jueves, 30 de agosto de 2018

30 agosto: El valor de la verdad


LITURGIA
                        El evangelio de hoy podría darse por explicado porque es un tema más que conocido y casi diríamos que repetido. Pero el evangelio siempre es nuevo y siempre se renueva a sí mismo, de modo que lo que ya se ha dicho una vez puede comentarse otra y que resulte como un estreno. Y porque a cada uno le llega en un momento diferente y por tanto entra en su alma como algo novedoso.
            Mt 24, 42-51 está en la liturgia como pegado a los “ayes” de Jesús con los escribas y fariseos. Y bien podríamos interpretarlo hoy como una nueva invitación que Jesús les hace, advirtiéndoles que puede ser aún una hora propicia para salir de sus “sepulcros blanqueados” que huelen a muerte y entrar en el reino…; llegar aún a tiempo de esperar la venida del Señor. Todavía pueden ser los criados fieles (que tienen a su cargo otros criados, a los que pueden servir en buena lid).
            Jesús advierte, pues, que hay que estar en vela porque no sabéis el día ni la hora. Se puede hacer tarde, les podría estar diciendo a los fariseos y doctores, pero aún estáis invitados a abrir la puerta en el momento en que aparezca el dueño de la casa. Y –por expresarlo con una imagen llamativa- advierte Jesús que lo mismo que no se sabe de antemano la llegada del ladrón (porque si se supiera, no le dejarían abrir el boquete), tampoco se sabe a qué hora y en qué momento viene el Hijo del hombre.
            Los mentores del pueblo judío deben tener esa lección bien aprendida, porque un criado bueno es el que está prevenido para esperar la llegada de su amo. Y en parte por él mismo, en parte porque tiene otros a su cargo, debe estar alerta para que el amo al llegar lo encuentre en su puesto y en la mejor disposición. ¡Feliz él, porque entonces el amo lo va a poner al frente de la administración de su casa, elevándolo de categoría!
            Todo lo contrario si al llegar el dueño de casa lo que encuentra es el desorden y que el criado maltrata a los subordinados, y se dedica a comer y beber con los borrachos… Entonces el amo le castigará fuertemente como merecen los hipócritas. He aquí por qué he hecho aplicación de la parábola al contexto en el que tanto ha clamado Jesús contra la hipocresía. Un texto (el de días anteriores) que “atrae” a éste de hoy precisamente en el punto común de la hipocresía. Y donde el final de la perícopa es esa llamada intensa de Jesús que advierte que para el hipócrita fingidor de bondad, lo que le espera es ese llanto y rechinar de dientes de la desesperación de no haber sabido aprovechar a su tiempo las oportunidades que se ofrecieron para estar en vela y vivir con la cabeza alta. Al contrario vendría el momento desesperado de haber tenido la oportunidad y no haberla aprovechado. Y hay un momento en el que ya no hay vuelta atrás. Que esa es la gran conclusión de este relato, que no deja espacio a “segunda oportunidad”. Al llegar el amo, la suerte ya está echada, y como se haya vivido, así será el encuentro definitivo con el Señor.
            De donde se deduce que hay pecados de muchas clases, que habrá siempre que tratar de corregir, pero que el de la hipocresía ocupa un lugar muy importante en la colocación de la persona ante la presencia de Jesús. Cualquier pecado lo puede perdonar (y de hecho el evangelio está lleno de perdones). Pero la hipocresía hace de frontón a la palabra de Dios e impermeabiliza el alma para poder Jesús entrar en esos corazones. Es evidente en la historia de Jesús. Publicanos, mujeres de mala vida, pecadores…, hallaron en Jesús compasión y perdón, misericordia y gestos de cercanía y amor. En cambio con los fariseos no hay nunca una posibilidad de acercamiento, porque eran hipócritas.
            Y siempre me gusta hacer notar que los fariseos no eran una profesión de maldad. Me parece necesario siempre hacer caer en la cuenta de que eran muy religiosos, nimios en su forma de vivir la religión, hasta la exageración y en las exigencias. ¡Pero detrás de aquella vida se escondía la falsía, la hipocresía! Y de ahí el choque frontal con Jesucristo que era el hombre íntegro y de la verdad.

            He ahí la gran lección para ese examen de conciencia que hemos hecho estos días pasados, que nos debe poner muy de frente a nuestra verdad. No nos justifica el hecho de ser más religiosos y cumplidores. El corazón es el que se juega ahí la realidad del sincero o del hipócrita ante los ojos de Dios que ve los corazones.

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