sábado, 17 de agosto de 2019

17 agosto: Los niños


LITURGIA
                        Josué probó al pueblo de forma muy fuerte para prepararlo a mantenerse fiel a Dios, y para prevenirlo de las dificultades que iba a tener que afrontar. Quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres. Y si esto os resulta duro, elegid hoy a quién queréis servir; que yo y mi casa serviremos al Señor.
            El pueblo se comprometió a servir al Señor, recordando la liberación que el Señor les había dado, y que había hecho a su favor grandes prodigios en el largo peregrinar del desierto.
            Josué les insta: No podréis servir al Señor porque es un Dios santo y celoso, que no perdonará vuestros delitos. Si servís a dioses extranjeros, os aniquilará. El pueblo acepta el reto y se ratifica en su propósito: Nosotros serviremos al Señor, Y Josué les hace caer en la cuenta de que ellos mismos son testigos de lo que están diciendo. Por tanto lo primero es deshacerse de los amuletos que llevan consigo para ponerse parte del Señor. Y el pueblo se confirma en su decisión: Serviremos al Señor nuestro Dios y le obedeceremos. Y Josué levanta una piedra y la erige como testimonio fehaciente que ha de ser testigo ante ellos de la elección que han hecho.
            Poco después murió Josué a la edad de ciento diez años.
            La lectura me suscita un pensamiento de firmeza en la fe en Dios, aun admitiendo que no va a poner ante mí en camino más fácil. Porque el seguimiento del Señor no facilita la vida. El evangelio no es un cuentecillo piadoso para almas devotas. El evangelio es exigente, muy exigente, que pone por delante la necesidad de negarse a sí mismo y tomar la cruz para ir en pos de Jesús.
            El pueblo fiel de nuestros tiempos acepta esa realidad y quiere servir al Señor. Pero está a la vista que muchos se han echado atrás y han abandonado al Señor. De manera más o menos explícita se han topado con un planteamiento de elección entre servir al Señor o marchar tras los ídolos de la vida fácil. Y muy al contrario de aquel pueblo que hizo la elección por Dios, las masas han optado por seguir sus ídolos de cartón, y han erigido su propio altar a la vida muelle, a las pasiones, al mundo ficticio de la droga, y a una vida de goces inmediatos y fáciles de conseguir. Se ha eliminado los mismos valores humanos, porque no hay más valor para ellos que lo que se tiene a la mano.

            El evangelio es muy corto: Mt.19,13-15 y casi que repite el que hemos tenido hace poco: le presentaron al Señor unos niños para que los bendijera imponiéndoles las manos y para que rezara por ellos. Los discípulos no entienden aquello y tratan de impedirlo, pensando que es una molestia para el Maestro. No han aprendido la lección de hace poco en la que Jesús había situado a un niño como ejemplo para recibir el Reino de Dios.
            Jesús interviene diciendo: Dejadlos, no impidáis a los niños  acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos. Nuevamente la misma lección, que muy bien habría que unir a las consideraciones que hemos hecho sobre la elección de con Dios o contra Dios. El niño se apega donde encuentra cariño y acogida, y huye del castigo y las tensiones. El Reino es acogedor y los servidores del Reino son acogedores. A la hora de elegir, el niño se apega allí donde hay unos brazos que lo atraen. Y Jesús estaba siempre con los brazos abiertos a los niños porque en ellos veía representados a los que van con corazón inocente y abierto a recibir los beneficios de Dios. El niño es el que está más lejos de la mentira y de los disimulos. El niño es al natural la plasmación del corazón que hizo Dios. Esa inocencia que se nota en los ojos del niño.
            De ahí la enorme responsabilidad de quienes escandalizan a los niños y les enseñan a tener los colmillos retorcidos, a aprender la malicia que les era a ellos tan ajena.

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