jueves, 2 de agosto de 2018

2 agosto: Peces buenos y malos


INTENCIONES DEL PAPA para este mes.
            Universal: La familia, un tesoro.  Para que las grandes opciones económicas y políticas protejan la familia como el tesoro de la humanidad.
            Este mes la intención del Papa va dirigida a toda persona de buena voluntad y no solo a los católicos. La familia no es exclusiva de los creyentes. La familia es una institución natural. La familia es el eje de la vida de cada individuo. Lo que el Papa nos invita a pedir es que tanto los intereses económicos como los políticos, protejan a la familia, como el gran tesoro de la humanidad.
            ¿Qué preocupa al Papa? Que las mafias que dominan al mundo para sus propios intereses, no dominen este terreno tan sagrado de la vida humana. Y en cuanto a los políticos, que no vivan la demagogia de aparentar favorecer a la familia cuando en la realidad concreta y práctica la van minando sistemáticamente.
            El proceso de las fuerzas del mal ha ido socavando valores esenciales: fe, ejército, Iglesia, Patria, religión, vida. Y la familia. El Papa sale en defensa del valor de la familia como valor substancial de la sociedad.

Liturgia:
                      Dios está haciendo con Jeremías una enseñanza de signos o de parábolas en acción. El signo de enterrar el cinturón junto a la corriente del río (que hemos oído hace unos días), y luego recogerlo ya estropeado, demuestra que el cinturón mal usado no sirve para nada. Y Dios se lo presenta a Jeremías para indicarle en qué queda un pueblo malvado que se niega a escuchar la palabra de Dios.
          Hoy utiliza otra parábola: que vaya a un taller de alfarero (18,1-6) y vea lo que hace el artífice con el barro. Si una vasija le sale mal, vuelve a echar la materia en el barro y construye una nueva. Así, dice el Señor, puedo hacer yo: Mirad: como está el barro en las manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos. Dios nos quiere modelar como vasija útil y nueva,

          Nueva parábola de Jesús en el evangelio de San Mateo: 13,47-53. Esta vez la comparación del Reino es con la pesca de una red barredera que recoge sin distinción toda clase de peces. Pero unos son aptos para el consumo y otros no. Y la labor del pescador, sentado a la orilla del mar es ir recogiendo los peces buenos en los cestos, y arrojando al mar a los que no tienen utilidad.
          La vida humana en una sociedad es semejante a esa realidad. Vamos por la calle toda clase de personas, como en la red barredera. Estamos en el supermercado y nadie sabe qué piensa el que está comprando a su lado. Como en la red, estamos todos, malos y buenos, útiles y contrarios. Pero al llegar al final del trayecto, no todos van a tener la misma suerte. Jesucristo habla de una selección que se va a producir en la última hora, cuando toca decantar lo que vale de lo que no vale. Lo que ha respondido a la llamada de Dios será separado por los ángeles, y lo que no ha respondido irá al horno de fuego.
          Jesús, ya por segunda vez, habla del llanto y el rechinar de dientes. Es un dicho que me recuerda la historia de aquellos marinos malagueños en la contienda civil del año 36. Le venían pisando los talones cuando tenían ya el coche preparado y el motor en marcha para salir huyendo, y a uno se le ocurre que se ha dejado en la casa alguna cosa. Sube por ella y cuando regresa al coche, ya está rodeado de los milicianos. Y la desesperación de aquel hombre era haber tenido dispuesto todo para huir y por una minucia haber perdido la ocasión: el coche preparado, el motor en marcha y por aquel detalle haber perdido la oportunidad. Éste es el llanto y el rechinar de dientes, cuando los “peces malos” se encuentren en el horno de fuego y piensen que pudieron evitarlo. La prueba son todos los “peces buenos” que fueron recogidos por los ángeles. Pudieron evitarlo…: es el tormento que carcome como el fuego, pero con la diferencia de que no acaba con la víctima sino que se preguntará siempre por qué no siguió otro camino, el buen camino de los que quedaron bien dispuestos.
          Tendemos ahora, con una bonomía infantil, a pensar que no puede haber ese “llanto y rechinar de dientes” que se prolonga y no se acaba. Jesús no tuvo empecho en presentarlo así. Y no por ello se le fueron las gentes a buscar otras predicaciones más suaves. Más  importa cambiar de conducta que suavizar el mensaje.

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