domingo, 5 de agosto de 2018

5 agosto: El Pan de la Vida


Liturgia:
                      Decíamos el domingo pasado que una de las conclusiones a la que nos llevaba el evangelio era a la Eucaristía. Aquellos panes multiplicados en tanta abundancia, que no se agotaron y que sobró, llevaban hasta la realidad de la Eucaristía, que nos llega por manos de Jesús, y que se reparte y comparte de manera que hay para todos y queda para nueva ocasión.
          Es el tema que prevalece hoy en las dos lecturas que llevan la voz cantante: en la primera (Ex.16,2-4.12-15) el pueblo siente hambre y protesta contra Moisés porque no tiene pan ni carne en aquel desierto, y añoran su estancia en Egipto donde no les faltaba comida.
Moisés se presenta ante el Señor y le muestra la situación por la que están pasando, y Dios acude en ayuda de aquel pueblo y cae sobre el campamento hebreo una bandada de codornices, con lo que tienen para comer carne. Y a la mañana siguiente encuentran una capa alrededor del campamento que, cuando se evapora, deja una semilla con la que pueden hacerse panes. Y el pueblo tuvo aquella semilla mientras anduvo por el desierto, y nunca les faltó.
El maná es figura de la Eucaristía porque pueden tenerlo cada día, cada uno lo que necesitaba, de modo que no por coger más semillas tenían más pan, sino lo que podían consumir.

          En el evangelio la gente se ha admirado de que Jesús esté ahora al otro lado del lugar de la multiplicación, siendo así que él no se embarcó con sus discípulos y sólo había una barca.
          Jesús les dice que lo buscan no por él y por sus enseñanzas sino porque habían comido el pan. Y les exhorta a buscar el alimento que no perece.
          Preguntan ellos cuál es ese alimento, y Jesús les responde que el alimento que perdura es ocuparse en los trabajos que Dios quiere.
          Nueva pregunta: ¿Y cuáles son esos trabajos que Dios quiere? Y Jesús se eleva en su respuesta y les dice que lo que Dios quiere es que crean en el que Dios ha enviado. Les va centrando el tema.
          Ahora la gente pide un signo que tú hagas para que creamos en ti. Y le ponen por delante el signo vivido por sus padres en el desierto, donde Dios les dio el maná llegado por los aires.
          Jesús responde que el verdadero PAN DEL CIELO no es el que llegó por los aires, sino el que procede del mismo Dios, que es su Padre, que dio el verdadero pan del cielo, que da vida al mundo.
          Lo que entendieran no se sabe. Pero lo que sí encontraron una respuesta que les atrajo la atención y acabaron pidiendo que les diera ese pan. Con lo que Jesús concluye: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed.

          La 2ª lectura (Ef.4,17.20-24) nos completa el cuadro con la llamada a la comunidad de Éfeso a no vivir como los gentiles en la vaciedad de sus criterios, pues no es así como han aprendido a vivir al modo de Cristo, que nos ha enseñado a vivir en la verdad.
          Sería una muy importante advertencia a quienes nos acercamos a la Eucaristía, que tenemos que vivir la vida diaria al modo de la enseñanza de Cristo y no al modo de las apetencias que nos sugieren nuestros gustos o nuestros temores, nuestros deseos o nuestras atracciones. La Eucaristía nos tiene que servir de llamada muy fuerte porque es encontrarnos cara a cara con Jesucristo, y eso tiene que tener una concreción muy clara.
          Dice Pablo en esa carta: Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo, corrompido por los deseos del placer; a renovaros en la mente y en el espíritu. Dejad que el Espíritu Santo renueve vuestra mentalidad y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

          No hay que aclarar más. Lo que hay es que asumir y asimilar esa exhortación de Pablo, concretando de ese modo el sentido auténtico de nuestra participación en la Eucaristía.

          Fundamentados en la Eucaristía, de la que participamos, hacemos nuestra peticiones a Dios.

-         Para que seamos consecuentes en la vida diaria con el hecho de acercarnos a la Eucaristía, Roguemos al Señor,

-         Para que la enseñanza que nos hace Cristo nos conduzca a proceder en verdad, Roguemos al Señor.

-         Para que abandonemos lo que nos separa de la llamada de Jesucristo, Roguemos al Señor.

-         Para que se renueve nuestra mentalidad, nuestros criterios y nuestros hábitos, Roguemos al Señor.


Danos, Señor, a vivir como corresponde a quienes reciben el Pan del Cielo y deben pensar y sentir con los sentimientos de nuevas criaturas, al modo de Jesucristo.
          Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

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