SIEMPRE NUEVO
Hoy podríamos enfocar el sentido
litúrgico desde una palabra: “Siempre nuevo”. Y es que así se nos dan hoy las dos
lecturas. AMÓS, que ha expresado su
profecía en tintes más negativos que esperanzadores, hoy aterriza en el sentido
final que había en la intención de Dios a través de todo el resto de este
discurso profético. Ya ayer había una ráfaga
de luz en esa hambre de la Palabra de
Dios, aunque todavía el pueblo no fuera capaz de encontrarla. Hoy aterriza
ya en donde tenía que ir toda profecía (=palabra que expresa la mente de Dios),
y entra en imágenes orientales
gozosas: la choza de David que se restaura y la levanta Dios de las mismas
ruinas; el que ara y el que siega parece como se van pisando los talones, lo
mismo que siembra y el que recoge, imágenes de fecundidad y riqueza de la
cosecha que se viene a las manos. Los montes manarán vino…, y los cautivos
regresarán a sus casas. Y no habrá quien
les pueda arrancar jamás de su campo. Observo con gozo inmenso que las promesas de
Dios son siempre absolutas. Que nunca es
Dios quien rompe la cuerda. Que la seguridad nos está siempre afianzando en
Dios.
Dios anuncia la paz a su pueblo,
ha sido la repetición a la que nos ha llevado el Salmo, que nos sirve de
eslabón para seguir adentrándonos en lo siguiente.
En el Evangelio hay una cierta intranquilidad o perplejidad en los
discípulos de Juan. Han recibido una
herencia del bautista que tiene muchos tintes de Antiguo Testamento, porque
Juan empezó su vida y mamó su doctrina en ese clima. Vienen, pues,
a aclarar una duda que les preocupa: ¿Por
qué los discípulos de los fariseos y nosotros ayunamos y tus discípulos no? Y Jesús se va a sus famosos cuentecillos que
hacen “ver” las cosas mejor que con explicaciones conceptuales. “Mirad: Juan vino a preparar una boda, para
que toda la fiesta fuera un gozo total.
Eso fue todo el período anterior a mí.
Y es que yo soy el novio de esa fiesta
que preparó Juan. No sería lógico
que, ya metidos en plena fiesta y con el novio en medio, sus amigos se
dedicaran a ayunar”. Pero todo sto tiene
más repercusiones”.
“Yo vengo con un vino muy nuevo…,
el que Amós anunció que manarían los montes. Este vino que yo traigo tiene
muchos grados. Como se quiera meter en los toneles antiguos, los toneles viejos
revientan, y nos quedaríamos sin toneles y sin vino. Ayunar, cumplir leyes y seguir costumbres,
sería ese vino viejo. Pero ese ha acabado. El vino que yo traigo es mucho mejor: va al
interior; no se queda en el ayuno ni en las prácticas externas. No se queda en –como Juan enseñaba- en que si
tienes dos túnicas, dé una al que no tiene. Voy más al fondo. Voy al corazón de
cada persona. No basta dar la túnica. Hay que dar el corazón”
“¿Comprendéis ahora? Vosotros ayunasteis y lo hicisteis bien. Pero
eso ya no basta. Ayunar es una práctica
externa. Yo he venido a penetrar los
corazones. Y ya no es “bueno” el que “hace”
sino el que “siente, el que piensa, el que reparte el bien aun a costa de
sí. Por eso mis discípulos no
ayunan. Pero lo que ellos llevan ahora
entre manos es enormemente más profundo y le coge toda su persona”
Entonces nos cabe preguntar: ¿estás, Señor, de acuerdo con nuestras
religiosidades populares de fiestas externas con un fondo o un motivo de fondo
religioso? Pues hay que ver lo que
tienen de vino nuevo, de vida
sacramental, de amor a la Iglesia, de vida evangélica como base y camino que se
hace. Y si hay ese vino nuevo, y se
bebe ese vino y no el que emborracha o divierte simplemente, serán
estupendas. Si no, el odre se rompe o
hace tiempo que se quedó roto, y por eso se derrama todo intento de echar el nuevo vino que ha traído Jesús.
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