viernes, 9 de agosto de 2019

9 agosto: Ir tras Jesús


LITURGIA
                      Saltamos hoy al libro del Deuteronomio, y hay otra especie de vuelta atrás, en la que sale Moisés exhortando al pueblo. (4,32-40). No nos cuenta ningún episodio acaecido en el desierto. Lo que nos presenta es la palabra de Moisés al pueblo, haciéndole ver que tienen un Dios que está por encima de todos los dioses, y al mismo tiempo es un Dios cercano que acude a las necesidades de su pueblo; que habla a ese pueblo con una palabra noble y grande, como no ha habido semejante en los pueblos vecinos. ¿Hay algún pueblo que haya tenido un dios que se manifestase por grandes signos, como lo hizo Dios con su pueblo? No hay otro Señor Dios que sea como el. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y acá abajo en la tierra; no hay otro. En consecuencia la actitud del pueblo respecto a Dios debe ser de obediencia y de cumplimiento de sus mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.

          Ayer nos encontramos con la enseñanza de Jesús sobre su realidad mesiánica: Él iba a padecer y a morir, cosa que escandalizó sobremanera Simón Pedro, que tenía una idea triunfalista del Mesías y del mesianismo (lo que jugaba a favor de ellos que seguían al Mesías).
          Jesús desmontó aquella idea “de hombres” que tuvo Simón y que era tentación para Jesús porque pretendía apartarlo de su camino.
          Hoy abre el objetivo de la verdadera realidad mesiánica y de los que van a seguirlo a él, Mesías. Y les dice: El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Simón Pedro y los otros once deben saber el camino para estar con Jesús. No se trata de ventajas de falsos mesianismos. Se trata de “negarse cada uno a sí mismo”, o lo que es igual: “controlarse”, ser dueño de los propios actos y que esos actos vayan acordes con la voluntad de Dios. Y para ello “hay que cargar con la propia cruz”, esa que todos tenemos en la vida y que se presenta de muy diferentes maneras. Y así, con esa cruz real personal (no las cruces ficticias que se sueñan con facilidad), ponerse a la zaga de Jesús, que lleva su cruz, y nos da ejemplo para que nosotros tomemos la nuestra.
          Porque “si uno quiere salvar su vida  (vivirla a su manera, sin obstáculos ni sacrificios), la perderá. Pero el que la pierda por mí (el que la vive de acuerdo a mi enseñanza y mi vida), la encontrará.
          Una frase lapidaria que hizo santos: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? El mundo ofrece muchas compensaciones humanas, muchas fútiles felicidades. Puede uno pensar que el mundo le va a dar todo. La verdad es que engaña y más quita que da: arruina la vida de cualquiera, con sus vicios, sus drogas, sus abusos de todo tipo. ¿Qué acaba valiendo todo eso? Y una vez que pierda la misma dignidad, ¿qué puede dar el hombre para recuperarlo?
          En la parábola del Padre bueno tenemos un caso concreto del hombre que pretendió disfrutar de la vida, y acabó guardando cerdos y sin tener ni las algarrobas. Lo único que pudo hacer para recuperar todo lo perdido, era volver arrepentido y humillado a la casa del padre. No podía pedir nada. Sólo le quedaba que suplicar ser tomado como el último de los obreros.
          El Hijo del hombre vendrá un día entre los ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según sus conducta. Es la lección que han de hacer suya los discípulos de Jesús. Y nosotros como continuadores de la llamada evangélica.
          Y el final de todo esto es el gozo profundo que van a tener los discípulos, que no morirán sin haber visto la gloria de Jesús, apareciéndose en plena majestad: su resurrección.
          En la fe estamos también ahí nosotros: vivimos ya la certeza de la resurrección de Jesucristo, y consiguientemente ya “hemos visto” su gloria. Y eso nos conduce a la esperanza de nuestra resurrección. El camino es ese que ha marcado él, en el dominio de nosotros mismos y la aceptación de la cruz que nos toque cargar, que siempre será misteriosa y que no coincide fácilmente con la que se imagina uno en momentos de fervor espiritual. La cruz real nos deja pobres, inmensamente pobres, porque siempre nos coge desprevenidos. Pero es, al final, la cruz verdadera nuestra, con la que hemos de encontrarnos con Jesús.

2 comentarios:

  1. De niños aprendimos en el Catecismo que la señal del cristiano es la santa cruz.Fijandonos sólo en el signo.Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de la verdad de la cruz de cada uno( pobreza, enfermedades, muertes de familiares y amigos jóvenes,paro, injusticia etc)Algunos se alejaron de Jesús y otros le siguieron.Siempre con su ejemplo y libertad de hijos de Dios.

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  2. La Cruz nuestra puede tener diferentes enfoques. Yo la entiendo como una asunción de todo aquello que me puede hacer sentir dolor, tristeza, pero siempre debe ir asociada a mi entrega libre a ella y aceptación humilde. Nuestra cruz implica renuncias por elección del Reino de Dios. Y finaliza al igual que Jesús, con nuestra muerte. Dios nos conforta durante la vida y en ciertos momentos nos manda la ayuda de un Cirineo.

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