LITURGIA Jueves 3º de Cuaresma
Dios había trazado un plan: Yo
seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os
mando para que os vaya bien. Ahí lo tenemos descrito por Jeremías
(7,23-28). El camino del Señor es llano y conduce a buenos resultados.
Pero no escucharon ni
prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón
obstinado, me daban la espalda y no lo frente. Una descripción elocuente de
lo que es el sueño de Dios que mantendría el mundo en su amistad, y la realidad
contraria por la que el mundo deja a Dios a un lado y sigue sus antojos. Les dirás: aquí está la gente que no escuchó
la voz del Señor su Dios, y no quiso escarmentar.
La verdad es que me resulta elocuente este párrafo de
Jeremías en estos momentos históricos que estamos viviendo. Dios quiere llevar
la historia por sus caminos de salvación, en los que nosotros seamos su pueblo
y él sea nuestro Dios. La humanidad ha optado por otros vericuetos y le han
salido mal. Lo malo es que no han querido
escarmentar; que hay ejemplos en la historia –sin ir más lejos, en la
historia el pueblo de Dios- que muestran a las claras que caminar por los
caminos del Señor suponen prosperidad, paz… Y que caminar al margen de Dios
lleva consigo fracaso.
En el evangelio de hoy (Lc.11,14-23) las gentes duras de
corazón se atreven a pedir “una señal del cielo” para acoger la palabra y la
obra de Jesús, que –por su parte- ha echado un demonio que mantenía mudo a un
hombre, y que –liberado por Jesús- pudo hablar de nuevo. Y no les bastó aquella
señal, con ser tan clara y tan propia de Dios…, un verdadero signo del cielo.
La soberbia y cerrazón humana necesita siempre la “otra
señal”, la que no existe, la que no va a venir, y acaban atribuyendo al demonio
la expulsión de un demonio que ha hecho Jesús. Y Jesús les razona –es una forma
de señal- que es estúpido atribuir al demonio la expulsión del demonio, porque
eso supondría la guerra civil del propio Satanás, y con ello su derrota.
La realidad es que yo
echo los demonios con el dedo de Dios, lo que significa –es señal
elocuente- de que el reinado de Dios ha
llegado a vosotros. Porque se trata de que un hombre fuerte y bien armado
es el que puede al otro y le arrebata el botín.
Pues bien: ese “más fuerte” soy yo, y el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo,
desparrama. Y esa es la señal, a fin de cuentas.
Yo no sé si estamos viviendo una señal de Dios. Es
indiscutible que la que está cayendo es algo que se ha ido de las manos, y que
el mundo entero anda pretendiendo atajar un mal que no sabe ni cómo le ha
venido, ni cómo se puede liberar de él. Sencillamente andan los Gobiernos dando
palos de ciego para comprobar cada día que la epidemia avanza, se extiende y se
sufre pasivamente, viendo caer a miles de conciudadanos. Y lo que más les
afecta a la hora de la verdad, que la economía se viene abajo y se destruyen
todos los planes de crecimiento.
Hay quienes –como siempre- acaban volviéndose contra Dios
porque Dios no nos libra. Y los hay que miran a Dios y dicen: nos venías
llamando la atención con muchas señales parciales y no te hemos querido
entender… El mundo ha seguido su rumbo desenfrenado como si el hombre fuera a
alcanzar ser dios…, y ha tenido que venir esta parada en seco donde nadie está seguro
de sí mismo, ni sabe si será la siguiente víctima.
Para el soberbio que quiere seguir jugando a ser dios, más
diabólicamente se ensoberbece y blasfema. Para el creyente, que sólo en Dios
pone su confianza, no queda sino la oración y el abandono en su misericordia, y
esperar humildemente y con el corazón puesto en manos de Dios. Porque los
hombres han pedido una señal del cielo, y es posible que al final la han
obtenido, aunque no sea la que ellos hubieran deseado, arrimando siempre el
ascua a su sardina. Pero ahí la tienen y ahora lo inteligente será saber sacar
las consecuencias que nos sitúen en nuestro verdadero ser.
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