sábado, 17 de junio de 2017

17 junio: Amor, gozo y sacrificio

Novena al Sagrado Corazón, día 3º
             Habiendo presentado a Dios, en su misericordia y en su realidad de Dios alegre y jubiloso que provoca en nosotros el regocijo y el gozo, vamos a contraponer hoy una realidad tan contraria como el sufrimiento y el dolor. 1 Co 1, 18-25 nos pone en claro que  la cruz, para los no creyentes es una insensatez, una necedad. Para los creyentes, la cruz es la sabiduría de Dios y la fuerza de Dios
             De la fiesta del Corpus –que ya celebramos en estas vísperas-  tomamos Heb. 9, 11-15 donde se nos afirma que no es la sangre de becerros o sacrificios humanos la que puede salvarnos, sino la sangre misma de Jesucristo, que se ofrece como sacrificio para purificarnos de nuestros pecados, en una alianza nueva.  El pecado –búsqueda de la falsa felicidad- es el que ha traído el sufrimiento, el dolor y la muerte, puesto que de las manos de Dios –en la Creación- salió un proyecto de felicidad. Se ha producido un choque frontal entre el proyecto de Dios, que era alegría y amor misericordioso, y la realidad de la rebeldía del hombre que ha roto el plan primitivo de Dios. El pecado rompe la armonía y crea el sufrimiento, el dolor…, el nuevo pecado que va avanzando como un reguero de muerte…, la muerte en definitiva.
             Esa Alianza nueva es la que ha realizado Dios a través del Hijo, a través de la capacidad de amor y sufrimiento que hay en el CORAZÓN DE JESUCRISTO. Mc 14, 12-16 y 22-26, donde está una de las narraciones de la institución de la Eucaristía, deja evidencia de que la tal NUEVA Y ETERNA ALIANZA se verifica desde el dolor y la muerte de Jesus, quien entrega su Cuerpo (“entrega” que se refiere a la entrega total de la vida) y derrama su Sangre para el perdón de los pecados. En el choque inicial entre el plan primero de Dios y el pecado del hombre, se interpone ahora el sacrificio de Jesucristo, que carga sobre sí todo el peso del pecado y amortigua los efectos destructores del mismo, rehaciendo la ALIANZA de Dios con la humanidad, pero no como un mero arreglo de la primera sino como ALIANZA NUEVA Y ETERNA, sellada con la sangre de Jesús, su sacrificio pleno y total. Y es evidente que eso no se hace si no es desde el CORAZÓN, desde la fuerza del amor. El Corazón de Jesús está ahí como un grito hacia la humanidad.
             La sabiduría humana no entiende ni puede entender del sufrimiento: lo considera un sin sentido.  Para el que confiesa a Cristo crucificado y  sacrificado, hay una sabiduría que da fuerza y señala destino, porque Jesús se entregó en sacrificio para salvar y liberar POR AMOR. El escandaloso “problema del mal” no puede ni mirarse si sólo partimos de la sabiduría humana, pero adquiere sentido liberador cuando paramos nuestra mirada en Jesucristo, y en Jesucristo crucificado. Con razón, Pablo no quiere tener otra ciencia ni saber otra cosa que a Jesucristo, y éste crucificado, porque sin él no puede tener respuesta a todos los infortunios que le tocó vivir en su vida.
             Aquí entra de lleno lo que ya he escrito en el Boletín de Junio: no quiere Pablo saber otra cosa que a Cristo crucificado, pero al mismo tiempo describe la anchura, la altura, la profundidad del amor de Cristo, que es estar diciendo que no se puede entender al crucificado sin Corazón. Y para enfocarlo desde nuestra mirada, no podemos entender qué es y quién es el CORAZÓN DE JESÚS sino desde la mirada que pongamos desde nuestro propio corazón. El que no ama y no sabe amar, no entiende el amor. He conocido personas que me han afirmado que ellos nunca han amado a nadie en la vida (y uno que me lo dijo era casado y tenía hijos). Y se queda uno perplejo cómo se puede vivir la vida sin amar y sin saber amar. Es natural que esos tales no podrán comprender nunca a Cristo crucificado, y por tanto no podrán ni vislumbrar qué y quién es EL CORAZÓN DE JESÚS.
             El padecimiento humano es siempre duro y no deseable (salvo esas almas excepcionales que querían padecer para mostrar el amor). No llego ahí ni estoy en la línea de amar el sufrimiento. Pero sí estoy en la línea de amar a mis semejantes, y en el foco central del tema, AMAR A JESUCRISTO. Y desde ahí se me hace posible aceptar el sufrimiento sin sufrir escándalo ni desesperarme ante él. Voy acogiendo con paz las carencias paulatinas que trae consigo la edad, o que provienen de la comunicación con las personas. Me duele el mal que hay en la vida, el mal que brota de los malos corazones. Pero estoy apegado como una lapa al Corazón de Jesucristo, y me abrazo a mi Crucifijo, y con esa única realidad (porque Crucificado y Corazón de Jesús no pueden separarse) camino hacia adelante y trato de ayudar a tantas personas sufrientes que pululan por nuestras calles y domicilios.
             Y no digamos lo que es el dolor moral de una sociedad que se ha alejado de Dios, y donde el pecado se ha hecho “natural” y ha tomado carta de ciudadanía, como si vivir fuera del orden moral fuera el progreso y la libertad del hombre moderno.

             Aquí se entiende perfectamente al Corazón de Jesús, porque Corazón es Amor, y amor sacrificado (para ser de mayor evidencia y garantía). Desde el amor, la mirada al Corazón de Jesús ayuda a superar nuestro pecado, nuestro sufrimiento (el Corazón de Jesús es quien salva), y que así demos  el paso a la respuesta de amor con amor.

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