miércoles, 18 de marzo de 2020

18 marzo: Mandatos, preceptos y conciencia


LITURGIA        Miércoles 3º de Cuaresma
                      La liturgia de este día está centrada en la fidelidad a la Palabra. En Deut.4,1.5-9 Moisés habla de parte de Dios. Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir, y así viviréis. Hay un aspecto esencial: la obediencia a la Palabra de Dios, para tener vida y entrar y tomar posesión de la tierra que Dios ha prometido.
          Recalca ahora Moisés que él ha trasmitido lo que le ordenó el Señor, para que obren según esos preceptos: guardadlos y cumplidlos porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos, que reconocerán que las leyes de Israel son mucho más perfectas que las leyes de esos pueblos, y que eso le constituye una nación grande.
          Lo que hay que cuidar mucho es no olvidar esos preceptos y mandatos mientras viva aquel pueblo.

          Trasladado al evangelio de hoy, Mt.5,17-19, somos ahora nosotros los que no debemos olvidar ni posponer los mandatos de Dios. De hecho Jesús no ha abolido ninguno de los mandatos de Dios, y lo que el Señor ha enseñado a través de siglos a un pueblo escogido sigue en vigor aún en el mínimo punto de la i. Y pasarán el cielo y la tierra y no pasará de largo la Palabra de Dios y que deje de cumplirse hasta el detalle.
          De tal manera que el que enseñe algo en contrario, o manipulado de esa Palabra, por pequeño que sea, será tenido como el más pequeño en el reino de los cielos. Y por el contrario, el que lo enseñe y cumpla, será considerado grande en el reino de los cielos, que es el reino de Dios aquí abajo, el que nos toca vivir, el del evangelio, el de la vida cristiana.

          El punto en el que no podemos pararnos es el de los “preceptos y mandatos del Señor”, como materia de mayor envergadura. Para los cristianos hay mucha más materia, más “puntos de la i” que los que se conservan en los mandamientos y en los preceptos explícitos de Dios. Se nos ha dado una conciencia y en ella hay un filtro especial para descubrir detalles de finura espiritual por los que los “preceptos del Señor” afinan hasta aspectos delicados de la respuesta de cada momento, ante cada persona, en cada circunstancia. Esos detalles que dieron frutos de santidad en aquellas almas –los santos- que sobrepasaron los mandatos explícitos y llegaron a experimentar el evangelio como una llamada continua que está pidiendo acercarnos cada vez más al estilo y modo de Jesús, al “ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
          Las circunstancias mandan. Y lo que es “lo mejor” en un momento de la historia, no es lo más perfecto en otra situación. Lo que nuestra devoción personal nos pide, entra en conflicto con la realidad que se ha empinado por delante de nosotros, y de pronto nos deja en paños menores. Creía el hombre del siglo XXI que ya había doblegado el sufrimiento, la negación, la contrariedad; creía el hombre de este siglo que dominaba la vida como un dios. Y le ha bastado un virus para que se le venga abajo todo el tinglado y ahora toque empezar por la parte de abajo, pendientes de lo que pueda suceder, y dependiendo de factores que no tiene en su mano.
          Y ahí entra ese punto de finura de la conciencia de los espirituales para rendirse a la evidencia humildemente, acogiendo situaciones que nunca hubieran pensado ni deseado, pero que se le han venido encima, y donde los Gobiernos han tenido que echar mano de medios extremos y donde la Iglesia ha tenido también que agachar la cabeza en un acto meritorio de sumisión a fuerzas mayores, que rompen esquemas, que hieren devociones, y que nos hacen ser testigos directos de la primera bienaventuranza, enseñándonos la pobreza, no la que pensábamos, no la que nosotros dominábamos, sino la que se ha impuesto terriblemente y nos ha desbancado de todo. Lo que pasa es que esa pobreza se nos hará bienaventurada en la medida que la acojamos como lo que es: una manifestación al hombre de su limitación extrema. Tal pobreza que nos priva aún de apoyos y ayudas sobrenaturales. Sencillamente nos queda solo Dios, para ser adorado en espíritu y verdad: ni en Jerusalén, ni en el templo, ni en el monte… Sólo Dios en la humildad profunda de nuestro corazón. Y sabiendo que orar es algo que no tiene límites, y que a ello nos dio paso nuestra consagración bautismal, que nos hace a todos sacerdotes para ofrecer, sacrificar, orar, servir… y unirnos a la pasión y muerte de Jesucristo. La Resurrección vendrá después.

1 comentario:

  1. El Antiguo Testamento no es un libro obsoleto. Las palabras de los profetas no han dejado de estar vigentes. Sólo hay que leer el capítulo 24 del segundo libro de Samuel y reflexionar un poco. No debemos dulcificar el Evangelio, porque este siempre ha sido muy exigente para todos nosotros que decimos seguir a Jesús.
    El pecado tiene consecuencias. Así lo enseña la Palabra de Dios.
    El Evangelio mismo nos enseña que por el pecado, una torre como la de Siloé puede matar a justos e injustos. Todos somos débiles, todos estamos bajo el manto protector de María y ante todo la mano protectora de nuestro Dios, pero si Dios permite las situaciones catastróficas es, según la Biblia, para mostrar que el pecado tiene consecuencias (castigo por permisión de acontecimientos), y las pruebas.
    En este capítulo que señalo de 2 Samuel, se ve clararamente el castigo que Dios "permite" caiga sobre el pueblo. No es que Dios castigue directamente, es que Dios "permite". Dios perdona los pecados si nos arrepentimos, pero estos tienen sus consecuencias. Algunos creen que las consecuencias serán en el "mas allá", pero no necesariamente. También en la tierra. Dios da a elegir tres "castigos" posibles para su propio pecado, que ha sido la desobediencia. Y Samuel elige la peste (enfermedad muy contagiosa) que acabó con la vida de 70.000 personas, hasta que Dios dijo "¡basta!".
    Finalmente arrepentido, Samuel construye un altar y... bueno el final de la historia a lo mejor lo conocen ya.
    Y tiene mucho que ver con lo que hoy sucede. Los sacerdotes están haciendo algo parecido celebrando misas sin fieles en la mayor parte de las Iglesias, al menos debería estar ocurriendo así. Y cada uno en la medida de sus posibilidades espirituales, debe ejercer su sacerdocio real en estos momentos.
    Esta lección es para todos.

    El mundo hasta hace unos días, iba en una carrera desenfrenada, ya en España programando quitar la vida a ancianos y enfermos por la Ley de la Eutanasia. Para mi está claro. Dios ha intervenido y yo diría lo siguiente: "¿Hace unos días querías matar gente, y ahora no sabes como salvarlas?" Es una de tantas cosas que se podrían decir en estos momentos.

    Os animo a que permanezcáis en la fe y la esperanza, y no os dejéis vencer por el miedo, el desánimo o el pánico, porque realmente estamos en las manos de Dios. Siempre estuvimos en las manos de Dios.

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