viernes, 24 de agosto de 2018

24 agosto: El principal mandamiento


LITURGIA
                        Tenemos hoy una de esas imágenes propias de Ezequiel que necesitan interpretación porque son imágenes atrevidas y fuera de lógica normal. En 37,1-14 el profeta Ezequiel nos muestra aquella profecía que Dios le ha presentado: un valle lleno de huesos mezclados. Dios le hace dar vueltas y revueltas alrededor de aquellos huesos para que se percate de que son huesos sueltos y sin vida, imagen de Israel que se ha resecado en la presencia de Dios. Y Dios le pregunta: ¿Podrán revivir estos huesos? El profeta se remite al misterio de Dios y responde: Señor, tú sabrás. Y Dios le dice que mande a esos huesos unirse cada cual con los huesos correspondientes, y revestirse de carne y tendones.
            Así lo hace Ezequiel y se produce un estrépito y se juntan huesos con huesos y se recubren de tendones y carne. Pero sin vida. El proceso del pueblo de Israel va por partes y es Dios quien lo está disponiendo y está llevando adelante.
            Nuevo encargo de Dios al profeta: Conjura al espíritu; conjura, hombre mortal, de parte de Dios: De los cuatro vientos ven, espíritu y sopla sobre estos muertos para que vivan. Ezequiel habla entonces esa palabra en nombre de Dios y revivió una multitud incontable. Y se le hace saber que “Estos huesos son la entera casa de Israel”. Dios les hará salir de los sepulcros y entonces sabréis que yo soy el Señor…, y os infundiré mi espíritu y viviréis y os colocaré en vuestra tierra y sabréis que lo digo y lo hago.
            Tiene todo esto un paralelismo con la referencia de Isaías al resto de Israel, ese grupo amplio y numeroso que se salva de la apostasía en el destierro porque se mantiene fiel al plan de Dios. Ese resto sería como esos huesos que al conjuro del oráculo de Dios adquiere fuerza y queda constituido como el pueblo de Dios que va a entrar en tierra de Israel. Hay, pues, un paralelismo entre las descripciones de los dos profetas, aunque cada uno recibe una diferente forma de profecía. Al final es Dios quien rehace a ese pueblo maltrecho por su propia infidelidad.

            El evangelio (Mt.22,34-40) queda explicado por sí mismo y en realidad era el abc de la vida de un israelita. Lo llamativo y hasta lo absurdo es que sea materia de “prueba” para conocer a Jesús y su pensamiento. Se presentaron unos fariseos, puestos de acuerdo con saduceos aunque pensaban distinto unos de otros, pero para atacar a Jesús se ponen de acuerdo. Y la pregunta para probar la ortodoxia de Jesús es cuál es el primer mandamiento principal de la Ley.
            Jesús respondió algo que constituía la vida de un judío: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Quedaba claro que Jesús estaba en perfecta sintonía con la Ley de Dios. Pero no se quedó parado ahí en su respuesta porque avanzó la idea recalcando que ese es el principal y primero, pero que hay un segundo que es semejante, y que bien debían ellos practicar, en vez de venir con intenciones torcidas. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y apostrofa Jesús al final: estos dos mandamientos sintetizan la Ley entera y los profetas, es decir: todo lo que tiene que saber y que practicar un buen judío.
            No dice el texto nada más. No dice cómo reaccionaron los fariseos y saduceos. La verdad es que no tenían nada que decir, y que había quedado claro que JESÚS estaba centrado en la Ley de Israel.
            Lo que nos queda es la personal reflexión sobre nuestro vivir diario: si realmente amamos al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Si amamos a Dios sobre todas las cosas, de manera que se anteponga a todo otro amor e interés.
            Una persona se acusaba de que no amaba a Dios más que a sus hijos y esposo. En realidad no hay conflicto en la vida diaria: son dos amores que no se oponen; cada uno va por su parte. Sin embargo en caso de entrar en conflicto, ha de prevalecer el amor a Dios. Ante una incitación al mal o ante una elección de vida, los amores humanos han de ceder su puesto y ha de prevalecer el amor a Dios sobre todas las cosas. Ahí es donde está el secreto. Mientras tanto, el amor a Dios y el amor debido a los semejantes, se ponen en primer plano y de forma semejante.

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