jueves, 9 de abril de 2015

9 abril: Señales de Resurrección

Vida gloriosa en San Marcos - 2
          Confieso que es uno de los textos que más me dicen de las experiencias de resurrección que trasmiten los sinópticos. Marcos, tras haber hecho una enumeración rápida de las diversas apariciones del domingo, salta a lo global del mensaje: Y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará (=pertenecerá al Reino); el que no creyere, será condenado (=padecerá la ausencia del Reino). Y a los que hubieren creído les acompañarán estas señales…
          Detengamos el paso y ahondemos. La Buena Nueva está destinada al mundo entero, a toda criatura, e incluso “a toda la creación”, porque la Resurrección culmina el sentido mismo de todo lo creado, que encuentra en la gloria del resucitado el por qué de la existencia, en la actual economía de la creación.
          “Salvarse” es haber adquirido plenitud: la plenitud de la Consagración de la persona. El bautizado es ya un trasunto de la divinidad porque ha recibido múltiples dones por los que ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina. Ya “sois dioses”, dijo el mismo Jesús.
          “Condenarse” (“damnum=daño) es el daño esencial que padece quien no cree, porque queda desmochado en su posibilidad íntima de reconocimiento de su Creador y Señor. La persona increyente queda detenida en un listón  que le es imposible traspasar. No puede desarrollar todas sus potencialidades. Se le queda en zona oscura una dimensión substancial de su existencia: la trascendente.
          Las señales de los que creen son varias (que el evangelista expresa con comparaciones y que abarcan un mundo novedoso y superior). En mi Nombre echarán demonios. Los demonios son todas esas esclavitudes que merman las posibilidades de desarrollo integral –humano y religioso- de la persona. “Demonios” del orgullo, los celos, la soberbia, la avaricia, la envidia, la no aceptación de la realidad, el vivir de puras imaginaciones del pasado o del futuro. “Soñar despierto”, que es una huida del HOY. Y que es uno de los “demonios” más fáciles de dejarnos tentar. Porque el HOY pide poner manos a la obra, y a eso no se está tan dispuesto. “AYER”, ya pasado, y “MAÑANA”, no llegado aún, son dos “demonios” para perder el tiempo y las energías y aun la paz.
          Hablarán lenguas nuevas. Un punto de inmensa necesidad. Hablar “lenguas nuevas” pide –lo primero- acallar la lengua, silenciar, adentrarse en el interior de uno mismo. Porque hablar y hablar es un vicio, es una manifestación de vacío interior, es una superficialidad, y más de una vez un acallar la propia conciencia o la propia reflexión.
          Hablar lenguas nuevas es hablar lo que hay que hablar y callar cuando se ha dicho lo que había que decir. Lo cual implica mucho dominio de lo que se habla, evitar las palabras ociosas que no llevan a nada. DEJAR ESPACIO a un nuevo lenguaje que reconoce valores, que alaba, que goza con lo que se tiene a la mano, y que vive la caridad. Y por supuesto, que eleva el plano de la conversación y encuentra alimento –para sí y para otros- en la Palabra de Dios.
          Hablar lenguas nuevas fue Pentecostés, que da una valentía, una libertad y una intrepidez, para poner blanco sobre negro y manifestar a las claras el misterio salvador del Crucificado Resucitado.

          Habrá que seguir desmenuzando…

1 comentario:

  1. Liturgia del día
    Hech 3, 11-26, continuación de ayer: curación del lisiado. Pedro se dirige a la gente, que se ha admirado con Juan y Pedro, y les aclara que no son ellos sino CRISTO RESUCITADO, cuyo poder ha dado la salud al enfermo. Pero Cristo Resucitado es el mismo Crucificado de hace poco, que es al que vosotros rechazasteis mientras pedíais el indulto de un asesino. Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Éste –en enfermo curado- ha creído en él, y por su fe ha recuperado su vigor, restableciéndose completamente su salud.
    Eso lleva consigo una consecuencia ineludible: arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados y el Señor os mande el consuelo que os estaba destinado.
    En Lc 24, 35-48, y prescindiendo de la anécdota del pescado (más apologética que real), Jesús aparece al grupo de discípulos y apóstoles, que se llevan el gran susto por pensar que es un fantasma que se ha colado por las rendijas del cenáculo. La palabra de Jesús es tranquilizadora: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué dudáis en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies. Y les muestra “las credenciales” de su crucifixión. El mismo crucificado es el que está allí. Todo esto os lo dije mientras estaba entre vosotros, y estaba escrito por Moisés y los profetas.
    Ahora bien: un paso nuevo es necesario. Les abrió el entendimiento para entender el sentido de las Escrituras… Estaba escrito que el Mesías padecerá y resucitará de éntrelos muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados.
    Hemos regresado a la misma idea de la 1ª lectura. Hemos regresado a lo que constituye base y fundamento: la fe en el resucitado y el cambio consecuente en nuestras vidas.

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