lunes, 6 de agosto de 2018

6 agosto: Transfiguración del Señor


Liturgia: La transfiguración del Señor
                      Hoy celebramos la transfiguración del Señor en el Monte Tabor. Este evangelio de lee en el 2º domingo de Cuaresma con una connotación expresamente dedicada al sentido de esas fechas litúrgicas, mirando a la muerte de Jesucristo que, sin embargo, es el Señor triunfador de la historia.
          Hoy se lee el mismo evangelio pero con aires expresos de fiesta. Es, como ya se ha expresado en otras ocasiones, una costumbre de la Iglesia, que duplica las fiestas esenciales para insistir en su aspecto festivo y triunfal, porque el catolicismo no es una religión de tragedia sino de triunfo.
          Se anuncia con la 1ª lectura, tomada de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14) en la que se describe primero el trono de Dios, para luego presentar al “hombre” –especie de hombre- que avanza hacia el trono de Dios, y a quien se le da el poder y el reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron: su poder es eterno, su reino no acabará. Ha sido presentado en adelanto profético el Hijo del hombre, que aparecerá en el evangelio señalado por la voz del Cielo.
          El evangelio de Marcos (9,1-9), al que pertenecen los evangelios de este ciclo, nos narra el hecho de la transfiguración de Jesús. Hay que saber el contexto en el que se produce este hecho.
          Simón se ha escandalizado mucho del anuncio que Jesús les ha hecho sobre su padecimiento y muerte, hasta el punto de tomar a Jesús pos su cuenta y corregirle: No te suceda eso a ti nunca. Jesús tuvo que reprenderle muy severamente diciéndole que se apartase de él como un Satanás que tienta. Podemos imaginar cómo quedaron Simón y los demás apóstoles.
          Han pasado 8 días. Jesús quiere curar aquella llaga y toma consigo a Simón, Santiago y Juan y se los lleva a una montaña alta, el monte Tabor, y allí se manifiesta ante ellos con todo su esplendor: su rostro resplandeciente, sus vestidos blancos como la nieve, de un blanco deslumbrador. Tenían que ver por sus propios ojos la gloria de Jesucristo. Ese era Jesús. Pero no es distinto del que Jesús mismo les ha mostrado cuando les ha anunciado su pasión y muerte.
          Simón se siente muy a gusto en aquella circunstancia; así sí reconoce a Jesús. Y pretende cambiar la vida y que en adelante sea todo así. Y propone hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías (que se habían aparecido allí en la cima, y que representaban la Ley y los Profetas, avalando con su presencia la obra y la palabra de Jesús).
          En eso, se oyó la voz de Dios que decía: Éste es mi Hijo amado, escuchadle. Diga lo que diga, haga lo que haga, en toda circunstancia, escuchadle…, hacedle caso a él, que sabe muy bien el camino que ha de seguir.
          Simón y Juan y Santiago cayeron por tierra, asustados y admirados, y con ese sentimiento de haber escuchado a Dios, lo que provocaba un terror en un hebreo. Pero cuando pasó el susto y miraron alrededor, se encontraron con que todo había vuelto a la normalidad y que ya no estaban ni Moisés ni Elías, y Jesús estaba en su figura diaria sin los fulgores de luz. Estaba solo y como estaban acostumbrados a verle siempre.
          Jesús ahora les dice a ellos que no cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Volvía a meterles la idea primera: Él iba a morir, pero ya habían visto que aquella muerte no dominaba la situación.
          Los apóstoles testigos de tanta maravilla siguen sin entender lo que pueda significar eso de resucitar de entre los muertos. Pero a nosotros ya se nos abre la luz y nos hace comprender que la muerte de Jesús no fue una muerte de fracaso y derrota sino un paso hacia la resurrección, que suponía la transfiguración definitiva. En ese triunfo de Jesús se fundamenta nuestra esperanza, porque como Jesús ha triunfado, así seguiremos nosotros después. Y la transfiguración de Jesucristo augura nuestra propia transfiguración, cuando de este cuerpo mortal que se deshace, surja el ser espiritual que gozará de la presencia de Dios, junto al Cristo Salvador.

          Repito algo que he comentado no hace mucho: no preguntéis cómo surge, cómo conocerá, como disfrutará, cómo resucitará. Ese es el gran misterio del más allá, que sólo Dios conoce. Y que lo único cierto será el disfrute de la persona de la permanente presencia de Dios, que nunca cansará y nunca se agotará.

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