jueves, 8 de agosto de 2019

8 agosto: Tú eres el Mesías


LITURGIA
                      El libro de los Número (20,1-11) nos trae hoy una nueva protesta del pueblo, que se desespera en el desierto porque no tienen agua, y se amotina ante Moisés y Aarón, volviendo con su nostalgia hacia su estancia en Egipto donde tenían de todo. Moisés y Aarón se separaron de la comunidad y se fueron a la Tienda del Encuentro y se prosternaron. La gloria de Dios se hizo visible. Y Moisés y Aarón le trasladaron a Dios las quejas de aquel pueblo.
          Dios le dijo a Moisés que retirara la vara del Santuario y que ordenase a  la roca y saldría agua en abundancia, para que bebiera el pueblo y sus ganados.
          Moisés retiro la vara de la presencia de Dios y convoco al pueblo ante la roca y preguntó (al parecer sin mucha fe) si creían que  podían sacar agua de la roca. Y con esa duda golpeó la roca dos veces y brotó agua abundante para saciar a la comunidad y a sus ganados.
          Pero el Señor se disgustó con aquella duda de Moisés y le dijo que no sería él quien condujera al pueblo a la Tierra Prometida. Otra vez tenemos un hecho semejante a lo de ayer. Moisés era muy anciano. No era eterno. Había realizado los planes de Dios. Pero por su edad, le llegaba la muerte. El autor del libro une esa muerte al “disgusto de Dios” por aquella duda de Moisés.
          Quedará como símbolo aquella fuente de Meribá como la expresión de Dios que incita al pueblo a escuchar su voz y a no endurecer el corazón, como aquel pueblo extraviado que no reconoce los caminos de Dios, aunque había visto tantas veces las obras de Dios. Así lo explicita el Salmo 94.

          En el evangelio (Mt.16,13-23) tenemos la narración más completa de este suceso que ocurre en las cercanías de Cesarea de Filipo. Jesús va a tantear a sus apóstoles sobre el conocimiento que tienen de él. Y empieza por preguntar por lo que ellos hayan oído de lo que la gente dice. Y ellos van enumerando las diversas percepciones que las gentes dicen de él.
          Pero lo que de verdad a él le interesaba era la idea que ellos, sus discípulos, tenían de él. Y les pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Era el meollo de la cuestión: ¿qué pensaban ellos de él? No pudimos saber lo que cada uno pensaba porque se adelantó Simón a afirmar: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. No se podía decir mejor en menos palabras. Pero la verdad es que eso no podía ser un conocimiento natural de Simón. Y Jesús lo expresó: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne y la sangre sino mi Padre que está en el Cielo. No has hablado por lo que ves y tocas y palpas. Lo que has dicho ha sido una revelación de Dios. Por eso yo, a mi vez, te digo que Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia y las fuerzas del Infierno no la derrotará. Por lo pronto ya le nombraba como PEDRO, que era un cambio de nombre que es acción propia de Dios.
          Y viene la gran promesa: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Era el poder mismo de Jesús. El poder total. Atar y desatar expresa todo lo que hay entre esos dos extremos y por tanto el poder de Dios.
          Pero todo no estaba dicho: ahora había que completar la idea de lo que Pedro había dicho sin saber en realidad todo lo que decía. Y Jesús anuncia precisamente que el Mesías ha de padecer mucho por parte de los jefes del pueblo, y que iba a ser ejecutado, y resucitar al tercer día.
          No entraba esa idea en el pensamiento de Pedro y de los compañeros. Y Pedro se atreve a corregir a Jesús y a llevárselo aparte para quitarle aquella idea de la cabeza: No lo permita Dios. Eso no puede pasarte.
          Y ahora ha hablado como Simón. Ahora no ha sido llevado por Dios. Ahora ha hecho el papel de Satanás, de tentador, Y Jesús le corrige severamente: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar: tú piensas como los hombres, no como Dios.
          ¡Lo que va de un momento a otro, de dejarse llevar por Dios a actuar por personal iniciativa! ¡Lo que va de Simón a Pedro! Va toda la distancia de la revelación de Dios al pensamiento humano. La distancia de ser “dichoso” a ser “tentador”. La distancia de proceder en la voluntad de Dios o de quedarse en los pensamientos humanos.

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