miércoles, 7 de agosto de 2019

7 agosto: El pan de los hijos...


LITURGIA
                      Una muy larga lectura 1ª del libro de los Números en los capítulos 13 y 14, muy fragmentados y que yo leería de una forma menos agresiva que lo que contiene el relato en sí. El autor, judío, tiene las características propias de un judío. De una parte, todo cuanto acontece, “lo hace Dios”, porque no puede ocurrir nada que no tenga a Dios como autor. De la otra parte, se expresa en tonos vengadores en los que Dios “castiga” gravemente a su pueblo por el pecado de sus jefes.
          Vayamos por partes. Dios ha prometido una tierra donde el pueblo viva feliz. Desde el desierto, Moisés envía exploradores que se informen bien de ese pueblo que tienen delante, yendo 12 enviados, cada uno jefe de una familia. Comprueban que el país es favorable y rico, y hay un movimiento optimista de asaltar aquel pueblo y establecerse allí. Pero algunos lo desprestigian como pueblo que devora a sus habitantes, y que son de gran estatura. Y esto desanima profundamente a los israelitas del desierto. Hasta aquí, la historia desde los planteamientos humanos.
          Entra Dios en el relato. Y Dios es presentado como disgustado porque aquella reacción negativa es una desconfianza en su promesa. Y el autor presenta entonces un hecho natural como una acción de castigo divino. El hecho es que no es fácil conquistar aquella tierra. Que lo que pensaron que iba a ser coser y cantar, es mucho más difícil, y que llevará años alcanzarlo. Y el autor presenta a Dios enojado, que avisa que van a morir muchos sin ver la tierra prometida. Cosa natural porque el pueblo que salió de Egipto va envejeciendo. Y tardarán 40 años todavía en poder dominar aquellas tierras. Todo eso se atribuye a castigos que infringe Dios, pero que en realidad no expresan sino lo más normal de una historia humana. El autor remarca que todo lo ha hecho así Dios para que vean lo que es desobedecerlo. Es la visión teocéntrica de un judío, cuya relación con Dios lleva una parte de componente de miedo y castigo.
          Hoy día se narraría todo eso de muy diferente manera. No se nos ocurre decir que el mundo está perdido porque Dios lo castiga. Y es un hecho que el mundo está perdido. Pero la acción de Dios no es la que lo provoca así, sino precisamente porque el mundo ha dejado a Dios. El mundo se castiga a sí mismo.

          Otro episodio evangélico que también tiene su lectura y que hay que leer desde el corazón misericordioso de Jesús, quien al mismo tiempo es fiel a la misión que él siente que se le ha encomendado. Jesús ha venido a Israel, a completar la historia de aquel pueblo, donde ha de llevar a plenitud la Ley y los Profetas. Y todo se reduce a Israel.
          Ahora Jesús está en los límites con el territorio pagano de Tiro y Sidón (Mt.15,21-28), pero sin traspasarlo. De los límites aquellos surge una mujer pagana pero con una fe en Jesús, que viene a rogarle por su hija, que tiene un espíritu muy malo, o que padece una extraña grave enfermedad.
          Jesús no la atiende. Digo yo que retorciéndose por dentro porque sus sentimientos se vuelcan allí donde hay una necesidad. Y lejos de enfrentar el caso, se retira de allí. Pero la mujer lo sigue gritando y suplicando.
          Los discípulos lo llaman para que atienda a la mujer que viene detrás de ellos gritando, pero él se refugia en que no ha sido enviado más que a las ovejas descarriadas de Israel
          La mujer entonces se pone delante, se pone ante él y suplica de rodillas: Señor, socórreme. Jesús quiere explicarse y echa mano de un dicho popular: No está bien echar a los perrillos el pan de los hijos. Y la mujer recoge la palabra y le da la vuelta: Sí, Señor, estoy de acuerdo. Pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de lo amos.
          Dios ha hablado por boca de aquella mujer. Jesús había enseñado a “leer los signos de los tiempos”. Y esta mujer le revela a Jesús ese signo: siquiera las migajas…, pero ¡la migajas las solicita ella! Y Jesús ya no resiste más. Cede su corazón y descubre que no sólo es Israel el que ha de ser salvado. Y se dirige a la mujer y le dice: Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada la hija.
          A mi me da mucha devoción el proceso de este relato, porque encuentro a Jesús en ese trance de dilucidar una actuación. Y por tanto me resulta muy ejemplar para esas situaciones en las que yo he de discernir, porque las cosas son ambiguas. Pero hay que salir adelante tomando una decisión.

1 comentario:

  1. Jesús nos confirma que el amor es universal.Que Dios sienta en su mesa de pan y vida, salud y salvación,a todos sin distinción.(Canción de hoy en Rezando voy )

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