sábado, 19 de enero de 2019

19 enero: La Palabra de Dios


LITURGIA
                      El comienzo de este día en la carta a los Hebreos (4.12-16) es de los más cordiales que encontramos a lo largo de la Sagrada Escritura. Se refiere a la Palabra de Dios: La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. La palabra de Dios, como salida de la boca de Dios, o hecha presencia en el Hijo, tiene una fuerza eficaz, No es posible que alguien se ponga en contacto con la Palabra de Dios, de buena fe y sin prejuicios, que no salga enganchado en su fuerza viva y en su elocuencia íntima y eficaz.
          Porque la Palabra de Dios es tajante: abre tajo allí donde entra: cuestiona, exige, atrae, se abre paso como cuchillo de doble filo que rasga por donde pasa. No se puede quedar indiferente una persona ante la palabra de Dios. La podrá rechazar, porque las personas son capaces de todo. Pero la verdad es que quien acude de buena fe a la Palabra de Dios, queda prendido en ella.
          En penetrante hasta el punto donde se divide alma y vida, coyunturas y tuétanos… Una manera hiperbólica de expresar su fuerza de penetración, al decir que llega a tocar hasta las partes físicas de la persona: lo más recóndito del ser humano. Es decir: la Palabra de Dios recoge a la persona como la esponja recoge el agua y empapa por dentro y por fuera.
          Juzga los deseos e intenciones del corazón. Nade se le oculta. Todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas. Desde la Palabra quedan de manifiesto nuestros pensamientos y sentimientos. Nos hace saltar a la conciencia lo íntimo y secreto del alma. A la Palabra de Dios nada se le oculta, porque en definitiva es el mismo Dios en que se viene a iluminarnos y a movernos en la dirección del bien.
          Por eso, mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo, Jesús, el Hijo de Dios, la Palabra personificada y el Maestro que nos pone por delante los caminos de Dios.
          Y por ello nos acercamos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

          En el evangelio (Mc.2,13-17) tenemos la vocación de Mateo, un nuevo hombre al que Jesús añade al grupo de sus discípulos, proveniente del estado social mal visto en la sociedad judía: la de los publicanos. Leví era publicano, cobrador de impuestos, y por tanto no precisamente estimado de las gentes.
          Está sentado en el mostrador de los impuestos cuando Jesús pasa por allí y se le queda mirando. Al modo de lo que se cuenta del escultor Miguel Ángel cuando vio el bloque de granito y se quedó extasiado viendo ya en él al Moisés que podía tallar en aquel bloque tosco, Jesús pensó que aquel publicano podía ser un apóstol. Y lo llamó: Sígueme. Y el hombre sintió la conmoción de la llamada y se levantó de su puesto y se fue tras Jesús. Y se fue con sentido de fiesta: alegre, como quien ha descubierto un mundo nuevo que merecía la pena más de lo que había vivido hasta aquel momento. No por eso abandonaba sin más a sus compañeros de oficio, otros publicanos, y quiso compartir con ellos su alegría. Y eso se hace más patente en una comida en común, un banquete de fiesta. Y allí invitó a esos hombres y a Jesús y sus discípulos.
          Jesús aceptó y no desdeñó unirse en aquella comida con los publicanos, aunque ellos eran considerados por las gentes “pecadores públicos”, hombres despreciables. Y naturalmente fue criticado por los fariseos, porque comer con unas gentes supone estar en familiaridad con ellos.
          Jesús les expresó su pensamiento, que correspondía a su misión mesiánica: No he venido a llamar justos sino pecadores; no necesitan de médico los sanos sino los enfermos. Por eso Jesús puede estar a gusto con aquellos hombres que no presumen de nada ni se valoran más a sí mismos, pero no se entiende con los “justos”, los santones, que creen que no  deben nada a nadie y que se sitúan por encima de los demás. Por eso suele ser siempre tensa la invitación que le hacen los fariseos, porque ellos siempre están al acecho del defecto. Y no hay problema con los publicanos, que se sienten a gusto y en paz con aquel hombre de corazón abierto, que no los desdeña y que es capaz de comer con ellos sin ningún aspaviento.

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