martes, 17 de marzo de 2020

17 marzo: Cómo perdonar


LITURGIA        Martes 3º de Cuaresma
                      Dan.3,25.34-43 es la actitud de un creyente que se pone a orar porque no hay otra salida juiciosa en la circunstancia de aquel pueblo. No entra en discusiones, en juicios personales. Opta por lo que tiene en sus manos: orar: Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Y pone como testigos ejemplares a Abrahán a Isaac, a Jacob, a quienes Dios prometió multiplicar la descendencia.
          Y lo hace en unas circunstancias adversas de un pueblo sin recursos posibles para solucionar el caso: Ahora, Señor, somos los más pequeños de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra, a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos ni jefes, ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni un sitio donde ofrecerte primicias para alcanzar misericordia. Hemos quedado varados en unas circunstancias que no dependen de nosotros directamente, y estamos como el pueblo humillado que nos hemos quedado sin nuestros sacrificios y lugares para ofrecerlos.
          Ante eso no caben quejas, ni lamentaciones inútiles. Tenemos el recurso de nuestro mundo interior: Por eso acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros cebados; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que te sea agradable en tu presencia, porque los que en ti confían, no quedan defraudados. Nos queda nuestro mundo interior verdadero, ese que Jesús define como el de los verdaderos adoradores que adoran al Padre en espíritu y verdad, y ya no dependen ni de Jerusalén y el templo, ni del monte de Samaria. Cuando las circunstancias mandan y no puede cada uno resolver a su manera.
          Para concluir: Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro: trátanos según tu misericordia; líbranos con tu obrar admirable y da gloria a tu nombre.
          La Cuaresma se ha presentado no como cada uno la había diseñado sino llevada por fuerzas mayores que nos superan y a las que no podemos oponer más recursos que el de la humilde obediencia que nos ponga a cubierto, cuanto es posible. Y luego nos quedamos en brazos de Dios, lo único a que podemos aferrarnos incondicionalmente.

          En el evangelio (Mt.18,21-35) Pedro he preguntado a Jesús que si mi hermano me ofende, ¿hasta cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Responde Jesús que siempre: hasta 70 veces siete.
          Pero a tenor de la parábola que pone a continuación, lo que le preocupa a Jesús no es tanto el número de veces –que debe ser siempre- sino el modo del perdón que tiene que ser absoluto. No un perdón que deja en la recámara el recuerdo del mal recibido, y que un mal día, en unas malas circunstancias, sale a flote disparado como un obús. Que es en más de una vez la reacción de quien ha almacenado en la pocilga de su corazón, aquello que le ha ofendido, y que el día menos pensado, bajo el fragor de un disgusto, se acaba disparando contra la otra persona.
          Jesús concibe el perdón como la del amo que perdona la deuda y no quiere saber más de ella. Y exige que los demás, bajo su influencia, igualmente perdonen de corazón y olviden la deuda que con ellos alguien tenía contraída. ¿Qué resultado pone Jesús en el caso de aquel súbdito que no supo perdonar a un correligionario suyo? –Pues que el amo acaba por exigir ahora el pago de la deuda que había condonado.
          Lo enseñó Jesús en una sola frase del Padrenuestro: Perdona nuestras ofensas porque nosotros ya hemos perdonado. Y si yo he perdonado, puedo esperar el perdón de Dios. De ahí la forma gráfica en que Jesús expresa el sentido de la reconciliación completa, cuando el individuo va a presentar su ofrenda al altar, y yendo de camino cae en la cuenta de un hermano suyo que tiene quejas contra él. Pues que deje de momento su ofrenda, vaya a reconciliarse con su hermano, y luego vuelva en paz para presentar su ofrenda.
          Pienso que a más de uno nos falta el espíritu verdadero de perdón, y conservamos nuestros modos de pensar que suponen que no hemos cedido de nuestro amor propio. Y ahí es donde se albergan los resabios de nuestros criterios.

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