sábado, 7 de julio de 2012

Los montes manarán vino nuevo


SIEMPRE NUEVO
             Hoy podríamos enfocar el sentido litúrgico desde una palabra: “Siempre nuevo”.  Y es que así se nos dan hoy las dos lecturas.  AMÓS, que ha expresado su profecía en tintes más negativos que esperanzadores, hoy aterriza en el sentido final que había en la intención de Dios a través de todo el resto de este discurso profético.  Ya ayer había una ráfaga de luz en esa hambre de la Palabra de Dios, aunque todavía el pueblo no fuera capaz de encontrarla. Hoy aterriza ya en donde tenía que ir toda profecía (=palabra que expresa la mente de Dios), y entra en imágenes  orientales gozosas:  la choza de David que se restaura y la levanta Dios de las mismas ruinas; el que ara y el que siega parece como se van pisando los talones, lo mismo que siembra y el que recoge, imágenes de fecundidad y riqueza de la cosecha que se viene a las manos.  Los montes manarán vino…, y los cautivos regresarán a sus casas.  Y no habrá quien les pueda arrancar jamás de su campo.   Observo con gozo inmenso que las promesas de Dios son siempre absolutas.  Que nunca es Dios quien rompe la cuerda. Que la seguridad nos está siempre afianzando en Dios.
             Dios anuncia la paz a su pueblo, ha sido la repetición a la que nos ha llevado el Salmo, que nos sirve de eslabón para seguir adentrándonos en lo siguiente.
             En el Evangelio hay una cierta intranquilidad o perplejidad en los discípulos de Juan.  Han recibido una herencia del bautista que tiene muchos tintes de Antiguo Testamento, porque Juan empezó su vida y mamó su doctrina en ese clima.  Vienen, pues,  a aclarar una duda que les preocupa: ¿Por qué los discípulos de los fariseos y nosotros ayunamos y tus discípulos no?  Y Jesús se va a sus famosos cuentecillos que hacen “ver” las cosas mejor que con explicaciones conceptuales.  “Mirad: Juan vino a preparar una boda, para que toda la fiesta fuera un gozo total.  Eso fue todo el período anterior a mí.  Y es que yo soy el novio de esa fiesta que preparó Juan.  No sería lógico que, ya metidos en plena fiesta y con el novio en medio, sus amigos se dedicaran a ayunar”.  Pero todo sto tiene más repercusiones”.
             “Yo vengo con un vino muy nuevo…, el que Amós anunció que manarían los montes. Este vino que yo traigo tiene muchos grados. Como se quiera meter en los toneles antiguos, los toneles viejos revientan, y nos quedaríamos sin toneles y sin vino.  Ayunar, cumplir leyes y seguir costumbres, sería ese vino viejo.  Pero ese ha acabado.  El vino que yo traigo es mucho mejor: va al interior; no se queda en el ayuno ni en las prácticas externas.  No se queda en –como Juan enseñaba- en que si tienes dos túnicas, dé una al que no tiene. Voy más al fondo. Voy al corazón de cada persona. No basta dar la túnica. Hay que dar el corazón”
             “¿Comprendéis ahora?  Vosotros ayunasteis y lo hicisteis bien. Pero eso ya no basta.  Ayunar es una práctica externa.  Yo he venido a penetrar los corazones.  Y ya no es “bueno” el que “hace” sino el que “siente, el que piensa, el que reparte el bien aun a costa de sí.  Por eso mis discípulos no ayunan.  Pero lo que ellos llevan ahora entre manos es enormemente más profundo y le coge toda su persona”

             Entonces nos cabe preguntar:  ¿estás, Señor, de acuerdo con nuestras religiosidades populares de fiestas externas con un fondo o un motivo de fondo religioso?  Pues hay que ver lo que tienen de vino nuevo, de vida sacramental, de amor a la Iglesia, de vida evangélica como base y camino que se hace.  Y si hay ese vino nuevo, y se bebe ese vino y no el que emborracha o divierte simplemente, serán estupendas.  Si no, el odre se rompe o hace tiempo que se quedó roto, y por eso se derrama todo intento de echar el nuevo vino que ha traído Jesús.

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