9 marzo: Ejercicios Espirituales, Málaga. 5’30
LITURGIA
Insistencia en el tema de fidelidad a los preceptos del Señor, como
mensaje cuaresmal. Dice Moisés (Deut.26,16-19) al pueblo: Hoy te manda el Señor tu Dios que cumplas estas leyes y decretos; guárdalos
y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma. Aquí ya hay un rasgo de
mucha importancia que supera la manera de vivir estos preceptos los fariseos de
los tiempos posteriores. Y es que el Señor quiere que se guarde su palabra –sus
mandatos- con todo el corazón y con toda
el alma. Por tanto, no como meros cumplimientos de preceptos y con eso
quedarse satisfechos y tranquilos, sino poniendo el alma en vivir de acuerdo
con la enseñanza de Dios.
Esto tiene una actualidad muy fuerte en el mundo de nuestros
fieles, demasiado acomodados a cumplir mandatos pero no siempre desde el
corazón, desde la convicción de que hace un obsequio a Dios, al que no sólo hay
que “no ofender” sino al que hay que agradar
en los detalles de la vida, en vivir su voluntad en la tierra con todo el
corazón, como ya se hace en el Cielo.
Continúa Moisés, diciendo: Hoy te has comprometido con el Señor a que él sea tu Dios, a ir por sus
caminos y observar sus leyes y preceptos y mandatos, y a escuchar su voz.
Nueva parada para caer en la cuenta la gran finura que lleva este texto para
enseñarnos a acoger los mandatos de Dios. No son sólo los mandatos, preceptos y
decretos, sino a escuchar su voz, que
va más allá de lo mandado. “Escuchar la voz” del Señor equivale a ese “venga a
nosotros tu reino, hágase tu voluntad en el tierra como en el cielo”. Es mucho
más que cumplir obligaciones. Se trata de delicadezas del corazón del hijo que
quiere agradar a su padre.
Y hoy el Señor se
compromete a que seas su pueblo propio, como te había prometido; él te elevará
por encima de todas las naciones y serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios,
como lo tiene prometido.
Es un párrafo precioso para ser desmenuzado y sentido en el
hondón del alma, y que obliga, con obligaciones del corazón a vivir de lleno
los mandatos del Señor.
Aplicación práctica y concreta de todo ese mundo más íntimo
de los preceptos de Dios, es el evangelio (Mt.5,43-48) en el que Jesús pone una
vuelta de tuerca sobre las prácticas anteriores. Se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros
enemigos y haced el bien a los que os aborrecen, y rezad por los que os
persiguen y maltratan. Así seréis hijos
de vuestro Padre que está en el cielo. Amar a los amigos es cosa fácil
y natural. Amar a los enemigos es ya exigencia de la fe en Cristo. Un amor que
no tiene que ser afectivo pero tiene que ser de hacer el bien a los que nos aborrecen y de pedir por esos que se muestran enemigos y llegan al maltrato y a la
calumnia.
Pedir es ya una terapia para el propio ofendido. En vez de
albergar recelos, odios, deseos de venganza, pedir por los que nos calumnian y
maltratan es una manera de destensar sentimientos negativos. Luego, vendrá el
segundo efecto, ya en cristiano, que es poner en práctica lo que Jesús nos ha
enseñado como modo de ser hijos de Dios, los que rezamos el PADRE NUESTRO y no
excluimos a nadie. Que Dios hace salir su
sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia a justos e injustos. Es lo que
nos da estar ya en el plano del sermón del Monte, ahí donde Jesús ha mostrado
las características esenciales que constituyen el ser miembros del Reino. Para
entendernos: para ser cristianos, para ser seguidores de Jesús.
Otros modos de actuar y reaccionar son propios de paganos,
de gentes ausentes de la espiritualidad cristiana. Dice Jesús que proceder de
otra manera es propio de paganos. Y no proceder en línea de lo que enseña
Jesús, es quedarse en ese paganismo.
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