jueves, 19 de marzo de 2020

19 marzo: Una señal del Cielo


LITURGIA        Jueves 3º de Cuaresma
                      Dios había trazado un plan: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando para que os vaya bien. Ahí lo tenemos descrito por Jeremías (7,23-28). El camino del Señor es llano y conduce a buenos resultados.
          Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no lo frente. Una descripción elocuente de lo que es el sueño de Dios que mantendría el mundo en su amistad, y la realidad contraria por la que el mundo deja a Dios a un lado y sigue sus antojos. Les dirás: aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios, y no quiso escarmentar.
          La verdad es que me resulta elocuente este párrafo de Jeremías en estos momentos históricos que estamos viviendo. Dios quiere llevar la historia por sus caminos de salvación, en los que nosotros seamos su pueblo y él sea nuestro Dios. La humanidad ha optado por otros vericuetos y le han salido mal. Lo malo es que no han querido escarmentar; que hay ejemplos en la historia –sin ir más lejos, en la historia el pueblo de Dios- que muestran a las claras que caminar por los caminos del Señor suponen prosperidad, paz… Y que caminar al margen de Dios lleva consigo fracaso.

          En el evangelio de hoy (Lc.11,14-23) las gentes duras de corazón se atreven a pedir “una señal del cielo” para acoger la palabra y la obra de Jesús, que –por su parte- ha echado un demonio que mantenía mudo a un hombre, y que –liberado por Jesús- pudo hablar de nuevo. Y no les bastó aquella señal, con ser tan clara y tan propia de Dios…, un verdadero signo del cielo.
          La soberbia y cerrazón humana necesita siempre la “otra señal”, la que no existe, la que no va a venir, y acaban atribuyendo al demonio la expulsión de un demonio que ha hecho Jesús. Y Jesús les razona –es una forma de señal- que es estúpido atribuir al demonio la expulsión del demonio, porque eso supondría la guerra civil del propio Satanás, y con ello su derrota.
          La realidad es que yo echo los demonios con el dedo de Dios, lo que significa –es señal elocuente- de que el reinado de Dios ha llegado a vosotros. Porque se trata de que un hombre fuerte y bien armado es el que puede al otro y le arrebata el botín.
          Pues bien: ese “más fuerte” soy yo, y el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Y esa es la señal, a fin de cuentas.

          Yo no sé si estamos viviendo una señal de Dios. Es indiscutible que la que está cayendo es algo que se ha ido de las manos, y que el mundo entero anda pretendiendo atajar un mal que no sabe ni cómo le ha venido, ni cómo se puede liberar de él. Sencillamente andan los Gobiernos dando palos de ciego para comprobar cada día que la epidemia avanza, se extiende y se sufre pasivamente, viendo caer a miles de conciudadanos. Y lo que más les afecta a la hora de la verdad, que la economía se viene abajo y se destruyen todos los planes de crecimiento.
          Hay quienes –como siempre- acaban volviéndose contra Dios porque Dios no nos libra. Y los hay que miran a Dios y dicen: nos venías llamando la atención con muchas señales parciales y no te hemos querido entender… El mundo ha seguido su rumbo desenfrenado como si el hombre fuera a alcanzar ser dios…, y ha tenido que venir esta parada en seco donde nadie está seguro de sí mismo, ni sabe si será la siguiente víctima.
          Para el soberbio que quiere seguir jugando a ser dios, más diabólicamente se ensoberbece y blasfema. Para el creyente, que sólo en Dios pone su confianza, no queda sino la oración y el abandono en su misericordia, y esperar humildemente y con el corazón puesto en manos de Dios. Porque los hombres han pedido una señal del cielo, y es posible que al final la han obtenido, aunque no sea la que ellos hubieran deseado, arrimando siempre el ascua a su sardina. Pero ahí la tienen y ahora lo inteligente será saber sacar las consecuencias que nos sitúen en nuestro verdadero ser.

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