LITURGIA La transfiguración
del Señor
Celebra hoy la Iglesia la fiesta de la
transfiguración del Señor. En ella se lee el evangelio del hecho en la
narración que hace San Lucas (9,28-36) y está precedido por la narración de
Pedro en su 2ª carta (1,16-19) en la ue él se muestra como testigo directo
ocular de aquel suceso, del qie prometieron a Jesús no decir nada hasta que
resucitase de entre los muertos. Ahora ya puede dar testimonio de haber visto
la gloria del Señor en la montaña santa, en la que escuchó el propio Pedro la
voz de Dios que le decía: Éste es mi Hijo
amado; en él yo me he complacido. Para Pedro aquel hecho es una lámpara que
luce en medio de la oscuridad, y que tiene que ser un llamamiento en nosotros hasta que llegue nuestra
resurrección.
En el Evangelio citado San Lucas nos describe los
pormenores del hecho: Jesús se ha llevado al Tabor a los tres discípulos:
Pedro, Santiago y Juan y ante ellos manifiesta su gloria, quedando iluminado en
su rostro y en sus vestidos, mientras aparecen en la escena los dos representantes
de la vida de Israel: Moisés, el legislador y Elías, el Profeta, que vienen
como aval de la verdad de Jesús, y precisamente hablando de la muerte de Jesús.
Hay que tener en cuenta que este episodio sucede 8 días después que los
apóstoles se habían escandalizado porque Jesús les reveló que iba a padecer y
morir en cruz. Ahora Jesús queda avalado en su anuncio por lo que ya constaba
desde antiguo por la Ley y los profetas.
Pero para Pedro aquello era escandaloso y esto de ahora, entre
luces y brillos, era muy bonito, y prefería quedarse aquí, y propone hacer tres
tiendas para Jesús, Moisés y Elías. El caso era quedarse en el Tabor y no bajar
al llano donde se materializaba esa cruz.
Surge entonces la presencia de Dios en forma de nube densa
que les cubre, y la voz de Dios que certifica la veracidad de Cristo, al que
hay que escuchar, porque Dios se complace en él.
Finalmente todo vuelve a la normalidad. Ya no están Moisés
ni Elías, ya Jesús no tiene brillos, y la realidad es la que era, con la
diferencia de que se ha mostrado completo el misterio: Jesús, el que han visto
transfigurado y luminoso es el mismo que anunció su muerte y pasión. Eso es lo
que queda, finalmente, y con lo que deben convivir y asumir.
EN LA LECTURA CONTINUADA:
La 1ª lectura de
Num.12,1-13 es una lección muy elocuente de cómo ve el Señor la crítica que se
hace de otra persona, y en concreto –en esta ocasión- de un elegido del Señor.
Aarón y María han criticado a Moisés. Y el Señor los convoca a los tres a la
Tienda del Encuentro, en donde hace presencia en la nube densa, y hace una
defensa fuerte de Moisés, al que Dios trata con familiaridad y con el que se
comunica en visión.
Reprende a Aarón y María: cómo se han atrevido a hablar mal
de Moisés? Y cuando la nube se retira, María tiene la piel descolorida.
La crítica siempre produce esa decoloración. Lo que pasa es
que intenta desdorar a un tercero. Y por eso la crítica siempre es dañosa y
deja de mal color a otra persona. Pero si esa persona es un elegido del Señor,
mucho peor. Y pienso con la facilidad con que algunos fieles católicos, incluso
de vida de sacramentos, critican al Papa y a las intervenciones del Papa. Si
tuvieran una intuición más profunda de sí mismos, descubrirían cómo dejan
descolorida la propia piel. Y no ya la piel de fuera sino la de dentro, la de
la conciencia.
Tuvo Aarón que pedirle a Moisés que rogara a Dios por
María, y Moisés, noble como era, se apresura a pedirle al Señor: Por favor, cúrala.
Bien encaja con esto el Salmo 50 que repetimos hoy: Misericordia, Señor; hemos pecado. Pero
una cosa es la misericordia de Dios y otra es la actitud personal que tiene que
proponerse seriamente evitar la crítica: Yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti; contra ti solo
pequé, cometí la maldad que aborreces.
Pasamos al Evangelio: Mt.14,22-36. Lo primero que llama la
atención es que Jesús apremió a sus
discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla.
¿Por qué ese apremio? ¿Por qué solos? Algo había ocurrido que había llevado a
Jesús a hacer que los discípulos desaparecieran del escenario. Se presta a
reflexionar nosotros, porque puede haber cosas en nuestro compartir (o no
compartir), que desagraden al Señor. Y que alguna vez nos sintamos como más
solos, sin sentir la presencia de Jesús, porque algo no ha ido como tenía que
ir.
Jesús se retiró a orar al monte. A solas con Dios. A
expresarle todos sus sentimientos, que estaban acumulados aquel día. Pero yo lo
imagino con un ojo puesto en Dios y el otro en sus discípulos. Que por cierto
se han encontrado sin Jesús en medio de una peligrosa tempestad. Ahora no
tienen a quien recurrir. O así lo piensan ellos.
Porque la realidad es que Jesús se ha venido a ellos. “lo ven andar sobre el agua”. Jesús
recurre a lo inverosímil para acudir en ayuda de sus discípulos. Ellos ni lo
imaginan y lo que pasa es que asustan más y
gritaron de medo, pensando que era un fantasma. No será la única vez. En la
resurrección pasará igual. Y es que Jesús se presenta como no se le espera, y
más de una vez se le cree fantasma, pero es él en persona: ¡Ánimo, no tengáis miedo; soy yo! SOY YO: es el gran motivo para no
tener miedo.
Pedro no las tiene todas consigo y en esos alardes propios
suyos, grita a Jesús y le dice: Si eres
tú, mándame a mí ir a ti andando sobre el mar. Era una osadía. Era un
exceso de confianza. Era pedir el milagro. Y Jesús debió sonreírse de aquella
chiquillada, y le dijo: Ven.
Lo llamativo para aquellos hombres fue que Pedro se echó
fuera de la barca. ¡Estaba loco! Pero luego tuvieron que admirarse de que Pedro
caminaba sobre el mar. Pedro iba como un autómata. Lo malo es cuando el sonido
del viento y la alteración de las olas le hicieron mirarse a sí mismo y ver lo
que estaba haciendo. Y se llenó de estupor y empezó a hundirse. El pescador no
supo entonces ni nadar y sólo le escapó aquel grito angustiado del que se va a
pique: Señor, sálvame. Había dudado a
mitad de la gesta. Y Jesús se lo dice: ¿Por
qué has dudado¿ ¡Qué poca fe!
¿Tendría Jesús que decirnos eso mismo en muchas situaciones
de nuestra vida? El mar se nos abre bajo los pies y gritamos…, o no sabemos ni
gritar; sencillamente nos paralizamos. Y Jesús tiene que decirnos aquellas
palabras: ¿Por qué dudas? ¡Qué poca fe! Jesús sube a la barca y se sigue la
bonanza y vienen a atracar en terrenos de Genesaret, donde Jesús continúa
haciendo sus curaciones y enseñando sus enseñanzas. Aprendamos de todo ello.
¿Quien dicen que soy yo? ¿Que dicen de mi?
ResponderEliminarA veces en la oración en la naturaleza, ante el sagrario, en tertulia con los amigos, en una reunión familiar,en una eucaristía... hemos dicho lo de Pedro Que bien se está aquí.Despues la realidad de la vida nos hará bajar a nuestros quehaceres con sus luces y sombras, dolor y alegría , cruz y resurrección.El Maestro siempre nos acompaña.
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