sábado, 12 de enero de 2019

12 enero: Pecado que no es de muerte


LITURGIA
                      Varias enseñanzas en este 12 de enero en la 1Jn.514-21 de la 1ª lectura. Una es el valor de la oración de petición: si es acorde con la voluntad de Dios, se realizará. Esa condicional es importante. Porque muchas veces pedimos por nuestro instinto y deseo, pero no coincide con la voluntad de Dios. Entonces la petición no es concedida porque Dios sabe mejor lo que nos conviene y que no coincide con lo que nosotros pensamos y queremos. Si conociéramos qué es verdaderamente lo que es de nuestro bien, y por tanto, coincidente con la voluntad de Dios, entonces nuestra petición sería escuchada.
          Otra afirmación de esta carta es que hay pecado de muerte y pecado  no de muerte. El pecado que no es de muerte, no es que no sea pecado sino que no rompe la relación con Dios, y por tanto se puede volver atrás. El pecado de muerte (que es el verdadero pecado mortal) es el que rompe la relación con Dios y le vuelve las espaldas.
          Por eso sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no peca. No peca con pecado mortal, aunque tenga fallos y pecados de otra envergadura, a la que el maligno no llega a tocarle: el tal pecado puede enfriar la relación, puede crear mal estado en la persona, pero el maligno no se ha apoderado de ella.
          Es fácil de descubrir esa diferencia de actitudes en el hecho de que muchas veces las personas que han fallado, ponto buscan de nuevo su reconciliación y se acercan al sacramento de la penitencia y recobran la justicia perdida. Sus pecados no son de muerte; su conciencia no se duerme.
          Por el contrario están los que dejan la confesión tanto tiempo que pierden aun el sentido de pecado. Por tanto apenas pueden centrar una actitud hacia el futuro. La conciencia se ha dormido.
          Y no digamos de quienes ya han dejado ese paso del Sacramento porque se ha producido el embrutecimiento de la conciencia, y ya todo cabe, todo vale. Ahí está patente el pecado de muerte. Tan muerta la conciencia que ni advierte ni se le ocurre otra actitud. Ahí el maligno ha llegado no sólo a tocarle sino a matar el germen de la fe. Han caído en manos de los ídolos, bajo mil maneras de presentación de esos ídolos. De ello es de lo que San Juan advierte a sus fieles: Hijos míos, guardaos de los ídolos.

          Estamos en las vísperas de la fiesta del Bautismo del Señor, y el evangelio nos lleva al Jordán donde estaba Juan bautizando. (Jn.3,22-30). Hasta allí se ha dirigido Jesús con sus discípulos. Acudía a Juan mucha gente a bautizarse. Jesús se estableció cerca y por lo que dice el texto, también ellos se pusieron a bautizar. No Jesús, aunque en la queja de las gentes celosas, se diga que “el que  estaba contigo a la orilla del Jordán, de quien has dado testimonio, está bautizando y la gente se va con él”.
          Juan no es celoso. Sabe muy bien su papel y que él mismo  está convencido que nadie puede arrogarse algo para sí si no le es dado del cielo. De hecho él había dado testimonio: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de él. Y se declara solamente “amigo del esposo” al que asiste y lo oye y se alegra con su voz. ¡Pues esta alegría mía está colmada: él tiene que crecer y yo tengo que menguar!
          Así se ha situado Juan en su lugar, y no le empacha que la gente se vaya con Jesús. De hecho él estaba allá para preparar el camino al Señor; si ya ha llegado la hora de que Jesús crezca, a Juan le toca disminuir, menguar, dejar paso: para eso había venido él. Su misión estaba cumplida.
         
          En la vida esa actitud de Juan Bautista no es fácil. Lo típico es aferrarse a una misión y que no se dé paso fácilmente al que viene detrás. Y que incluso se haga por sentido de responsabilidad pero mal entendida. Porque si hay otras personas que pueden llevar adelante una obra, al menos igual que uno mismo, lo bonito es no cerrarles el paso. Lo generoso es darles oportunidad y saberse echar a un lado en el momento oportuno. Los protagonismos son muchas veces celosos y no del bien en sí sino de la posición de uno mismo. Esto se nota muchas veces en quienes desempeñan una función de servicio a la parroquia, que nunca debemos apropiarnos como “derecho propio”, sino como servicio que ojalá sepan y puedan hacerlo otros igual o mejor que nosotros.

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