viernes, 19 de agosto de 2016

19 agosto: El Espíritu que da vida

LITURGIA
                Estamos de nuevo ante las imágenes típicas de Ezequiel. En 37, 1-14 se hace una profecía gráfica sobre Israel, que ha quedado como un cúmulo de huesos secos de los que humanamente no cabe ya nada que esperar. Dios pregunta al profeta si esos huesos –que representan a la casa de Israel- podrán tener vida y el profeta responde a Dios que Él lo sabe. –Profetiza sobre esos huesos: escuchad la Palabra el Señor. Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu y viviréis. Ezequiel pronuncia el oráculo y los huesos se van ordenando y sobre ellos crecen tendones y carne. Son cuerpos muertos. Una nueva palabra de Dios pide a Ezequiel que conjure al espíritu y entonces aquellos huesos adquieren vida y se constituye una multitud de vivientes que representan al Israel renovado que sale de su sepulcro; esos huesos son la entera casa de Israel que Dios hace salir de sus sepulcros. En ellos infundirá su espíritu y vivirá.
            Tiene belleza esta imagen y abre la esperanza sobre el Israel de Dios. Anuncia no sólo un espíritu que lo devuelve a la vida sino un Espíritu que le eleva como renovado Pueblo escogido por Dios. Y nos consuela pensando en ese día en el que Dios será el pleno Dios de ese pueblo que hoy lo adora pero que no ha recibido a su enviado Jesucristo. Ha de llegar ese día en que el Espíritu del Señor cubra a ese pueblo y admita la redención y salvación que Cristo le trae.

            Los fariseos siguen hostigando a Jesús. En vista de que ha acallado a los saduceos, hoy vienen  a hacerle “el examen” de sus convicciones. (Mt 22, 34- 40). Quieren poner a prueba a Jesús, quieren comprobar su ortodoxia y le preguntan por el principal mandamiento de la Ley. Es como preguntar a un niño “quién es tu mamá”, o como preguntarnos a nosotros el Padrenuestro. Jesús respondió de corrida y a la vez con toda fruición: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Y añadió: Éste es el principal y primero. El segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley y lo Profetas. Es decir: con vivir esos dos mandamientos, se ha hecho todo lo que hay que hacer. Claro que no son dos formulaciones sino dos principios de vida a seguir y a ahondar, a concretar y a hacer vida en la vida personal…, ¡a infundirles espíritu!, ese espíritu de que ha hablado Ezequiel y que ha de invadir a la entera casa de Israel.
            Ese MANDAMIENTO DOBLE lo encierra todo. Y aunque bastaría para tener una vida en condiciones, Israel y nosotros lo tenemos explicitado en los diez mandamientos, donde los tres primeros abarcan ese amor a Dios con todo el corazón, y donde los otros 7 miran a nuestras relaciones con el prójimo. Y que para Jesús están tan en primera línea como el principal y primero, de modo que no honra a Dios el que no honra a sus semejantes, ni tiene verdadera relación con sus semejantes el que no arranca de su conexión profunda con Dios.

            Para nosotros tiene todo eso una mucho más profunda exigencia que la que podía tener para un judío, porque a nosotros esos 10 mandamientos –encerrados en dos- se nos han abierto en amplio abanico con la explicación de Jesús en el Sermón del Monte, donde ya no se reduce el mandato a un cumplir unas obligaciones, sino que hemos recibido un ESPÍRITU –anunciado por Ezequiel- que nos llama a una novedad profunda que se adentra en nuestras intenciones y sentimientos, en nuestras palabras y en nuestras obras. Es una exigencia que brota ya del interior y que es mucho más fuerte que lo que pueden dar unos mandatos concretos que se pudieran cumplir y dejar tranquilos. La verdad es que un verdadero creyente en Dios y en su proyecto no se queda nunca afincado en una falsa tranquilidad de “cosas cumplidas”, porque sabe que el recorrido de la relación personal con Dios es mucho más largo…, no tiene (mientras se vive) una ‘etapa final’, y siempre llama a más…, al ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Y eso es un ideal inalcanzable pero siempre perseguible…, estimulante, para nunca decir: “basta” en el camino hacia Dios, hacia la consumación de la vida de la persona creyente. 

1 comentario:

  1. Ana Ciudad9:04 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    EL CIELO Y LA CRIATURAS DIVINAS:

    "Anhelamos la alegría del cielo, donde está Dios. Está en nuestro poder estar ya ahora con él en el cielo, ser felices con él justo en este momento. Pero ser felices con él ahora quiere decir:ayudar como el ayuda, dar como él da, servir como él sirve, salvar como él salva. Estar veinticuatro horas a su lado, encontrarlo en sus disfraces más terribles. Porque él ha dicho:"Todo lo que hagáis al más pequeño, a mí me lo hacéis"(Madre Teresa).

    ¡QUÉ ES EL CIELO?.-El cielo es el "medio " de Dios , la morada de los ángeles y los santos y la meta de la Creación. Con la expresión "cielo y tierra" designamos la totalidad de la realidad creada.
    El cielo no es un lugar en el universo. Es un estado en el más allá.El cielo está allí donde se cumple la voluntad de Dios sin ninguna resistencia. El cielo existe cuando se da la vida en su máxima intensidad y santidad, vida que no se puede encontrar como tal en la tierra. Cuando con la ayuda de Dios vayamos algún día al cielo, entonces nos espera lo "que ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman"(Cor 2,9).

    ¿QUÉ ES EL INFIERNO?.-Nuestra fe llama "infierno" al estado de la separación eterna de Dios, el NO absoluto al amor.
    Jesús que conoce el infierno diceb que son "las tinieblas de fuera" (Mt 8,12), Expresado en nuestros es seguramente más frío que caliente. Con estremecimiento se badivina un estado de completo entumecimiento y de aislamiento desesperado de todo lo que podría aportar la vida ayuda, alivio,alegría y consuelo.

    ""Puede haber personas que han destruído totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor.Entonces la destrucción del bien sería irrevocable; esto es lo que se indica en la palabra "Infierno" (Benedicto XVI)

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