LITURGIA
El evangelio de hoy podría darse por explicado porque
es un tema más que conocido y casi diríamos que repetido. Pero el evangelio
siempre es nuevo y siempre se renueva a sí mismo, de modo que lo que ya se ha
dicho una vez puede comentarse otra y que resulte como un estreno. Y porque a
cada uno le llega en un momento diferente y por tanto entra en su alma como
algo novedoso.
Mt 24,
42-51 está en la liturgia como pegado a los “ayes” de Jesús con los escribas y
fariseos. Y bien podríamos interpretarlo hoy como una nueva invitación que
Jesús les hace, advirtiéndoles que puede ser aún una hora propicia para salir
de sus “sepulcros blanqueados” que huelen a muerte y entrar en el reino…;
llegar aún a tiempo de esperar la venida del Señor. Todavía pueden ser los
criados fieles (que tienen a su cargo otros criados, a los que pueden servir en
buena lid).
Jesús
advierte, pues, que hay que estar en vela porque no sabéis el día ni la
hora. Se puede hacer tarde, les podría estar diciendo a los fariseos y
doctores, pero aún estáis invitados a abrir la puerta en el momento en que
aparezca el dueño de la casa. Y –por expresarlo con una imagen llamativa-
advierte Jesús que lo mismo que no se sabe de antemano la llegada del ladrón
(porque si se supiera, no le dejarían abrir el boquete), tampoco se sabe a qué
hora y en qué momento viene el Hijo del hombre.
Los
mentores del pueblo judío deben tener esa lección bien aprendida, porque un
criado bueno es el que está prevenido para esperar la llegada de su amo. Y en
parte por él mismo, en parte porque tiene otros a su cargo, debe estar alerta
para que el amo al llegar lo encuentre en su puesto y en la mejor disposición.
¡Feliz él, porque entonces el amo lo va a poner al frente de la administración
de su casa, elevándolo de categoría!
Todo lo
contrario si al llegar el dueño de casa lo que encuentra es el desorden y que
el criado maltrata a los subordinados, y se dedica a comer y beber con los
borrachos… Entonces el amo le castigará fuertemente como merecen los
hipócritas. He aquí por qué he hecho aplicación de la parábola al contexto en
el que tanto ha clamado Jesús contra la hipocresía. Un texto (el de días
anteriores) que “atrae” a éste de hoy precisamente en el punto común de la
hipocresía. Y donde el final de la perícopa es esa llamada intensa de Jesús que
advierte que para el hipócrita fingidor de bondad, lo que le espera es
ese llanto y rechinar de dientes de la desesperación de no
haber sabido aprovechar a su tiempo las oportunidades que se ofrecieron para
estar en vela y vivir con la cabeza alta. Al contrario vendría el momento
desesperado de haber tenido la oportunidad y no haberla aprovechado. Y hay un
momento en el que ya no hay vuelta atrás. Que esa es la gran conclusión de este
relato, que no deja espacio a “segunda oportunidad”. Al llegar el amo,
la suerte ya está echada, y como se haya vivido, así será el encuentro
definitivo con el Señor.
De donde
se deduce que hay pecados de muchas clases, que habrá siempre que tratar de
corregir, pero que el de la hipocresía ocupa un lugar muy importante en la
colocación de la persona ante la presencia de Jesús. Cualquier pecado lo puede
perdonar (y de hecho el evangelio está lleno de perdones). Pero la hipocresía hace
de frontón a la palabra de Dios e impermeabiliza el alma para poder Jesús
entrar en esos corazones. Es evidente en la historia de Jesús. Publicanos,
mujeres de mala vida, pecadores…, hallaron en Jesús compasión y perdón,
misericordia y gestos de cercanía y amor. En cambio con los fariseos no hay
nunca una posibilidad de acercamiento, porque eran hipócritas.
Y
siempre me gusta hacer notar que los fariseos no eran una profesión de maldad.
Me parece necesario siempre hacer caer en la cuenta de que eran muy religiosos,
nimios en su forma de vivir la religión, hasta la exageración y en las
exigencias. ¡Pero detrás de aquella vida se escondía la falsía, la hipocresía!
Y de ahí el choque frontal con Jesucristo que era el hombre íntegro y de la verdad.
He ahí
la gran lección para ese examen de conciencia que hemos hecho estos días
pasados, que nos debe poner muy de frente a nuestra verdad. No nos justifica el
hecho de ser más religiosos y cumplidores. El corazón es el que se juega ahí la
realidad del sincero o del hipócrita ante los ojos de Dios que ve los
corazones.
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