lunes, 13 de agosto de 2018

13 agosto: Morirá y resucitará


Liturgia:
                      Me declaro incapaz de comentar toda la larga lectura de Ezequiel (1,2-5.24 a 2,1) porque es toda una profecía simbólica que bien me gustaría dominar, pero que considero poco serio que yo intente ahora interpretar debidamente. Es una narración de una belleza extrema con imágenes y presentaciones muy orientales para expresar lo inexpresable de la venida de Dios sobre las nubes del Cielo, y que desemboca finalmente en una profecía mesiánica cuando el que aparece es Una figura como de hombre, nimbado de resplandor. También puede ser que como Dios no tiene figura, el profeta reciba una especie de visión de apariencia humana para expresar de alguna manera inteligible la presencia del mismo Dios.  Para acabar en lo que sería la explicación y la síntesis de toda la visión, que es la apariencia visible de la gloria del Señor. Y como corresponde a la presencia de lo divino, el profeta cae rostro en tierra al contemplarla. Es el terror a lo divino y al mismo tiempo la adoración profunda.

          El SALMO (148) vendrá a cantar esa maravilla: llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Por tanto, alabad al Señor en el Cielo, en lo alto, todos sus ángeles, todos sus ejércitos. [Se ve claramente el estilo de frases paralelas: “en el cielo”-en lo alto; sus ángeles=sus ejércitos].
          Deben adorarlo todos los reyes y pueblos del orbe=príncipes y jefes del mundo; los jóvenes, las doncellas, los viejos y los niños. Adoren el nombre del Señor, único nombre sublime, su Majestad sobre el cielo y la tierra.
          Dios, por su parte, aumenta el valor de su pueblo y hace digno de alabanza a Israel, su pueblo escogido.

          Nuevo anuncio de la pasión en Mt.17,21-26, que hace Jesús a sus apóstoles mientras recorrían el mar de Galilea: Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres y lo matarán, pero resucitará al tercer día.
          El anuncio no es nuevo. Los apóstoles se olvidarían de esos anuncios en la medida en que veían a Jesús triunfando sobre la enfermedad, las posesiones diabólicas, e incluso sobre las olas y los vientos. Por eso Jesús recuerda de vez en cuando la realidad que se avecina. Y eso puso muy tristes a los Doce, que se encontraban ante un pensamiento repetido del Maestro. Pero nadie se atreve a intervenir, después de la experiencia con Simón Pedro, el alabado primero y rechazado después porque se permitió intentar apartar al Maestro de aquella idea.
          Cuando llegaron a Cafarnaúm, se presentan los cobradores de los impuestos de las dos dracmas. Era un impuesto del templo y se hacía en honor de Dios. Venía de tiempos muy antiguos y luego se dejó. Pero se había restaurado la costumbre, y comenzaba a cobrarse 15 días antes de la Pascua y durante un tiempo después.
Los cobradores se dirigieron a Pedro para preguntarle si el Maestro pagaba el impuesto o no. Pedro contestó que sí, porque no era la primera vez y ya sabía que Jesús era fiel en dar al templo lo que debía contribuir a la realización de los cultos en honor de Dios.
          Otra cosa es que no tenían para pagar. Y Jesús aprovecha una situación “casual”, providencial, y en el fondo misteriosa, por la que dice a Simón Pedro que se vaya a pescar y en el primer pez que pique encontrará en su boca un estater o moneda de plata con el doble valor del impuesto. Lo tomas y pagas por ti y por mí.
          No deja de ser un tema curioso y poco normal, que Jesús realice un hecho casi milagroso a favor propio. Pero tiene su relación con la pregunta que ha hecho Jesús anteriormente a Pedro, de si los reyes del mundo cobran impuestos a los hijos o a los extraños. Es evidente que a los extraños. Por eso Jesús, que es Hijo del Padre, del Dios del templo, no tiene que pagar. Pero para no crear discusión ni escandalizar a los cobradores de las dos dracmas, prefiere recurrir al milagro y pagar así.

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