miércoles, 1 de agosto de 2018

1 agosto: Tesoro y perla preciosos


Liturgia:
                      Jeremías (15,10.16-21) se queja al Señor porque su vida está en una continua contradicción y lucha. Por su parte es un enamorado de la palabra de Dios: Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón. Y hace protesta de su buen hacer, aunque ahora se sienta solitario. Y pregunta a Dios el por qué.
          El Señor le responde que está siempre de corazón abierto. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable. Lucharán contra ti y no te podrán, porque estoy contigo para librarte de manos de los perversos. Te rescataré del puño de los opresores.
Aun en los momentos difíciles, cuando todo parece perdido, Dios aparece y promete su ayuda.

De ahí el SALMO (38) cuya antífona a repetir como estribillo, es: Dios es mi refugio en el peligro, a ver si repitiéndolo, se produce un sentimiento hondo de confianza en el Señor.

          En el evangelio siguen unas parábolas breves pero muy ricas en contenido. Mt 13,44-45 nos pone delante la parábola del TESORO ESCONDIDO en el campo. Realmente el Reino de Dios es un tesoro, que no descubre cualquiera, porque es un tesoro oculto, escondido. Su valor es inmenso pero no se le conoce.
          El día que un buscador de tesoros da con él, advierte del enorme valor que tiene, y con toda la astucia lo deja escondido donde se lo encontró, y se va y vende todas sus posesiones para poder comprar aquel campo del tesoro. Sabe que todo lo que él tenía no vale nada en comparación con aquel tesoro que ha descubierto. Y como la manera de hacerse de él con pleno derecho es comprar el campo, no tiene empacho en vender todo lo que tenía y comprar aquel campo, y así hacerse del tesoro. Todo ello con gran alegría porque sabe que sale ganando.
          La lección era muy clara: todos los bienes de la tierra no tienen valor en comparación con el reino de los cielos. Y bien merece la pena deshacerse de las propias posesiones, con tal de vivir la riqueza del Reino. Esto es lo que Jesús dice también de otra manera cuando habla de la necesidad de posponer todos los amores y relaciones humanas (padre y madre, hermanos y hermanas, tierras y aun el propio yo), para hacerse lugar en el reino de Cristo, en el seguimiento de Cristo.

          La misma lección queda dicha repetitivamente en la siguiente parábola de la perla preciosa, una joya de gran valor, que un comerciante entendido en la materia encuentra casualmente. Y entonces vende todas sus joyas y todo lo que tiene, para hacerse de aquella perla fina de gran valor. Cede todo, vende todo, para comprar esa perla extraordinaria. Y sabe que sale ganando. Así el que sabe valorar lo que es el Reino de Dios, sabe que de qué le iba a servir todo lo demás si no alcanza ese objetivo.
          Pone Jesús en valor el reino de Dios que él trae y que quiere que llegue a todo el mundo, y que todos sean capaces de vivir esa realidad de que lo más valioso que hay en la existencia humana es acoger la Gracia de Dios. Por encima de todas esas bagatelas humanas en las que la gente se enreda y se aleja del gran tesoro que Dios le ofrece y promete, y que tiene en sus manos todo el que acepta el evangelio y entra en la amistad de Jesucristo. Si la gente llegara a captar, como lo captó Ignacio de Loyola o Francisco Javier, que de nada vale ganar el mundo entero si se arruina la vida, otro modo de vivir y de afrontar la realidad tendría ese mundo que anda tan perdido en los muñecos de paja de sus diversiones y sus goces.

          Sean estas parábolas una llamada a los que ya caminamos en el camino del Reino, pero a quienes siempre nos hace falta un nuevo empujón para dar la talla en la que nos espera el Señor. Eso que se llama “la segunda conversión” y que supone un nuevo descubrimiento para que los que ya caminamos, salgamos de nuestras rutinas y rémoras de la vida (que nos entorpecen y ralentizan) y demos ese paso necesario para comprar el campo del tesoro escondido o la perla de mucho más valor, aunque sea teniéndonos que desprender de ese conjunto de posesiones del YO, ue tanto nos dificultan el avance por el camino de la perfección.

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