sábado, 5 de enero de 2019

5 enero: Ven y lo ves


LITURGIA
                        Continúa la 1ª carta de San Juan: 3,11-21 en la que toma como argumento esencial la relación con los hermanos, y sobre ese tema va a desarrollar toda la perícopa. Empieza diciendo que éste es el mensaje que habéis recibido desde el principio Es una idea fija en San Juan: él no inventa; él trasmite el mensaje de Jesús, que está ahí, por tanto, desde el principio de la doctrina esencial: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín que asesinó a su hermano, porque sus obras eran malas mientras que las de su hermano eran buenas.
            Y apostillará: No os sorprenda que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. Juan da por hecho que el paso del pecado a la gracia tiene una señal muy comprobable: la capacidad y el hecho de amar a los hermanos, porque el que no ama, permanece en la muerte: el que odia a su hermano es un homicida. Así de tajante. Así de significativo. Y ningún homicida tiene vida eterna. Juan mantiene y desarrolla el argumento sobre una misma base que es el leiv motiv de la carta.
            En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros, Es la fuente del amor. Porque toda la razón de ser de ese amor que se nos pide es el amor que Dios nos tiene. Y parecería que lo que nos va a pedir en correspondencia es el amor a Dios, pero concluye de otra manera muy especial: nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos- Porque si uno tiene de qué vivir y ve a su hermano en necesidad y le cierra las entrañas, no está en él el amor de Dios.
            Todavía atornilla más: No amemos de palabra y de boca (no confundamos el amor con la superficialidad con que hoy se habla del amor y de “hacer el amor”, como si el amor se hiciera como los churros). Amemos de verdad y con obras. Y eso será lo que indique a la conciencia que andamos en verdad. Y la conciencia no puede engañarse cuando es verdadera conciencia, que es el espejo que refleja en nosotros la mirada de Dios.

            El evangelio continúa el capítulo 1º de San Juan (43-51) y sigue esa línea por la que el conocimiento de Jesús se corre como reguero, pues se va contagiando de unos a otros. Andrés se constituyó en el primero que dio a conocer a Jesús. Así lo vimos ya haciendo partícipe de su hallazgo a su hermano Simón y llevándolo hasta Jesús.
            Pero ahora, paisano de Felipe, también a él le lleva la noticia de Jesús y acabó poniéndolo ante él. Entonces Jesús llama directamente a Felipe con un abierto: Sígueme. Y Felipe no lo duda y se va con Jesús. Pero a su vez, no puede callarse su alegría y admiración y se lo comunica a Natanael con un claro mensaje: Aquel del que escribieron los profetas, a Jesús de Nazaret, lo hemos encontrado. Natanael debía ser más intelectual y no se traga el  mensaje sin más, y lo pone en solfa con cierta ironía, apoyándose en un dicho que se corría entre el pueblo: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
            Felipe no entra en discusión. No podía competir con Natanael. Pero tenía un argumento que para él era contundente: Ven y lo ves. Y lo llevó a Jesús. Jesús, conforme lo ve venir y sin esperar la presentación, se queda fijo en Natanael y dice: He aquí un verdadero israelita en el que no hay doblez.
            Natanael quedó perplejo. Y preguntó: ¿De qué me conoces? Y Jesús le responde: Te vi cuando estabas debajo de la higuera. Aquel dato debía expresar un momento de especial intimidad de Natanael porque allí quedó sobrecogido, y exclamó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Le había tocado un secreto del alma y aquello le llevó al hombre a descubrir que Jesús era el que le había anunciado Felipe.
            Jesús no se quedó en aquello. Le metió los dedos más a fondo: Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera ¿crees? Y lo catapulta a la categoría de discípulo que va a estar con él y va a ver con él cosas mayores. Era una nueva llamada, Jesús se hacía de un nuevo seguidor que se había quedado prendado de Jesús.

            La lección está ahí: no hay que discutir. La verdad se impone por el contacto. Cuando alguien nos pretenda discutir la verdad sobre Jesús, no perdamos el tiempo en pretender convencer con nuestros argumentos y conocimientos: llevémoslo a Jesús; llevémoslo al evangelio; pongámoslo en contacto directo con Jesús, que es el que se presenta a sí mismo con fuerza de lo alto

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