Liturgia:
Los profetas menores tienen mucha más
dificultad de explicación porque son escritos más sintéticos que en poco
espacio quieren decir mucho. Hoy toca Habacuc (1,12 a 2.4) y presenta el
profeta el problema de que los malos salen ganando. ¿Cómo puede Dios, que es mi santo Dios que no muere, dejar que
esas cosas ocurran? Tus ojos son
demasiado puros para mirar el mal y no puedes contemplar la opresión. ¿Por qué
contemplas en silencio a los bandidos, cuando el malvado devora al inocente?
El problema siempre antiguo, siempre interrogante del mal
que triunfa. Y la respuesta de Dios: La
visión espera su momento, se acercará su término y no fallará; si tarda,
espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El tema de la paciencia de
Dios. Del Dios que no actúa por impulsos. El Dios que deja siempre tiempo a la
conversión. El Dios que siempre espera, pero que ha de llegar con su solución
en su momento. Aquello de que “para Dios mil años son como un día y mil días
como un año”: Dios no tiene el reloj y el calendario de los hombres. Dios tiene
su tiempo (=kairós) y esos tiempos de
Dios no podemos medirlos nosotros. Dios actuará, aunque no cuando nosotros lo
quisiéramos y con la rapidez y el modo que quisiéramos. Donde menos se espera,
surgen soluciones al problema.
Hace unos días comentaba yo el texto de la mujer cananea
como un descubrimiento progresivo del propio Jesús de su misión más completa. A
alguien le puede extrañar que Jesús tuviera que ir descubriendo y no se las
supiera todas de momento. Hablamos de la experiencia del Jesús hombre, que sí
iba encontrando nuevos caminos para responder a la voluntad de Dios. A
propósito, creo ser de mucho interés la reflexión del Papa Francisco en su
Exhortación GAUDETE ET EXULTATE (=Alegraos y regocijaos), a propósito del
proceso de discernimiento que necesitamos tener todos en nuestra vida y en
nuestro crecer diario. Copio el texto:
171.-Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos
confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere. Hay que
recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a
escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de
maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para
renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres,
a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe
sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo
vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en
nuestra distracción cómoda no lo reconocemos.
172.Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como
último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando
encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la
salvación. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado, ya que las
mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en un
contexto puede no serlo en otro. El discernimiento de espíritus nos libera de
la rigidez, que no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado. Únicamente
el Espíritu sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en
cuenta todos sus matices, para que emerja con otra luz la novedad del
Evangelio.
Habrá que
leerlo más de una vez y habrá que irlo sabiendo leer para que nos deje la gran
riqueza de contenido que encierran esas reflexiones. Pero hagámoslo con mirada
hacia dentro y veremos que nos es útil para poder comprender más de “un
misterio” de la acción de Dios, y su “lenguaje” a través de la oración, de las
cosas, de las personas, de las situaciones, de las circunstancia, del
Magisterio y de la Sagrada Escritura. De todo eso habla ahí el Papa,
enseñándonos a descubrir la paciencia de Dios y los secretos ocultos tras las
cosas.
El evangelio
de Mt.17,14-19 sucede al bajar Jesús de la transfiguración. En el Tabor había
habido luces y brillos. En el llano esperaba la pobreza humana. Y es aquel
muchacho de los ataques epilépticos, para quien su padre se hinca de hinojos
ante Jesús para rogarle por la salud de aquel pobre niño, que padece tanto y
que ya ha estado a punto de perecer por caerse junto al fuego o junto al agua.
Jesús increpó
al demonio y salió, y desde ese momento quedó curado el paciente. Es curioso
que lo que el propio texto expresa como enfermedad clara, quede luego en que
Jesús “expulsó al demonio” Debe ser un modo de expresar que el mal nunca viene
de Dios, y que la fuerza de Dios libera tanto del demonio, fuente del mal, como
de la enfermedad.
Los apóstoles
no habían podido sanar al chico, y se extrañan. Jesús les hace caer en la
cuenta de que el tema no está en el poder que se puede ejercer desde fuera sino
en la fe con que se actúa. Porque la fe, aun siendo pequeña como un grano de
mostaza, hace milagros. En efecto da otra lectura de los hechos. Como ha dicho
Habacuc y como indica el Papa.
GRACIAS
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