martes, 20 de agosto de 2019

20 agosto: Ciento por uno


LITURGIA
                        Juec.6,11-24.- Leyendo este texto ve uno reflejado en la pregunta de Gedeón tantas y tantas preguntas que se hace la gente: Si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres? Es comprensible que haya una pregunta a Dios ante los desastres que se viven. ¿Dónde está Dios? Y como un modelo de respuesta que hay que aplicar a toda pregunta de ese tipo, Dios se manifiesta a Gedeón de forma fehaciente.
            Pero veamos: Gedeón preguntó respetuosa y religiosamente. Gedeón no se quedaba en la queja. Estaba disponible a lo que Dios pudiera querer de él. Y Dios le encarga que sea el propio Gedeón el que libre al pueblo de la tiranía de los madianitas que asolaban los sembrados de los israelitas.
            Gedeón se extraña: ¿Quién es él para tamaña empresa? Es el más pequeño de una pobre familia. ¿Qué puede hacer él? Y Dios le dice: Yo estaré contigo y derrotarás a los madianitas como un solo hombre.
            Gedeón pidió a aquel extraño personaje que se le ha hecho presente que quedara allí mientras él le ofrecía una comida, y marchó a prepararle un cabrito y panes ácimos. Y cuando los tuvo, se los trajo. El tal personaje le dijo que pusiera la carne sobre una piedra y que derramara sobre ella el caldo. Lo tocó con la punta del cayado y se levantó una llamarada que consumió todo.
            Quedaba patente que era Dios mismo quien se había presentado. Dios había dado respuesta a la pregunta: Dios seguía allí y Dios seguía haciendo sus obras. Lo que Dios requiere es un hombre de buena fe que no se encierra sobre su queja, y que está disponible a los proyectos de Dios. Ahí es donde está la respuesta. Ahí es donde tendrían que dirigirse esas preguntas de muchos que quieren saber “dónde está Dios”, en vez de preguntarse dónde están ellos, y cómo pueden hacerse disponibles a los proyectos de Dios. No tanto qué piden sino qué ofrecen, para que Dios “toque” con su dedo misericordioso y haga subir esa llamarada de aceptación.
            Gedeón sintió el temor reverencial de haber tenido delante a Dios, pero Dios lo tranquiliza: No temas, no morirás. Y Gedeón levanta un altar en aquel lugar, y le puso el nombre de “Señor de la paz”

            Continuación del evangelio de ayer, Jesús reacciona ante la marcha del joven: Mt.19,23-30: Creedme: difícilmente entrará un rico en el Reino. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de la aguja, que a un rico entrar en el Reino. Se espantaron los discípulos y exclamaron: Entonces, ¿quién puede salvarse? No hablaba Jesús de “salvación” sino de pertenencia al Reino. Para “salvarse” –ya lo dijo- tenían los mandamientos. Pero el Reino era el que él traía. Con todo, aclaró: A los hombres no les es posible. Pero Dios todo lo puede Y una de las cosas que está en las manos de Dios es hacer pobre al que es rico, hacer humilde al que es soberbio, poner en disposición al que no lo está.
            Pedro entonces preguntó qué pasaría con ellos, que lo habían dejado todo y habían seguido a Jesús. Y Jesús, sin entrar en más detalles, les dio la respuesta: A los que han dejado todo y lo han seguido, cuando llegue la resurrección os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel.
            Y bajando más al concreto, les dice: El que por mí deja casa, hermanos y hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
            Puede pensarse que esto se queda aplicado sólo a los consagrados. La realidad es que hay muchas personas en la vida que viven esa realidad, porque cumplen perfectamente aquello de Jesús: El que ama más a Dios que a sus familiares…, o el que se ama menos a sí mismo… Se trata de tantos que han sacrificado una buena parte de su vida para hacerse generosos con sus hermanos, por razón de su fe y amor a Jesucristo. La experiencia da que se recibe ese ciento por uno y la satisfacción de tener una herencia de vida eterna. Doble paga, pues. Así es la grandeza del corazón de Dios. Ahí está Dios, dando respuesta a la pregunta que le hacemos. Y que sería la respuesta a tantos que se quejan a él.

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