jueves, 12 de marzo de 2020

12 marzo: Ni que un muerto resucite


LITURGIA        Jueves 2º de Cuaresma
                      Jer.17.5-10: Bendición y maldición. Bendito el que confía en el Señor y pone en el Señor su confianza; será como un árbol plantado junto a la acequia, que junto a la corriente, echa raíces, y cuando llegue el estío no lo sentirá: su hoja estará verde. Toda una comparación rica en imagen para expresar la riqueza que encierra confiar en el Señor y abandonarse a sus manos.
          En el lado contrario está el que es maldito por confiar en el hombre y buscar en la materia su fuerza, apartando su corazón del Señor. Quedará como cardo en la estepa, aridez en el desierto, tierra salobre e inhóspita.
          Una clara contraposición de dos situaciones también claramente diferenciadas.

          Es el testigo que recoge el evangelio de hoy: Lc.16,19-31, con las contraposiciones que se viven en esa parábola magistral en la que Jesús se luce para expresar la diferencia de confiar en lo humano o vivir la fe en Dios.
          El rico –sin nombre, con lo cual ya se está diciendo mucho en negativo de aquel opulento hombre que no se dignaba ni mirar al pobre- confía en su riqueza y en sus bienes y comodidades: su vestir de sedas, su comer y beber espléndidamente, que eran su vida. Ni una mirada al pobre, que hubiera querido saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.
          El pobre, por nombre Lázaro. Identificado. Es una persona. Un ser bondadoso que hasta los perros le lamían las llagas.
          Muere el rico. Y como toda su confianza estuvo en la tierra, escuetamente lo enterraron. No hay nada más para él que lo que ha sembrado. Sembró tierra y encuentra tierra.
          Muere Lázaro y los ángeles lo llevan al seno de Abrahán, allí donde espera un encuentro con Dios. Su vida ha estado junto a la acequia y da fruto de hoja verde en el estío.
          Y ahora es cuando el rico se acuerda de Lázaro, el pobre de su puerta al que nunca le dirigió la palabra. Y pide a Abrahán que envíe a Lázaro con un dedo mojado en agua para que lo lleve hasta sus labios porque él se abrasa en aquellas llamas. Ahora necesita él de la limosna del pobre, al que nunca socorrió.
          Abrahán le hace ver que la distancia que el rico había puesto en vida, se ha agrandado tanto que ahora ya es un abismo el que separa a Lázaro del lugar donde está el rico, y que no hay manera de pasar de un sitio a otro. Antes gozaste tú y sufrió Lázaro. Ahora él goza y tu sufres. Bendito y maldito. Dos situaciones que se han anquilosado.
          El rico pretende ahora ser bueno y quiere que Abrahán mande a Lázaro a casa de sus hermanos para que les prevenga de la realidad y que ellos no vayan a aquel lugar de tormento. Lo que él no quiso aprender de la vida real, pretende que ahora se salve con un milagro, con una aparición del pobre a sus hermanos. Y la respuesta sigue en la línea de las realidades: tienen a Moisés y a los Profetas; que les hagan caso. El rico conoce el percal y sabe que por las buenas no se van a convertir, y piensa que con una aparición, se convertirán,
          A lo que la conclusión se hace patente: Si no hacen caso a Moisés y a los profetas, no lo harán ni aunque un muerto resucite. Es la historia real. Motivos tendría el mundo en las circunstancias actuales para avenirse a una actitud de conversión, simplemente con tener los ojos abiertos a la vida que se está presentando. Si eso no les hace reaccionar, no van a cambiar porque resucite un muerto.
          Más aún, habría que decir: si hicieran más caso de un muerto que resucita…, de una aparición llamativa…, poco valor sobrenatural iban a tener para abrirse a Dios. Es el problema de muchos de nuestros fieles, que no se inmutan ante las exposiciones de Jesús y sus obras en el evangelio, y andan a la caza de apariciones y hechos preternaturales. La Iglesia es muy parca en aprobar esas experiencias porque si no hacen caso los creyentes de la Palabra de Dios, no van a convertirse porque resucite un muerto o porque haya unas supuestas apariciones en un lugar o en otro.

1 comentario:

  1. Básicamente la parábola de Lázaro y el rico va en sintonía con uno de los puntos clave de la fe Cristiana, y que hoy a mi juicio se están perdiendo de vista, al mismo tiempo que se pierden otras cosas de las que ya el Padre Cantero ha hablado en otras ocasiones (confesiones, respeto a la Misa, Liturgia, etc.).

    El que ha sido justificado y actúa rectamente va al cielo. El que vive su vida torcidamente, el injusto va al infierno eterno, dogmas de fe. Ambas cosas ocurren después de la muerte que nos va a llegar a todos.

    Las apariciones, como dice el Padre Cantero no son necesarias. Si la Iglesia aprueba alguna, pues está bien, pero tampoco es dogma de fe, y si no mueve a conversión no vale para nada, excepto para llenar la vida de una apariencia de religiosidad, que no conduce a nada.

    La Palabra de Dios en cambio, es verdadera, y es eterna, y si tiene poder de cambiar los corazones, por medio de la fe, pero para ello es necesario decir como María dijo al Ángel: "Si".

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