viernes, 13 de julio de 2012

EL AMOR DE DIOS


EL AMOR NO PASA NUNCA
             Esa es una conclusión de San Pablo tras mostrar las características del verdadero amor.  Oseas nos pone de manifiesto esa realidad del modo de ser de Dios.  El Pueblo ha sido (tendríamos que añadir: es y será) olvidadizo, díscolo, desagradecido…;  duro de cabeza, “adúltero” (por su facilidad de irse tras los ídolos humanos y egoístas). Aquel pueblo y este pueblo de hoy en el que podemos sentirnos inmersos y protagonistas. Ante esa situación, si Dios fuera el dios pelele que muchos imaginan, el dios culpable de los males y al que se le puede tratar como una camisa de quita y pon (según apriete el zapato), ¡tiempo ha que nos habría dejado ya de su mano, y a que vivamos a nuestro aire…, aunque sea un aire que nos asfixia).  Pero DIOS ES DIOS Y NO HOMBRE, como decía ayer la lectura. Y hoy queda apoyado todo eso en las nuevas actitudes de misericordia que nos acentúa la 1ª lectura:  Conviértete…, que es palabra de esperanza de Dios en el hombre y debe ser palabra de esperanza del hombre en Dios (porque siempre nos está esperando con infinita paciencia). Tropezaste con tu pecado…, pero vuélvete y pide perdón. Yo curaré tus extravíos (aunque no lo merezcas);  florecerás como azucena;  como verde olivo será tu esplendor…  Rectos son los caminos del Señor, y los justos andan por ellos. De esta manera, pese a todos nuestros pesares, el amor de Dios a nosotros NUNCA SE PIERDE.  Nosotros somos capaces de perder amor… Dios, no.
             Lo que el Evangelio traduce en realidades del amor, que –desde luego- no es un amor “de terciopelo” sino recio y con cruz por delante.  Porque Jesús advierte a sus discípulos que “os envío como corderos en medio de lobos”.  Por eso tenéis que ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas, porque os llevarán hasta los tribunales…, vuestros mismos padres o vuestros hijos… No os preocupéis qué tengáis que responder, que el Espíritu Santo ya os inspirará.  Todos os odiarán por mi nombre.  Cuando os persigan en una ciudad, os vais a la otra…
             Queda muy claro que nuestra vida de seguidores de Jesús no es un paseo triunfal, no son privilegios;  no es “las gentes de Iglesia” ya tenemos nuestro “paraguas” para nuestra seguridad, ni nuestras “ventajas”, ni nuestros “dominios”.  El gran error de los que se apegan a las instituciones de iglesia es pensar que ahí han encontrado su seguridad y tranquilidad. Lo que Cristo nos ha anunciado es lucha, incomprensión, “lobos”… Y a mí, que me gusta dar la vuelta a las palabras, podemos ser lobos nosotros mismos.
             Lo que Cristo anuncia es su propia vida repetida en nosotros. Tribunales, acusaciones y calumnias.  Y persecuciones de los mismos “de la familia”.  ¿Acaso el discípulo va a ser más que su Maestro?  Pero no os preocupéis…  ¡Palabra clave!  Ya saldréis adelante.  El Espíritu es quien acompaña, inspira y sugiere.
             Y leemos estas cosas en el Evangelio y nos tiran para atrás, porque a todos nos gusta ver el terciopelo y los lirios del campo.  Pero eso es dejar parcial el evangelio, que tiene cruz.  O para decirlo con mucho realismo: La vida humana tiene cruz.  No hay vida sin cruz.  La cruz llega desde todos los ángulos.  Donde menos se espera.  Y posiblemente –muchas veces- sin culpa de nadie.  Con culpas, recelos, pasiones humanas de todo tipo, otras. Pero EL AMOR NO PASA NUNCA, y bien tenemos que rezar, VIVIR y aprender esa maravillosa frase de la oración de la Misa, antes de la PAZ:  No mires nuestros pecados…, SINO LA FE DE TU IGLESIANosotros seremos siempre imperfectos; no tendremos por dónde cogernos. Seremos capaces de cualquier cosa.  Y seremos capaces de ni sentirnos culpables.  Todo eso es posible, y hemos de darlo por asentado.  Pero LA FE DE TU IGLESIA es Cristo mismo, que va purificando y limpiando constantemente a esa su Iglesia, y cuando la fe es fe, cuando nuestro amor a Jesús es amor a Jesús (necesariamente –al par- a su Iglesia), nada te turbe, nada te espante; Dios no se muda.  EL AMOR NO SE PASA NUNCA.  Por supuesto el de Dios a nosotros.  Tampoco el verdadero amor de nosotros a Dios.

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