martes, 21 de agosto de 2018

21 agosto: Dios y las riquezas


LITURGIA
                        Ezequiel 28,1-10 es una perorata contra el príncipe de Tiro que se ha encumbrado y se ha hecho dios aunque no es más que un hombre. Contra él arremete el profeta y le anuncia su desastre: Por haberte creído Dios, pueblos bárbaros feroces desenvainarán la espada contra tu belleza y tu sabiduría, profanando tu esplendor.
            La verdad es que hoy desearíamos encontrar respuestas proféticas a este mundo que también se ha endiosado, y al que desearíamos ver dominado por una fuerza de bien, humillada la soberbia de este mundo y esa situación en la que los buenos viven en inferioridad y como si no fueran a tener respuesta a su clamor.

            El evangelio (Mt.19,23-30) es continuación del de ayer y como el colofón de lo que ayer nos dejó empinados con aquel muchacho que vino con los mejores deseos de seguir a Jesús, pero se encontró con que ese ir con Jesús le pedía la renuncia a sus bienes, siendo así que era una persona muy rica. Que seguramente por esa circunstancia fue por la que Jesús le puso por delante la condición de hacerse pobre para poder estar del lado de Jesús. No se lo había pedido a los apóstoles que ya le seguían porque de hecho eran personas de pocos pudientes y, desde luego, no eran ricos ninguno de ellos.
            El muchacho se fue triste. Pero se fue. No pudo aceptar las condiciones. Y Jesús se volvió a sus discípulos y les dijo con una pena en el alma: Qué difícilmente entrará un rico en el Reino. Era una primera reacción de su sentimiento ante aquella vocación frustrada. Y como los apóstoles hicieran un gesto de admiración, Jesús se ratificó en lo dicho: Lo repito: es más difícil que un rico entre en el Reino que pasar un camello por el ojo de una aguja. Habla Jesús de una verdadera imposibilidad, como imposible es pasar un camello por el ojo de una aguja.
            Se ha pretendido “suavizar” esa comparación tan exagerada con aplicaciones distintas: “camello” sería de la misma raíz que “soga”, “maroma”, con lo que sigue siendo tan imposible, pero menos extremoso y exagerado. También se ha querido interpretar que “la aguja” era una puerta del templo muy baja, que dificultaba el paso de un camello. Y aunque son aplicaciones que hacen más inteligible el dicho de Jesús, se ha concluido que ninguna de esas aplicaciones corresponden al dicho e intención de Jesús. Jesús quería decir lo que también expresa cuando establece el dilema de “o Dios o el dinero”. Sencillamente no hay relación de la riqueza con el evangelio.
            Los apóstoles se admiran y llegan a plantearse, espantados,  quién puede salvarse. Y Jesús, que no cierra ninguna puerta, responde que lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios. O sea: el rico, mientras es rico y apoyado en su riqueza, no tiene “salvación” (entrada en el Reino). Pero Dios se encarga muchas veces de hacerlo pobre, desde mil géneros de pobreza que hacen al rico no sentirse rico sino encontrarse con sus riquezas minadas. Y Dios le da la gracia de irle haciendo pobre y sintiéndose pobre. Y entonces ni el camello es camello ni el ojo de la aguja es tan imposible… Empieza a poder vivir la experiencia de la pobreza que se necesita para el Reino de los cielos vivido aquí en la tierra.
            Los apóstoles preguntaron entonces qué parte les tocaba a ellos, que lo habían dejado todo. Y aunque podría Jesús haberles dicho que “todo” no lo habían dejado, optó por aprovechar la ocasión para dar doctrina general: A quienes han dejado todo: padres y hermanos y campos, cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre venga en su gloria, se sentarán en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. Y recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
            Yo quiero una vez más insistir en un aspecto práctico: dejarlo TODO debe extenderse al YO personal. Dejar “cosas” y bienes es en la realidad mucho más posible. Pero como las serpientes, siempre queda que salvar la cabeza. Dejar el YO es lo verdaderamente difícil y donde queda siempre un reducto de riqueza, del que es más difícil salir. Y por tanto de donde más necesidad tiene uno de que lo imposible para los hombres, lo haga posible Dios. Y sea así la propia realidad de la vida la que nos vaya haciendo pobres que experimentamos los efectos de la pobreza. Unas veces es la salud mermada, otras la dependencia, otras son problemas familiares, cierta carencia económica…, y las mil maneras más en las que uno acaba sintiéndose pobre criatura.

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