viernes, 23 de agosto de 2019

23 agosto: El amor al prójimo


LITURGIA
                        Llegamos al libro de Rut,1. La lectura está fragmentada en 3 partes para darnos la línea maestra que pretende con la historia de Rut. Hubo hambre en el país y un individuo con su mujer Noemí y sus dos hijos, emigró a la campiña de Moab. Los hijos se casaron con dos mujeres moabitas. Muríeron los tres varones y Noemí se quedó con sus nueras, una de las cuales era Rut.
            Cuando supieron que ya se había estabilizado la situación de su pueblo Belén, regresaron. La otra nuera se marchó con su familia, y Noemí invitó a Rut a hacer lo mismo. Pero Rut se apegó a la suegra y dijo: No insistas en que te deje. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, yo viviré: tu pueblo es el mío y tu Dios es mi Dios.
            Bella confesión de amor y fidelidad. Tan bonita tal confesión que hoy día hay parejas que la quieren usar como modo de declarar su consentimiento matrimonial. Yo les advertía a los novios de qué se trataba en realidad, para que pensaran que no era una declaración de amor de enamorados sino la fidelidad y el cariño de una nuera hacia su suegra. Vale como expresión y puede asumirse en otro contexto para expresarse mutua entrega y fidelidad.

            El evangelio es corto y trillado. Los fariseos han visto que Jesús ha hecho callar a los saduceos, y quieren comprobar la fidelidad de Jesús a la Ley (Mt.22,34-40) y le preguntan a Jesús cuál es el principal mandamiento de la ley. Jesús responde, como no podía ser de otra manera, que el principal mandamiento, y primero, es: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todo tu ser. Pero Jesús añade ahora un segundo mandamiento semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley los profetas.
            Por lo general los fariseos se quedaban en el primero, hasta con aquella exageración de llevarlo escrito en tiras de papel liadas en el turbante para “llevarlo ante los ojos”. Jesús no se perdía en esas exageraciones, pero lo que si añadía era el “segundo mandamiento semejante al primero”, de modo que no podía considerarse buen creyente el que se quedara sólo en la primera parte: el amor a Dios.. Y la verdad es que esto tendremos que grabarlo también nosotros en nuestras mentes y corazones, ya con la revelación explícita de San Juan de que el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso y la verdad de Dios no está en él. Lo cual no es una simple frase sino la realidad que Jesucristo ha venido a ratificar y aún completar llevándola al extremo: el amor al prójimo no se queda siquiera en amarlo como a uno mimo (¡que ya sería un ideal!), sino que él nos lleva hasta el amor como yo os he amado, que ya es el reventón del amor.
            Y hay que admitir lo difícil que es ese extremo. Y mucho más difícil cuando el prójimo no es de por sí amable. Entonces somos llamados a un misterio de amor que es el que Jesús ha puesto por delante cuando nos ha marcado la línea de enjuiciamiento por la que seremos mirados: ver en el prójimo a Jesús mismo, porque es ahí donde hemos de llegar, sabiendo que servimos a Jesús cuando servimos al prójimo y no servimos a Jesús cuando no servimos al prójimo, porque lo que hicisteis con mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis.
            Hay que reconocer que el ideal que ha puesto Jesús no es fácil. Al menos tendremos que trabajarlo e irlo alcanzando en el poco a poco de cada día. Añadir sólo que el amor no tiene que ser afectivo. Pero tiene que expresarse siempre en obras de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!