lunes, 21 de enero de 2019

21 enero: El ayuno ritual


LITURGIA
                      La descripción de Heb.5,1-0 es muy clara y fluye sola desde el principio, expresando la situación del sumo sacerdote de la antigua Ley y llevándolo a la realidad del nuevo Sacerdote que es Cristo. Común a todo sumo sacerdote es: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a la debilidad.
          Hay una diferencia substancial entre el sacerdocio de la antigua Ley y el de Cristo. El de antes, no sólo está puesto para el bien de los demás, sino que él mismo tiene que entrar en la línea de purificación personal: A causa de esa debilidad, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. También por los propios. Pero sea como sea, Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón.
            Hablando de Cristo, él no puede arrogarse por sí mismo la dignidad sacerdotal: Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».
            El Sacerdocio de Cristo no es sólo dignidad de sacerdote, sino sacrificio y víctima, en la que participa enteramente del sufrimiento humano, y ha de clamar al que puede salvarlo: Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, a Dios. Y ahora viene la parte admirable de esta realidad, porque sabemos muy bien que padeció hasta la misma muerte y muerte ignominiosa. Sin embargo nos dice la carta a los Hebreos que fue escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Aquí se consuma el misterio para nosotros, que no podemos entender a simple vista que fuera escuchado. Y sin embargo lo fue, Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec. Es el Sumo Sacerdote que ha pasado por la prueba del dolor, y así ha llevado a cabo su sacerdocio. Es sacerdote y víctima, pero víctima triunfal de victoria.

            En Mc.2,18-22 encontramos otra piedrecita en el camino de Jesús, que viene esta vez de parte de los discípulos de Juan, que coinciden con los de los fariseos. Es a propósito del ayuno ritual. Lo practicaban los fariseos y lo practicaban los discípulos de Juan. Sin embargo no lo practicaban los discípulos de Jesús. Éstos estaban instruidos en otra manera de concebir el sacrificio en honor de Dios, y se esforzaban por vivirlo en las actitudes de hombres íntegros. Dejando a un lado la forma externa que estaba en vigor en aquel pueblo religioso.
            La pregunta a Jesús cae de su peso: ¿Por qué eso así? ¿Por qué ayunamos los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, y los tuyos no?
            Jesús responde que sus discípulos están en aire de fiesta y en la fiesta no se ayuna. Tiempo tendrán más adelante de ayunar cuando queden huérfanos.
            Pero Jesús se va a ir a más fondo que eso. El tema real es que ha acabado ya una etapa de la historia y ha llegado una nueva. En la etapa anterior valían las formas externas y en ellas se concretaban una buena parte de las actitudes religiosas. Pero ahora ha llegado el tiempo de lo nuevo, y ya no sirven las formas antiguas. Y como Jesús gusta de las parábolas, lo explica con esa corta parábola del vino nuevo y los odres nuevos, o del vestido viejo que no se puede reparar con un paño nuevo porque lo nuevo desgarra lo viejo. Ha llegado el momento del vino nuevo, y eso requiere odres nuevos. De lo contrario ni los odres aguantan, ni el vino se contiene, sino que se derrama.
            La experiencia da lo fácil que es a muchos conservar sus costumbres “de toda la vida”, y contentar con eso su mundo religioso, que tiene poco de espiritual y evangélico. Y también se comprueba cómo, cuando el alma rompe amarras y se pone a tomarse el evangelio en serio, aquellas costumbres antiguas se caen por su peso y ya no dicen apenas nada. Lo que pasa es que siempre es más fácil mantener la rutinilla de lo conocido y lo fácil de unos rezos y unas limosnas al paso, que adentrarse en la realidad interior y cambiar actitudes y planteamientos de vida.

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