martes, 24 de julio de 2018

24 julio: Mi madre y mis hermanos


A los Jesuitas estudiantes en Coimbra
          San Ignacio tiene dos cartas especialmente básicas en amplitud y en contenido. Una de ellas es ésta, llamada “la carta de la perfección”. En ella quiere enderezar el impulso que latía en aquella ardiente juventud, no siempre bien ordenada.
          Se alegra Ignacio del fervor de los Hermanos y los exhorta a continuar por la vía de la perfección. En una primera parte de la carta expresa la excelencia de la vocación, las ventajas del fervor y los múltiples beneficios recibidos de Dios. Por el contrario, presenta el claroscuro de la miserable condición de tantas almas y el estado desolador del mundo.
          Una segunda parte de la carta la dedica a la necesidad de precaverse del fervor indiscreto, que causa daños y no provechos. Por lo que aconseja y remite a la obediencia, medio infalible para alcanzar el discernimiento.
          En la tercera parte de la carta da los modos de ejercitar durante los estudios el celo de las almas. Y aporta varios medios: ofreciendo a Dios el mérito del trabajo. Haciéndose virtuosos ahora en el tiempo de los estudios, condición indispensable para el apostolado. Dando buen ejemplo, lo que tienen a mano entre ellos mismos, por lo pronto. Y finalmente fomentando los santos deseos y las oraciones.

Liturgia:
                      San Mateo no nos ha contado el primer intento de los familiares de Jesús que pretendieron llevárselo al pueblo por considerar que Jesús había perdido el juicio por eso de que se volcaba tanto en la labor apostólica, y además en enfrentamiento con los dirigentes religiosos de Israel.
          Al no haber hecho alusión a ese primer intento, entra ahora en forma inocente el relato que viene a continuación: Jesús está hablando a la gente y le mandan recado de que su madre y sus parientes están allí fuera y quieren verle y tratan de hablar con él.
          ¿Era realmente tan inocente? ¿Habían venido los deudos de Jesús sin más pretensión que hablar con él? ¿Habían traído a la Madre por el gusto de que viera a Jesús, o como reclamo para conseguir sus intenciones de llevarse a Jesús y sacarlo de aquella labor en la que estaba entregando su misma vida?
          Es natural que el evangelio no nos lo explica ni nos saca de dudas por esa parte. Pero sí nos dice qué respuesta dio Jesús al mensajero que le avisaba: Señaló al corro de personas que le estaban escuchando, incluidos sus apóstoles y dijo: éstos son mi madre y mis parientes: el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Y Jesús no cedió ante la llamada que se le hacía y optó por poner ante todo lo que era su razón de ser: hacer la voluntad de Dios. En ello estaba el gran secreto de su acción y de su proceder.
          No deja mucha más materia este relato, pero la que deja es ya muy importante: en la vida, y por encima de todo, lo que importa es hacer lo que Dios quiere. Estar en lo que se está, sin que separe de ello ni los lazos sagrados familiares.
          Hay quien se queda un poco dolido de lo que parecería ser un menor apego de Jesús a su madre. En realidad no hay en el texto nada que hable con menos cariño de Jesús hacia ella. Lo que está en directo –repito- es el superior valor que tiene sobre cualquier otra cosa el hacer la voluntad de Dios. Una vez más tengo que recurrir al primer mandamiento, que lo formulamos muy bien pero que luego presenta sus “peros” a la hora de la verdad. Jesús puso por delante el amor a Dios sobre todas las cosas, y eso no desdora otro amor sino que lo sitúa en su puesto. María era para Jesús el gran amor humano, como es propio de un hijo, de corazón perfecto, hacia su madre. Pero en su misión de Mesías, tenía ese amor superior que era la obra de Dios: su enseñanza del Reino de Dios.
          Y por otra parte, es aplicable a María la gran alabanza de Jesús, porque si su madre y hermanos son los que cumplen la voluntad de su Padre Dios, ¿quién había sido más fiel en la tierra en ese hacer la voluntad de Dios que su propia Madre? Por tanto no había desdoro sino alabanza. Su madre era doblemente su madre, porque le había dado el ser y porque vivía en todo momento la voluntad de Dios. El emblema de María para “su escudo de armas” es la respuesta que ella dio al ángel que venía de parte de Dios: Hágase en mí según tu Palabra.

2 comentarios:

  1. Pepe Aguilar8:00 p. m.

    Estoy leyendo con mucho interés el comentario sobre las cartas de S. Ignacio, de las cuales no tenía conocimiento. Como, al menos para mi, me parecen sumamente interesantes en todos los sentidos espero que una vez acabado el mes de julio continues aportaádonos esta valiosísima y provechosa información. Que Dios te siga bendiciendo.

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  2. Escuchar la Palabra de Dios y cumplirla es todo lo que nos pide Jesús para seguirle. El Señor siempre siembra su Palabra y nos pide mucha generosidad y que le abramos el corazón y que pongamos buena voluntad para ponerla en práctica. ÉL me pide recogimiento para leer el Evangelio; a continuación me preguntará qué me está diciendo Dios,y en que me pide que cambie. El cambio siempre nos une a los demás y nos convierte en padres y madres unos de otros. Quisiera vivir su Palabra como lo hizo María: "HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA". y el Verbo se hizo carne...María sólo era ¡la Esclava del Señor...!

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