LITURGIA Sábado 3º de Cuaresma
Oseas es de los profetas más cordiales, con textos que llegan al
corazón y que presentan la bondad misericordiosa del Señor. En 6,1-6 nos trae
el cariño de Dios, que sale en nuestro provecho: Vamos a volver al Señor.
Porque él ha desgarrado y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará. En
dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su
presencia y comprenderemos.
En consecuencia, el profeta exhorta: Procuremos conocer al Señor. Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera y su sentencia surge como la luz que empapa la tierra.
En consecuencia, el profeta exhorta: Procuremos conocer al Señor. Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera y su sentencia surge como la luz que empapa la tierra.
Y viene finalmente la respuesta de Dios. «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti,
Judá? Sabe el Señor que el amor de la criatura es efímero y poco
consistente, pero no obstante se dirige a ella para llamarle la atención y
expresarle finalmente que la solución de todo está en la misericordia de Dios: Vuestro amor es como nube mañanera, como el
rocío que al alba desaparece. Sobre una roca tallé mis mandamientos; los
castigué por medio de los profetas con las palabras de mi boca. Mi juicio se
manifestará como la luz. Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de
Dios, más que holocaustos».
El
evangelio es un clásico. Lc.18,9-14 nos pone delante dos maneras de estar ante
Dios. El fariseo, que se presenta con todos sus méritos y que más viene a
“cobrar la factura” que a suplicar en oración. Desde su posición en el templo: erguido y comparándose con el publicano
a quien juzga despreciativamente. Bueno: en realidad no es sólo comparándose
con el publicano sino con “todos los hombres”. Él no es como “todos los
hombres”, a los que cataloga de adúlteros, ladrones, injustos. Él no es como el
publicano. Él ayuna y paga el diezmo de todo lo que tiene. Evidentemente él no
necesita de nadie, ni del mismo Dios, puesto que no le falta nada para ser
perfecto. Ni tiene que suplicar, porque él lo da ya todo.
El
otro personaje es el publicano, que se sitúa al fondo, de rodillas y pidiendo
misericordia porque es un pobre pecador. ¿No tendría nada bueno aquel hombre?
Es evidente que sí, y su misma actitud ya habla muy bien de él. Pero a la hora
de la verdad se siente pequeño, porque se ha situado ante Dios, ante quien sólo
le queda que suplicar.
El
juicio que merecen ambos personajes está expresado por Jesucristo. El fariseo
salió del templo como entró. No había purificado nada de su persona. Se había
enaltecido a sí mismo y acaba pagado con su torpe moneda. En cambio el
publicano salió perdonado y como hombre justo, porque todo el que se humilla es
ensalzado.
La
parábola es un espejo en donde mirarse. Y en donde sacar la conclusión de
nuestro modo de dirigirnos a Dios, porque la realidad es que siempre somos unas
pobres criaturas que necesitamos de su misericordia. La postura de oración es
la del pobre: la mano tendida, la esperanza, dándose golpes de pecho pidiendo
perdón por todo lo que no es acorde con la bondad del Señor.
El
Papa, apoyándose en el simple catecismo (quiero decir que sin echar mano a
grandes teologías) ofrece a los penitentes que necesitan confesión y que ahora
no pueden tenerla, que hagan un sincero acto de contrición, con firme propósito
de enmienda y el propósito de confesarse cuando tengan oportunidad. Son tiempos
excepcionales y admiten soluciones excepcionales.
ὁ Φαρισαῖος σταθεὶς ταῦτα ⇔ «πρὸς ἑαυτὸν» προσηύχετο Ὁ Θεός, εὐχαριστῶ σοι ὅτι οὐκ εἰμὶ ὥσπερ οἱ λοιποὶ τῶν ἀνθρώπων, ἅρπαγες, ἄδικοι, μοιχοί, ἢ καὶ ὡς οὗτος ὁ τελώνης·
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