sábado, 24 de junio de 2017

24 junio: San Juan Bautista

Liturgia.- San Juan Bautista
          San Juan Bautista es el único santo del que se celebra su nacimiento. Se celebran el de la Virgen y el de Jesús. El de la Virgen, porque fue concebida y nació sin pecado original. El de Jesús, porque era Hijo de Dios y no podía tener pecado. Y el de Juan Bautista porque el llegar María a la casa de Zacarías en la montaña de Judea y saludar a Isabel, ella fue llena del Espíritu Santo y el niño fue santificado en el seno de la madre y nació ya sin pecado. Los demás santos celebran el día de la muerte porque su santidad es el resultado de una vida, mientras que Juan Bautista ya nació libre del pecado.
          En la 2ª lectura de su fiesta (Hech 13,22-26), Pablo habla de la descendencia de David (Jesucristo), Salvador de Israel. Pero antes de que él llegara, dice Pablo, Juan predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión. El papel de Juan fue el de preparar la venida de Jesús, tratando de que aquel pueblo y aquellos dirigentes se dispusieran a aceptar un  nuevo camino. Y eso necesitaba de una penitencia, un cambio muy radical. De ahí que el propio Juan Bautista fuera un hombre muy extremoso en sus modos de vivir y en su comer (se alimentaba de saltamontes y miel silvestre y vestía piel de camello), exigiéndose a sí mismo un cambio muy fuerte que se expresaba en esa austeridad.
          Bien podía exigir a los demás que ellos también fueran más austeros y vivieran una penitencia. Todo para preparar el camino al Señor, enderezando lo torcido, allanando los valles y terraplenando los montes… [Es lo que se hace aun hoy cuando un personaje llega a un lugar: que primero le han preparado el terreno de la mejor manera posible]. Juan Bautista quería dejar al futuro e inmediato Mesías un pueblo bien dispuesto. Ese Mesías venía detrás de él, y Juan no se ve digno ni de ser su criado para desatarle las correas de sus sandalias.
          Jesús tuvo en mucha estima al Bautista, y les hizo ver a los propios discípulos de éste que Juan no era una caña agitada por el viento, ni un cortesano que viste de sedas. Para Jesús es un Profeta y más que profeta. Tan es más que cualquier profeta de Israel, que Jesús lo define como el mayor de los nacidos de mujer. Y fue el hombre que acabó su vida degollado por defender ante Herodes una situación moral, que Herodes tenía conculcada por vivir adúlteramente con su cuñada.
          Por algo Juan fue uno de esos personajes bíblicos a los que Dios mismo asignó un nombre propio, que fue el de Juan, tal como el ángel le anunció a Zacarías en el templo, mientras el anciano sacerdote oficiaba el incienso de la tarde. Y Zacarías no se lo llegó a creer porque él era anciano y su esposa estéril y lo que menos podían esperar ahora era descendencia.  El ángel le dio la señal de una mudez hasta que llegara el día en que él pondría a su hijo el nombre de Juan, contra toda la costumbre existente de llamar al hijo con el mismo nombre del padre.
          El evangelio de la fiesta (Lc 1, 57-66. 80) nos aporta ese momento especial, con ocasión de la circuncisión del niño, ritual de incorporación al pueblo judío. Los parientes y conocidos llamaban al niño “Zacarías” (como su padre), e Isabel se planta delante para decir que no; que se va a llamar Juan.  Testimonio de una mujer y tan contrario a la costumbre, no le dieron crédito, y le preguntaron a Zacarías, quien pidió una tablilla y escribió una frase lapidaria, porque no dijo que “se iba a llamar Juan” sino JUAN ES SU NOMBRE. Ya lo traía puesto, porque venía a realizar la misión a la que Dios le había destinado. Y el nombre de Juan es “misericordia de Dios”, y Dios lo tenía destinado a ser el anunciador de Jesús, que traía la misericordia definitiva de Dios a la humanidad.

          No me resisto a una consideración que hizo el propio Jesús al elogiar a Juan y considerarlo “el mayor de los nacidos de mujer”, que era una alabanza sin precedentes. Y es que Jesús añadió entonces, que el que sigue ya a Cristo en el Nuevo Testamento, es ya más importante que Juan. Es que Juan es el hombre que está a caballo entre la antigua etapa sin Cristo y la nueva etapa cuando Cristo ya ha nacido. Y entonces el discípulo de Jesús está en ventaja porque pertenece a una “nueva generación”, el Testamento de la Gracia, cuando Jesús ya ha redimido y salvado a la humanidad. Y en esa situación tan superior estamos nosotros. Ojalá que sepamos seguir aquellas huellas del gran Bautista, en lo que se refiere a fortaleza, seriedad de sus compromisos, fidelidad a su misión, y perseverancia aun cuando las cosas se vuelvan difíciles.

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