viernes, 4 de enero de 2019

4 enero: ¿Dónde vives?


LITURGIA
                        Es muy bonita la 1ª lectura y muy expresiva con afirmaciones categóricas que dejan mucho que pensar. 1Jn.3,7-10 nos asegura que el hombre honrado procede siempre honradamente; es justo quien obra la justicia, como Dios es justo. Se trata de vivir una actitud. Y sigue aclarando: Quien comete pecado es del diablo porque el diablo pecó desde el principio. Naturalmente se refiere al pecado mortal, y nos está dando la pauta de que el pecado mortal es algo mucho mayor que lo que se puede tener en un arrebato, en un descuido o una debilidad. Ese pecado mortal de verdad supone dar muerte a la vida de la Gracia en el alma y romper voluntaria y decididamente la unión y la relación con Dios. Lo que nos está diciendo que el verdadero pecado mortal es mucho más difícil de cometer de lo que parece y de lo que generalmente se piensa. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo.
            Consecuencia de lo dicho, viene la parte positiva de esta reflexión: Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado –pecado de muerte o mortal- se entiende), porque su germen permanece en él, y no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se conoce a los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra según la justicia, no es de Dios. Y con una aplicación muy propia de San Juan, acaba el discurso diciendo: ni tampoco el que no ama a su hermano.
            Nos queda para la reflexión personal, que debe sacar sus consecuencias en los dos sentidos: ni el pecado mortal es fácil de cometer, ni podemos quitarle importancia a nuestra fidelidad en lo que toca a hacer lo que es justo. Y en esa justicia entra de lleno la relación con el hermano, como una piedra de toque.

            El evangelio es ya conocido y muchas veces tratado. Es la primera vocación según la narración de Juan. (1,35-42). El Bautista ha señalado a Jesús, que pasaba, como el Cordero de Dios, De sus varios discípulos, dos se hacen eco de aquella presentación, y siguen a distancia a Jesús, sin hacerse muy notorios y más que otra cosa, llevados de su curiosidad.
            A Jesús no le ha pasado inadvertido, y ya en descampado se vuelve a ellos y les pregunta: ¿Qué buscáis? Allí no tienen defensa ni les valen disimulos. Y responden a la pregunta con otra pregunta: Rabí ¿dónde vives? Era mucho más que responder que lo iban siguiendo con la curiosidad de conocerlo. Les interesa saber algo más íntimo y personal. “¿Dónde vives?” es llegar más al meollo…, querer saber en más profundidad “quién eres”.
            Y Jesús los entiende muy bien y les invita a ir con él, a departir con él: venid y lo veis. Era adentrarse en los secretos de Jesús. Porque lo de menos es vivir en un sitio o en otro. Lo importante es conocer esos entresijos que hay en la vida de una persona.
            No  dice quién era uno de los dos discípulos. Se dice del otro: era Andrés. Pero el evangelista que lo cuenta llega a concretarnos detalles de testigo directo: Eran sobre las 4 de la tarde y se quedaron con él aquel día.
            De Andrés sabemos que fue a contárselo a su hermano Simón, y de que le dio las señas tan concretas de que hemos encontrado al Mesías. Si Simón lo acogió sencillamente o si expuso sus recelos, no lo sabemos. Lo que sí se nos dice es que Andrés acabó llevando a su hermano hasta Jesús.
            Y se dio el caso (que dejó perplejo a Simón) de que antes que nadie hablara, Jesús saludó a Simón como alguien conocido…, y mucho más que eso. Porque empezó identificándolo: Tu res Simón el hijo de Juan. Tú te llamarás Cefas (que se traduce por Piedra=Pedro). Y “Cefas” indica roca, no una piedra o guijarro. Puesto ese nombre por Jesús indica una misión, una vocación, un destino. Lo cual debió impresionar a Simón porque aquello eran palabras mayores y le sacaban de su mediocridad, y le estaban llevando a cotas especiales. Cundo se volvió a su casa, iba impactado. Realmente aquel Jesús es el Mesías, el Cristo, como su hermano le había anunciado.

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