viernes, 3 de agosto de 2018

3 agosto: Jesús en su pueblo


PRIMER VIERNES DE MES, Jornada de Oración del Papa
VIDEO DEL PAPA: Palabras del Papa.
Al hablar de las familias, muchas veces me viene a la cabeza la imagen de un tesoro.
El ritmo de vida actual, el estrés, la presión del trabajo y también, la poca atención de las instituciones, puede poner a las familias en peligro.
No es suficiente hablar de su importancia: es necesario promover medidas concretas y desarrollar su papel en la sociedad con una buena política familiar.
Recemos para que las grandes opciones económicas y políticas protejan a la familia como el tesoro de la humanidad.
Liturgia:
                      Jer.26,1-9 nos muestra al profeta  en el atrio del templo anunciando la ruina de ese templo. Así se lo ha mandado decir el Señor, “a ver si escuchan y se convierte cada cual de su mala conducta”. No pretende Dios arruinar a ese pueblo y a ese templo. Dios avisa con el deseo de que él mismo cambie su anuncio: “a ver si me arrepiento del mal que anuncio a causa de sus malas acciones”,
          Jeremías actúa como el Señor le ha dicho, y los sacerdotes y el pueblo cargan contra él por la profecía que ha hecho contra el templo, y lo declaran reo de muerte por profetizar en nombre del Señor que ese templo será como el de Silo y la ciudad quedará en ruinas.
          No han aprovechado el aviso y lo han vuelto contra el mensajero.
          De ahí el SALMO (68) con ese versículo que expresa la oración a Dios hecha por Jeremías, que se encuentra en tal apuro: Que me escuche tu gran bondad, Señor.

          Hoy tenemos en el evangelio de San Mateo la escena muy conocida de Jesús en su pueblo de Nazaret, aunque muy reducida en su narración. Nos introduce el evangelista con la ida de Jesús a su ciudad de Nazaret, donde Jesús debió llegar con tanta ilusión de volcar en su patria chica las bondades que iba repartiendo por otras poblaciones. Era encontrarse con su madre, con sus familiares, con su ambiente de tantos años, con sus amigos y conocidos. Y con los enfermos y necesitados que él conocía y a los que tantas veces había visitado anteriormente.
          No menos un deseo de hablarles en la sinagoga, trasmitiéndoles el tesoro que traía del Reino de Dios. Y así lo hizo y la gente quedó admirada. Aquel Jesús que ahora les venía, estaba mucho más elocuente y decía cosas de mucha mayor envergadura que cuando antes estaba por aquellas calles y plazas. Y mientras escuchaban, se estaban preguntando de dónde le venía a Jesús esa sabiduría y esos milagros (milagros que habían escuchado que había hecho en los pueblos y ciudades de alrededor). ¿Acaso no era Jesús el hijo del carpintero? Y sus parientes ¿no conviven allí entre ellos?
          Hay dos interpretaciones de tales preguntas. Una es positiva: la admiración de que el paisano Jesús, tan conocido de tantos años, y que era reconocido como hombre bueno y hasta ejemplar…, pero nada más, ahora viene como Maestro que enseña, y que viene aureolado por hechos milagrosos. Es una admiración lógica.
          La otra interpretación, que prevalece, es negativa, y por eso las preguntas anteriores desembocan en un desconfiar de él.
          En el caso de la primera interpretación, la admiración debiera redundar en un reconocimiento, y en un volcarse hacia aquel paisano que venía tan cambiado. Y que aunque lo conocen en su familia, y lo conocen por sus años pasando por aquellas calles, la realidad es que hoy viene hecho un Maestro y merece la pena escucharlo. Esa admiración redundaría en una acogida.
          El caso que se dio fue muy distinto: aquellas preguntas que se hacían las gentes no iban bien intencionadas. Eran observaciones críticas, rebajando la estima de lo que había explicado y de su conocimiento de la palabra de Dios que había explicado. Eran sencillamente murmuraciones. Y el efecto que producen es tan negativo que Jesús tuvo que advertirles que sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Y no hizo allí ningún milagro porque les faltaba fe.
          Nos habla, pues, este evangelio, indirectamente, del daño de la murmuración, de poner en tela de juicio los valores de una persona. Y en definitiva, las consecuencias de la falta de fe.

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