sábado, 18 de agosto de 2018

18 agosto: Los niños


LITURGIA
                        Hoy tenemos una 1ª lectura de Ezequiel (18,1-10.13.30-32)  que corrige pensamientos anteriores en los que había la idea de que el pecado de los padres se pagaba por los hijos y los nietos y más generaciones, lo que había conducido a la expresión de que los padres comieron agraces y los hijos sufrieron dentera. Hoy la lectura amplia está dedicada a mostrar que cada uno paga por su vida. Cuando los padres son buenos, cumplen con sus obligaciones de justicia y demás compromisos sociales, ellos quedan justificados ante Dios. Y si los hijos salen malos y pecan, ellos son lo que cargan con la culpa que cometieron. Yo os juzgaré a cada uno según sus obras, cosa que es consoladora y que incita a vivir una vida ordenada. Cuando se proceda mal, se pagará por el mal que se ha hecho.
            La conclusión de esta lectura es una invitación a convertirse, es decir, a vivir la vida de la manera que es acorde con los mandatos del Señor. Porque “convertirse” indica volverse a Dios. Quiere decir que quien ya está vuelto a Dios ya está en esa línea de “conversión”.
            Cada uno somos responsables de nosotros mismos y a cada uno nos toca ponernos en la presencia de Dios con el corazón bien abierto a él, buscando no sólo “mantenernos” como “buenas personas” sino buscando el modo de agradarlo aun en pequeños detalles.

            El evangelio es corto (Mt.19.13-15) y nos lleva una vez más a la defensa que Jesús hace de los niños, y de los que se hacen como niños. Había unos niños que se apegaban a Jesús. El niño descubre dónde está la bondad y la ternura. Los apóstoles pensaban que aquello era una  molestia para el Maestro e intentan impedirle a los niños llegar hasta Jesús. Jesús les dice a los apóstoles que no le impidan a los niños llegar hasta él, pues de ellos es el reino de los cielos.
            A Jesús le atraía la espontaneidad del niño, su mirada sin malicia, su sencillez, la inocencia de sus reacciones, sus juegos sencillos… Eso que Jesús quisiera ver también en los mayores, a los que invita a ser como niños para vivir el Reino. Es que el Reino de Dios, que parece hacerse tan difícil de entender a los mayores, en la práctica es el que vive un niño en su simplicidad para ver las cosas con una mirada virgen, con unos pensamientos limpios y unos sentimientos sin malicia.
            Cierto que hoy descubrimos al niño que llega a estar viciado por el ambiente social en el que se desenvuelve. Desgraciadamente el niño no crece en esa limpieza de ambiente en el que crecían aquellos niños a los que Jesús quería tener junto a sí.
            Al niño de hoy se le pone en las manos, desde el uso de razón, en comunicación con las tecnologías modernas y no siempre con las cautelas necesarias para que no se meta en camisa de once varas. En tiempos muy jóvenes aún se le da un televisor que maneja a su antojo y le entran imágenes de todo tipo, que no son precisamente las que facilitan su crecimiento armónico correspondiente a su edad. Y el niño crece –se suele decir-“con los colmillos retorcidos”, dejando atrás esas bondades propias de su edad, y esos juegos que le desarrollan la creatividad y la inteligencia.
            ¿Cómo va a ser igual el niño que crece ya con la consola de juegos –generalmente violentos- que el que crecía distrayéndose con un caja de cartón a guisa de “camión” que le llevaba la imaginación a mundos diferentes? ¿Cómo va a ser lo mismo el niño que “inventaba” sus juegos y eso le llevaba varias fases de su creatividad, que el que ya no tiene más que darle a una tecla para encontrarse el juego hecho?
            Pues todo eso tiene su importancia a la hora de pensar en los niños en los que encontraba Jesús una imagen del Reino, y unos modelos para las personas mayores, tan necesitadas de dejar a un lado los prejuicios, los temores, los intereses inmediatos, los recelos y hasta los rencores y rencillas… En todo eso hace falta volverse a ser como niños, como esos niños capaces de creer lo más fantástico, porque aun tienen su imaginación capaz de crear mundos extraordiarios.

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