domingo, 8 de julio de 2012

¡HAY PROFETAS EN LA IGLESIA!


PROFETAS HOY, se quiera o no
             La primera lectura de este domingo es muy confortadora, a la vez que exigente.  Ezequiel estaba tan tranquilo. De pronto el Espíritu del Señor entra en él y Ezequiel instintivamente –por un impulso ajeno a su reflexión- se pone en pie (que es postura de misión, de escucha, de envío- y oye a Dios que le envía a un pueblo rebelde, desde los padres –anteriores- a los hijos –de ahora-.  Pues bien: testarudos y todo, tú les hablas. Que quieran o no, lo acepten o no, sabrán ellos ue hubo un profeta en Israel.
             Esto es de una enorme exigencia, porque Dios se hace presente y su Palabra no volverá a Él vacía.  Cuando Jesús se presentó en su pueblo de toda la vida, entre los que fueron sus compañero de juegos infantiles, o jóvenes que trabajaron en el tajo codo a codo con Jesús, que se juntaron en la plaza y se cruzaron por la calle, la reacción primera –al escucharlo en la sinagoga- fue de asombro, porque realmente les llamaba la atención el paisano de años, constituido ahora en profeta.  Y con la malevolencia de la crítica y con el desprecio del profeta en su propia tierra, acabaron “atando las manos” a la acción liberadora de Jesús, que siempre había apoyado sus hechos prodigiosos en la fe de las gentes.  Allí no hubo fe y Jesús no pudo hacer allí sus milagros, salgo alguno suelto en personas sueltas de fe en Jesús.  Y Jesús mismo se extrañó de aquella falta de fe.
             No obstante, queriéndolo o no, aceptándolo o no, Nazaret tuvo que llegar a tener constancia de que había tenido entre ellos un profeta de Dios.  Las cosas requieren tiempo, y muchas veces requieren batacazos de la vida que son los que abren el sentido para comprender que realmente tuvieron las gentes entre ellos ese profeta que les puso delante a Dios.
             Muchas personas ven hoy a sus hijos, a sus familiares irse del camino que habían aprendido. Hay quienes pretenden arreglarlo con repetitivas –y de efectos contrarios- insistencias…  En realidad el profeta de Dios (el que lleva verdad de Dios) no necesita remachar ni hacerse pesado ni machacón. Lo que necesita es seguir siendo profeta de Dios (persona que refleja la verdad de Dios…, que la habla y que la vive). Y quieran o no aceptarlo, lo reconozcan o no, quien tiene cerca un profeta de Dios acaba notando que aquella persona, aquella actitud, es realmente algo que interroga, que se hace presente sin saber uno ni cómo.  El profeta puede creer que ha fracasado.  Y sin embargo, su acción queda ahí “microencapsulada” y actuará en el momento oportuno, y sabrán todos que allí hubo un profeta de Dios.
             San Pablo nos deja una nota bellísima.  El profeta no es un superhombre. No es profeta por ser un incontaminado. Él nos confiesa su debilidad, su misterioso “aguijón de la carne”, “emisario de Satanás” que le apalea.  Y acepta tranquilamente que eso le obliga a ser un profeta desde la humildad…, desde la humillación.  No el profeta triunfante en olor de multitudes, sino el profeta que tiene su propio “aguijón”, pero que no por eso deja de ser profeta y de poder actuar como profeta en el nombre de Dios.  Es más: presumo de mis debilidades, porque así realza en mí la fuerza de Cristo…, porque cuanto soy más débil, entonces soy más fuerte.
             Cuando hoy llegue el momento de acercarnos a la Comunión, hemos de experimentar en cada uno esa palabra profética de Jesús  En una parte, porque –queriendo o sin querer…, advirtiéndolo o no- la llegada de Jesús a nuestro interior debe realizar obra de Dios.  Pero juntamente debe constar que Jesús llegó a Nazaret y no pudo hacer allí muchas maravillas porque había en ellos falta de fe.
             El confesionario es testigo de muchas situaciones.  Unas veces es testigo de ausencias. Porque hay –por decirlo así- “demasiadas comuniones” en comparación con las reducidas confesiones.  ¿Qué se confiesan directamente con Dios?  Eso es una falsedad que niega la propia palabra de Jesús que dejó ese poder directa y exclusivamente al sacerdote (en la entrega hecha a sus apóstoles).  Otra ausencia es la de los propios sacerdotes que no dan a la labor sublime de la atención sacramental del perdón todo el tiempo y el valor que tiene –sabiéndose ellos- no “máquina amorfa de absoluciones” sino tutores que acompañan hacia un crecer de la vida de la fe de cuantos se acercan, y descubren que HAY PROFETAS DE DIOS.
             El confesionario es también testigo de las presencias, porque ahí palpa uno a Dios actuando en aquellas almas que, muchas veces llegaron poco más o menos como los habitantes de Nazaret…, casi por curiosidad, rutina, “vaciar el saco”, y se encontraron con Dios a través del “profeta” que les condujo a un paso nuevo en ese caminar cristiano hacia Jesús, hacia la vivencia más gozosa de la propia fe, que nunca es algo anquilosado que ya está hecho y acabado, sino una fragua de nuevas preciosas y precisas realidades y descubrimientos.

1 comentario:

  1. Anónimo10:54 a. m.

    El Purgatorio es dogma de fe. No creer un dogma de fe es pecado.

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