viernes, 30 de junio de 2017

30 junio: Abrahán y Sara

Liturgia
          El texto del Génesis que tenemos delante (17,1.9-10.15-22) es digno de encomio para manifestar “los caprichos” de Dios: cómo Dios sale por encima de las leyes naturales el día que quiere mostrar que una obra es suya y solamente suya. Viene prometiéndole a Abrán una descendencia más amplia que las constelaciones e incontable como el polvo… Y tenía entonces Abrán 75 años. Pues Dios aguarda más, lleva la situación al extremo hasta que parezca ya absurda la promesa. Empieza por cambiar el nombre a Abrán, que en adelante se llamará ABRAHÁN, lo que ya es una señal clara de que ha tomado Dios el caso por su cuenta. Abrahán tiene ya 99 años. Saray, su esposa 90. También le cambia el nombre por SARA. Y el matrimonio no tiene hijos. Ahora viene Dios y le dice que un hijo nacido de ellos, va a ser el descendiente, y que eso lo toma Dios tan en serio que va a ser un pacto perpetuo.
          Abrahán llega a preguntarle a Dios si es posible que un centenario pueda dar un hijo de una mujer de 90, y Dios se ratifica. Le da el nombre de ese vástago, que se llamará ISAAC, y con él y sus descendientes haré un pacto perpetuo. Quiere decir que todo va en la línea de lo sobrenatural, de la iniciativa de Dios, y que –por tanto- sale adelante no por las fuerzas y leyes naturales. Es Dios el autor de eso que va a suceder. Abrahán y Sara son los instrumentos de los que Dios se vale, precisamente cuando los “instrumentos” no serían válidos sin una directa y especial acción de Dios.
          Paralelo a eso, que es el argumento principal, corre el caso de Ismael, el hijo que Abrán tuvo con la esclava Agar, al que Dios no va a dejar de bendecir también, pero en otra línea diferente. Isaac es origen del pueblo que Dios se elige como propio. Ismael y sus descendientes, será bendecido y multiplicado en un pueblo numeroso. Pero los ismaelitas irán por otra historia diferente, mientras que Isaac será el comienzo del pueblo hebreo, y origen de esa historia sagrada que desembocará en Jesucristo.

          En el evangelio tenemos el caso más que conocido del leproso que fue a Jesús y le hizo esa humilde y bella oración: Señor, si quieres, puedes curarme (8, 1-4). El leproso se atrevió a acercarse a Jesús, aunque a cierta distancia, consciente de que él no podía tomar contacto con nadie. Además Jesús caminaba rodeado de mucha gente, y el leproso no podía osar acercarse más de lo que necesitaba para hacerse escuchar en su petición.
          La gente se retrajo. Los apóstoles rodearon a Jesús como buscando protegerse. Y Jesús, contra todo pronóstico, dio unos pasos al frente entre la admiración de los circundantes. Y Jesús extendió la mano y tocó al leproso, y repitió en afirmativo la misma oración que había hecho el enfermo: Quiero; queda limpio. Había alrededor admiración y repulsa instintiva. Había tocado al leproso y con ello él mismo se había hecho leproso (“impuro”), pensaba la gente.
          Pero lo admirable fue que el leproso quedaba curado, y que Jesús era fuente de sanación y no quedaba contagiado. Un murmullo de admiración y extrañeza se corrió por entre el grupo de los seguidores, y un relax invadió a los Doce.
          El leproso estaba curado. Su piel había quedado sana. Pero Jesús no se conforma con eso, ni el leproso debe conformarse con eso, pues sigue constando en los libros como enfermo de lepra. Por eso Jesús le dice que vaya a los sacerdotes para que ellos testifiquen la curación y pueda hacer vida normal entre la gente.
          Curiosamente –y como un estribillo que se repite varias veces a lo largo de los evangelios- Jesús le indica: No se lo digas a nadie (sólo a los sacerdotes, para que conste la curación), ¡Como si fuera posible que un hombre que estaba desahuciado de la sociedad, pudiera callarse cuando se encuentra vuelto a la vida! Cuando ese hombre se marchara de allí, no podía menos que ir publicando que estaba curado y que Jesús lo había curado.


          La enfermedad de la lepra es la que se ha comparado mucho con el pecado, en parte porque es “una costra” sobre el alma del pecador, y en parte porque la limpieza de esa “costra” tiene que realizarse a través del sacerdote, el que Jesús ha puesto ahí para testificar el perdón. Si el penitente fuera consciente del don que recibe, no podría callarse e iría comunicando el gozo recibido de su perdón. Y a vivir la alegría de haber vuelto a formar parte de la “sociedad” de los hijos de Dios, de la que tiene que tener mucho cuidado de no volver a salir.

1 comentario:

  1. "No se lo digas a nadie". Es que Jesús tal vez como nos conoce bien, sabe que a veces hacemos justo lo contrario de lo que nos dice. ¿Entienden? Cuando no se trata de una enseñanza, Jesús o tenía un buen sentido del humor, o no daba puntada sin hilo...

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