos.
Mientras tanto van a encontrarse en el mismo Tabor –una vez
pasado el momento solemne- que Jesús está solo, y que es el mismo de siempre,
el que anuncia su muerte, al que hay que escuchar porque es el Hijo de Dios y
Mesías, como han podido oír aquellos hombres en la voz venida del Cielo. Y nos
es la gran lección para todos nosotros que hemos de escuchar a Jesús lo mismo
cuando nos anuncia el sacrificio que cuando nos presenta la luz de su triunfo.
Cristo es el mismo, aunque cueste trabajo muchas veces reconocerlo en medio de
la contrariedad.
De hecho, Pablo exhorta a Timoteo (2ª,1,8-10) a tomar parte en los duros trabajos del
evangelio, partiendo de que el evangelio no es una realidad piadosa sino la
vida misma de Jesús, que padece la cruz. No hay evangelio sin cruz, aunque los
fieles tendamos a un evangelio dulce y sin complicaciones, y hayamos concebido
nuestra vida cristiana como situación apacible.
Pablo dirá a su discípulo que Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo, y ahora esa
gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro salvador
Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.
Vivamos el domingo
desde la esperanza que nos trasmite el Cristo resucitado, y la fortaleza para
sobrellevar la cruz de cada día. A ello va la participación en la EUCARISTÍA
síntesis de muerte y resurrección.
Elevamos nuestra oración al Padre, que tiene en Cristo
todas sus complacencias.
-
Por el fruto de los días cuaresmales en la realidad personal de cada
día. Roguemos al Señor.
-
Para que aprovechemos las diferentes oportuni-dades de formarnos mejor.
Roguemos al Señor.
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Para que seamos serios en nuestra acogida del evangelio. Roguemos al Señor
-
Porque la fuerza de la Eucaristía nos ayude a la transformación de
nuestros hábitos. Roguemos al Señor.
Ayúdanos a salir de nuestras deficiencias y vicios y
costumbres erradas, y a ser sinceros en nuestra actitud de penitencia.
Por Jesucristo N.S.
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