domingo, 8 de julio de 2018

8 julio: Acogida de la Palabra


Carta de Ignacio  a los habitantes de Azpeitia
          Durante una estancia en su pueblo (Loyola pertenece a Azpeitia), había enseñado prácticas religiosas. Ahora les copia una bula de una Confraternidad del Santísimo Sacramento, fundada en Roma, para incitar a una práctica más frecuente de la Comunión. El valor especial que tiene la carta es mostrar a Ignacio como apóstol de la comunión frecuente, que no era lo común en aquellos tiempos.

Liturgia:
                      La 1ª lectura (Ez.2,2-5) ya nos marca el ambiente litúrgico de este domingo. Se anuncia al profeta que se le envía a un pueblo duro de cabeza, rebelde contra Dios, al que lo que se le predique va a caer en saco roto. Hijos testarudos y obstinados a los que hay que comunicarles lo que dice el Señor. Ellos, te hagan caso o no (puesto que son rebeldes) sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.
          Por Dios no queda. Dios ofrece la oportunidad, y lo que tiene que quedar muy claro es que ha hablado la boca del Señor.

          El evangelio es la visita de Jesús a su pueblo de Nazaret (Mc.6,1-6) que empieza asombrándose de la enseñanza de Jesús, para luego cambiar y entrar en actitud de duda y de rechazo. Porque siendo Jesús un hijo del pueblo, al que conocen todos y conocen a su familia, ¿de dónde saca ahora esa enseñanza y de dónde le vienen esos milagros? No concluyen como correspondería, reconociendo que el que regresa a su pueblo viene muy cambiado y convertido en profeta de parte de Dios. Por el contrario lo que sacan a relucir es que es el carpintero, el hijo de María, cuyos familiares viven en el pueblo. Y lejos de creer en él, se ponen en actitud crítica y de prejuicios.
          Jesús tiene que decirles que No desprecian a un profeta más que en su tierra y entre sus parientes y en su casa. Y como no hay fe, que es a la que Jesús siempre atribuye sus obras, no pudo hacer allí ningún milagro y se extrañó de su falta de fe. Curó a alguno que sí tuvo esa fe pero no pudo manifestarse con la generosidad que solía hacerlo en otros sitios.

          Tiene su punto importante de reflexión. Solemos estimar mejor a los extraños que a los conocidos. De los extraños alabamos muchas veces sus obras y nos parecen mejores que los que tenemos a nuestro lado, porque el roce diario nos hace ver demasiado los defectos, o lo que creemos que son defectos. Donde menos es  aceptado uno es en su propia casa, decía Jesús. Puede pasarnos más todavía en la valoración que hacemos de las virtudes de los que tenemos cerca.

          Hoy nos encontramos con muchas gentes que están admirando religiones extrañas, a las que estudian e investigan, y tienen delante la fe católica y no la aprecian o incluso la desprecian. Se fijan demasiado en los posibles defectos y carencias de los que frecuentan la Iglesia, y minusvaloran los méritos de lo que hay dentro de la casa común de la Iglesia de Dios. Los medios de comunicación apenas sacan a relucir situaciones desagradables de otras religiones, pero se enzarzan contra el menor defecto que descubren (o creen descubrir) en el mundo católico.
          No es, desde luego, novedoso. Ya ocurrió con Jesús en su  propio pueblo y entre las gentes a las que tanto había tratado y a las que había servido. Las gentes que en principio de admiran, pero entre quienes surge la persona que mete cizaña y crea negatividad. Y es tan dañosa la crítica, que acaba contagiándose fácilmente y negándose a reconocer la verdad de Jesús.

          Alimentamos nuestro espíritu con la EUCARISTÍA, y ella nos haga aumentar nuestra fe para recibir a Jesús con todas las consecuencias prácticas de nuestra acogida y atención y reconocimiento de los que tenemos cerca. Y para hacernos mucho más conscientes del daño que hace la crítica y la murmuración. Es muy fácil juzgar, incluso muchas veces sin fundamentos ciertos. Se deja caer la crítica… y los efectos con dañosos en otras personas. ¡Y qué difícil es luego echar marcha atrás para deshacer el mal que se ha hecho. Es como derramar un líquido que, ya por mucho que se pretenda recoger, no se puede recoger entero, y ha dejado la mancha.



          Acogemos la Palabra que nos llega hoy, abriéndonos a la obra de Jesús entre nosotros.

-         Para que vivamos abiertos al bien hacer de otros, y sepamos reconocer sus méritos, Roguemos al Señor.

-         Para que valoremos con especial acogida a los que tenemos más cerca de nosotros, Roguemos al Señor.

-         Para que valoremos siempre nuestra fe y nuestra Iglesia como el camino por el que nos llega Dios, Roguemos al Señor.

-         Para que la Eucaristía nos haga sentirnos hermanos que vivimos la unión de sentimientos, Roguemos al Señor.


Danos, Señor, vivir como personas que valoran los bienes del espíritu, y que sepamos dominar la lengua en bien del buen nombre de nuestros hermanos.
          Por Jesucristo N.S.

2 comentarios:

  1. La crítica dentro de la Iglesia tiene un poder corrosivo que afecta mucho. Hay que dominar la lengua.

    ResponderEliminar
  2. Los de Nazaret creían que lo sabián todo de Jesús y no eran capaces de abrir el corazón al misterio de Jesús; y eso que lo conocían de toda la vida...Lo mismo nos puede pasar a los cristianos de toda la vida.Podemos sentirnos tan seguros que ya no necesitamos iniciativas de nadie; ni siquiera a la llamada de Dios en nuestras vidas...Muchos, muy preocupados por lo que hace el Celebrante , por si es lícito cada gesto que el cura ejecuta en la Misa,no se preocupan de como viven ellos su misa y, la Gracis de Dios pasará de largo al encontrar los corazones cerrados a su Acción. Creo que sería bueno hablar de los frutos de la Misa; porqué, a pesar de nuestras distracciones, tiene valor infinito.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!