miércoles, 3 de agosto de 2016

3 agosto: La mujer cananea

Liturgia
          Hoy cambia radicalmente el mensaje de Jeremías (31, 1-7), y de sus profecías de desastre de Jerusalén pasa al requiebro de amor y ternura sobre esa ciudad y sobre Israel. Halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada; camina Israel a su descanso. Es la visión del final del destierro. Jeremías ve a Israel caminando de nuevo hacia la tierra de sus padres, hacia la Jerusalén que simboliza el triunfo de una nación que había sido deportada a país extranjero.
          Todavía te reconstruiré y serás reconstruida, Doncella de Israel; todavía te adornarás…, bailarás, plantaras viñas…: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Es un canto de victoria, que suena mucho más gozosamente cuando ha precedido el desastre y la anulación por parte del opresor.

          Este evangelio de la mujer cananea (Mt 15, 21-28) es de una belleza especial, y uno de los que ponen más a las claras la realidad humana de Jesús. Viene el episodio tras la tempestad del Lago, en que desembarcan en Genesaret. Y se desvían hacia la frontera, de modo que está ahora mismo en los límites de Tiro y Sidón (de Fenicia). Una mujer pagana lo descubre y se viene a él para suplicarle a favor de una hija suya que está poseída por un mal espíritu.
          Jesús se encuentra ante un dilema. Él ha venido como Mesías de Israel, y no ha sido enviado a las naciones extranjeras. Otra cosa es que el alma se le va por hacer el bien sin mirar a quién. Se le presenta un tema de conciencia: no ha sido enviado a los extranjeros; su alma quiere abrirse allí donde haya una necesidad. Y en esa lucha interior opta por no prestar oídos a la mujer (porque si le presta oídos, actuaría con su corazón). Y emprende el camino hacia el interior de Israel.
          Pero la mujer sigue a Jesús y sus apóstoles, gritando detrás. Los apóstoles interceden por ella, bien porque les molestan sus gritos, bien porque han visto que Jesús sigue caminando sin hacer caso. Jesús les responde que no ha sido enviado más que a las ovejas de Israel. Ese era su dilema, su lucha. Que querría atender a la mujer pero que piensa que no es su encargo mesiánico.
          La mujer opta por ponerse de rodillas delante de Jesús y suplicar desesperadamente: Señor, socórrenos. Jesús intenta todavía mantener su lugar mesiánico y echa mano de un refrán que se estilaba: No está bien que el pan de los hijos se le eche a los perrillos. Pretendía justificar así su pasividad en aquel caso, aunque su alma estaba volcada hacia la necesidad que le presentaba la mujer. Intentaba Jesús mantener su conciencia en el fiel.
          Pero la mujer le derrumba la resistencia cuando le responde con toda humildad: Tienes razón, Señor; pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de los amos. La mujer se conformaba con las migajas… No le correspondía por derecho que Jesús la atendiera. Pero “las migajas” no se pueden negar…
          Para Jesús aquella mujer tradujo la voluntad de Dios. Era una insistencia humana pero también desde lo más humano se sirve Dios para manifestar su voluntad. La “norma mesiánica” era más ancha que Israel. Y la mujer había sido un “signo” de Dios. Y Jesús ya no se resistió: Se admiro que la mujer: ¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. Y su hija quedo curada en aquel momento.


          No se me escapa que este episodio podía ser como la puesta en escena de la enseñanza de hace pocos días dio Jesús cuando habló de la oración. Enseñaba entonces que si el amigo no se levanta de la cama por ser amigo, al menos lo hace por la insistencia del otro. Aquí Jesús no ha actuado a la primera ni a la segunda… Su alma le pedía actuar pero algo se interponía para esa acción. Fue la insistencia de la mujer la que acabó derribando el muro. Y eso nos lleva a la necesidad de orar e insistir y nunca desfallecer. Lo que Jesús había enseñado de palabra, ahora se ha visto realizado en un hecho concreto en el que Jesús era protagonista. Y ha dado resultado.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:17 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    LOS HOMBRES RESPONDEN A DIOS.

    "Entre Dios y la ciencia no encontramos jamás una contradicción. No se excluyen, como algunos piensan hoy, se complementan y se condicionan mutuamente".(Max Planck, físico y premio Nobel)

    HAY ALGUNA CONTRADICCIÓN ENTRE LA FE y LA CIENCIA?.-No hay una contradicción irresoluble entre fe y ciencia,porque no puede haber dos verdades.
    No existe una verdad de la fe que pudiera estar en contradicción con una verdad de la ciencia. Sólo hay una verdad a la que se refieren tanto la fe como la razón cietífica. Dios ha querido tanto la razón, mediante la cual podemos conocer las estructuras razonables del mundo, como ha querido la fe. Por eso la fe cristiana potencia las ciencias (naturales). La fe existe para que podamos conocer cosas que,aunque no son contrarias a la razón, sin embargo son reales más alla de la razón. La fe recuerda a la ciencia que no debe ponerse en el lugar de Dios y que tiene que servir a la creación. La ciencia debe respetar la dignidad humana en lugar de atacarla.

    ¿QUÉ TIENE QU VER MI FE CON LA IGLESIA?.-Nadie puede creer por sí solo,como nadie puede vivir por sí solo. Recibimos la fe de la Iglesia y la vivimos en comunión con los hombres con los que compartimos nustra fe.
    La fe es lo más personal de un hombre, pero no es asunto privado.Quien quiera creer tiene que poder decir tanto "yo" como "nosotros" porque una fe que no se puede compartir ni comunicar sería irracional. Cada creyente da su asentimiento libre al "creemos " de la IGLESIA. De ella ha recibido la fe y ella es la que la ha transmitido a través de los siglos, la ha protegido de falsificaciones y la ha hacho brillar de nuevo. La fe es por ello tomar parte en una concinción común. El "yo" y el "nosotros" de la fe lo destaca la Iglesia empleando dos confesiones de bla fe en sus celebraciones, El credo apostólico, que comienza con "creo" y el credo de Nicea Constantinopla, que en su forma original , comenzaba con "creemos".

    Continuará

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  2. Jesús reconoce y valora todo lo positivo de cada persona.Para nosotros, es signo del amor incondicional de Dios a los hombres ,que sólo pueden tener actitudes humanas, colmadas de imperfecciones, pero Dios es Padre. La escena de la mujer cananea nos recuerda la oportunidad que tenemos como Iglesia de ser acogedores de tantos emigrantes que llegan de otros países. Dios es Padre de todos; por tanto, el "pan " que Él ofrece es para todos sus hijos e hijas sin excluir a nadie.

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