sábado, 21 de marzo de 2020

21 marzo: Fariseo y publicano


LITURGIA        Sábado 3º de Cuaresma
                      Oseas es de los profetas más cordiales, con textos que llegan al corazón y que presentan la bondad misericordiosa del Señor. En 6,1-6 nos trae el cariño de Dios, que sale en nuestro provecho: Vamos a volver al Señor. Porque él ha desgarrado y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará. En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su presencia y comprenderemos.
         
En consecuencia, el profeta exhorta: Procuremos conocer al Señor. Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera y su sentencia surge como la luz que empapa la tierra.
          Y viene finalmente la respuesta de Dios. «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Sabe el Señor que el amor de la criatura es efímero y poco consistente, pero no obstante se dirige a ella para llamarle la atención y expresarle finalmente que la solución de todo está en la misericordia de Dios: Vuestro amor es como nube mañanera, como el rocío que al alba desaparece. Sobre una roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los profetas con las palabras de mi boca. Mi juicio se manifestará como la luz. Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos».
         
          El evangelio es un clásico. Lc.18,9-14 nos pone delante dos maneras de estar ante Dios. El fariseo, que se presenta con todos sus méritos y que más viene a “cobrar la factura” que a suplicar en oración. Desde su posición en el templo: erguido y comparándose con el publicano a quien juzga despreciativamente. Bueno: en realidad no es sólo comparándose con el publicano sino con “todos los hombres”. Él no es como “todos los hombres”, a los que cataloga de adúlteros, ladrones, injustos. Él no es como el publicano. Él ayuna y paga el diezmo de todo lo que tiene. Evidentemente él no necesita de nadie, ni del mismo Dios, puesto que no le falta nada para ser perfecto. Ni tiene que suplicar, porque él lo da ya todo.
          El otro personaje es el publicano, que se sitúa al fondo, de rodillas y pidiendo misericordia porque es un pobre pecador. ¿No tendría nada bueno aquel hombre? Es evidente que sí, y su misma actitud ya habla muy bien de él. Pero a la hora de la verdad se siente pequeño, porque se ha situado ante Dios, ante quien sólo le queda que suplicar.
          El juicio que merecen ambos personajes está expresado por Jesucristo. El fariseo salió del templo como entró. No había purificado nada de su persona. Se había enaltecido a sí mismo y acaba pagado con su torpe moneda. En cambio el publicano salió perdonado y como hombre justo, porque todo el que se humilla es ensalzado.
          La parábola es un espejo en donde mirarse. Y en donde sacar la conclusión de nuestro modo de dirigirnos a Dios, porque la realidad es que siempre somos unas pobres criaturas que necesitamos de su misericordia. La postura de oración es la del pobre: la mano tendida, la esperanza, dándose golpes de pecho pidiendo perdón por todo lo que no es acorde con la bondad del Señor.

          El Papa, apoyándose en el simple catecismo (quiero decir que sin echar mano a grandes teologías) ofrece a los penitentes que necesitan confesión y que ahora no pueden tenerla, que hagan un sincero acto de contrición, con firme propósito de enmienda y el propósito de confesarse cuando tengan oportunidad. Son tiempos excepcionales y admiten soluciones excepcionales.

1 comentario:

  1. ὁ Φαρισαῖος σταθεὶς ταῦτα ⇔ «πρὸς ἑαυτὸν» προσηύχετο Ὁ Θεός, εὐχαριστῶ σοι ὅτι οὐκ εἰμὶ ὥσπερ οἱ λοιποὶ τῶν ἀνθρώπων, ἅρπαγες, ἄδικοι, μοιχοί, ἢ καὶ ὡς οὗτος ὁ τελώνης·

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