domingo, 1 de julio de 2012

La FE


DOMINO 13 T.O. B
             El Evangelio de hoy se lleva el núcleo de la enseñanza de este domingo.  Jairo llega a Jesús cuando su hija está en las últimas.  La mujer de ls hemorragias, cuando ya se ha arruinado con los médicos, sin hallar solución a su mal.  Tenemos que decir que han hecho bien lo que han hecho: buscar los remedios humanos hasta donde tenían que buscarlos. San Ignacio  de Loyola -cuyo mes empieza hoy- enseña que “tenemos que hacer las cosas como si sólo de nosotros dependiera, y que luego debemos convencernos de que todo depende de Dios.
             Jairo viene con su fe;  la suya…, al modo que él la tiene. Pide a Jesús la ayuda y la pide con sus condicionantes, que él cree necesarios: “Ven, baja a mi casa, impón las manos sobre mi niña para que se cure y viva”. Hasta ahí llega su fe.
             Al otro lado surge la mujer de las hemorragias, que en su fe se contenta con pasar desapercibida, y se limitaría a llegar a rozar el borde del manto de Jesús, y así quedaré sana.
             Jesús emprende la marcha hacia la casa de Jairo, adaptándose a la fe de este hombre. El paso es lento porque eso lo lleva en sí la multitud que va rodeando.  Lo que Jairo querría es que Jesús volase, pero se ha de adaptar a lo que hay.  Y por detrás de Jesús, abriéndose paso a codazos entre el gentío, la mujer aquella, que logra llegar a la proximidad de Jesús, lo suficiente para rozar su manto y luego quedarse perdida y anónima entre la multitud. ¡Y curada, en efecto!, como ella esperaba.  Pero lo divino no es así de anónimo, y Jesús detiene su marcha y mira en derredor, y como nadie es protagonista, pregunta ya abiertamente: “Quién me HA TOCADO?   Simón Pedro parece como querer decirle que la pregunta huelga. ¿Cómo pregunta quién le ha tocado cuanto todo el mundo le apretuja?  Y Jesús dice: No pregunto por los que me empujan a derecha e izquierda, sino quién me HA TOCADO.  Apretujarme, ya se Yo que son muchos.  Muchos vienen con sus listas de urgencias, angustias, peticiones o necesidades. “Apretujarme”, ¡muchos!  Pero TOCARME, con ese toque de la fe, es ya otra cosa.  Y que alguien me ha tocado de otra manera, lo se Yo, porque ha salido de Mí la fuerza sanadora. Jesús sigue parado y mirando, y la mujer –ahora temerosa por haber podido cometer una imprudencia, se llega a Jesús y se sitúa humilde ante Él.  Jesús debió mirarla con inmensa compasión amorosa y pronunció su gran palabra: Mujer: que se haga como has creído. Vete en paz y con salud.
             Realmente –con la 1ª lectura- Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes, sino que hizo a todos para vivir el abismo de la bondad de un Dios misericordioso.
             Tampoco un Dios a la medida nuestra, ni en los condicionantes nuestros, ni dependiente de nuestras formas y pensamientos.  Nadie hubiera imaginado un Dios que deja a su Hijo en la cruz…   Pero Jesús vive su fe incondicional, hasta estar sintiendo el “abandono” y juntamente recrearse en el gozo de haber hecho todo lo que tenía que haber hecho, y acabar “desclavando sus brazos2 no para bajarse de la cruz sino para entregarse totalmente en las manos del Padre en quien confía.

             Pregunto yo ahora: ¿Nos hemos puesto en este tiempo en el pellejo de Jairo?  Porque Jairo debía estar que se carcomía por dentro.  Con la urgencia que él ha venido; con los condicionantes de su fe, que piden la bajada de Jesús a la casa, cuando su hija está en las últimas, toda esta parada con la mujer que HA TOCADO, debía estarle destruyendo su ánimo, ya de por sí abatido.  Y por si le faltaba algo, le llegan los sirvientes de casa a decirle que ya no tiene que molestar al Maestro, porque la niña ya ha muerto.  Es evidente que el retraso provocado por la mujer no había influido en nada el no llegar a tiempo.  No hubieran llegado ni no apareciendo en escena la mujer.  Jairo se derrumba.  Rompe a llorar. Y Jesús, allí tan cerca de él, le dice una palabra de cuño divino:  No temas.  Simplemente, CREE.  Bueno: es que es ahora cuando empieza la fe de Jairo. Hasta aquí, él había marcado “hoja de ruta”.  Se le ha venido abajo. Se ha quedado sin argumentos.  Sólo le queda LA DUDA, esa duda tan esencial que purifica la fe.  Ahora, cuando le han fallado todos sus medios y formas y no tiene ya dónde agarrarse. ¡Simplemente CREE!, le ha dicho Jesús.
             Y llega Jesús a la habitación de la difunta, una criatura de 12 años, con su madre llorando desesperanzadamente, la familia igual… (Las plañideras de oficio, con sus estentóreos lamentos, a la entrada de la casa).  Jesús manda que todos salgan fuera de la habitación. Quedan sólo Jairo, su esposa, y los tres discípulos que Jesús ha tomado consigo. Se dirige a la cama de la niña.  Lloran y ven a Jesús como el hombre bueno que va a sentir la conmiseración ante aquellas carnes tiernas de una niña muerta.  Pero Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción, sino que quiere la vida de los que Él ha creado.  Y Jesús toma a la niña de la mano, y dice: Levántate, niña. Yo te lo mando.
             La niña se pone en pie. Los padres casi que no respiran. Ni –en su emoción- advierten que Jesús se retira.  Lo único que hace Jesús antes de marcharse, es encargar a sus padres que le den de comer.  ¡Hasta ese detalle!
             Salió, se alejó, con su único deseo e “que nadie se enterase”. Ese deseo que hay que decirle a Jesús que es imposible de realizar, porque una cosa como la que ha hecho no puede silenciarse.  Y aunque todos callaran, ls piedras hablarían.
             Apostillará la 2ª lectura de San Pablo: Sobresalid en la fe, en el conocimiento y cariño mutuo.  Y expresadlo en la ayuda material o moral que los otros necesitan de vosotros.  Que todo eso es parte de la fe.

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