sábado, 18 de abril de 2015

18 abril: María Magdalena

Vida gloriosa en San Juan -2
          San Juan es un “dibujante”. Crea unos cuadros atractivos en las cuatro descripciones que hace de la vida gloriosa. No se limita a decir lo sucedido sino que lo presenta con detalles y –podríamos decir- que “en movimiento”.
          Así cuenta ahora la aparición  de Jesús a Maria Magdalena. Esta mujer, que es todo emotividad, cuando vislumbró la piedra del sepulcro descorrida, sin esperar a comprobar nada más, se ha venido a los apóstoles para manifestarles la tragedia (que ella ha concebido en su imaginación): Se han llevado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Tal recado, escalofriante, ha llevado a Pedro hasta el sepulcro. Ella debió quedarse un poco entre los demás. Ya había dado la voz de alarma, pero ahora mismo no le quedan fuerzas para nada.
          Después, casi de pronto, decide volver al lugar: era lo único que le quedaba de Jesús, aunque ahora fuera para ella un tormento porque no tiene ni el cuerpo cadáver de Jesús.
          Viene al sepulcro, vuelve a mirar dentro. Comprueba que no queda nada y se pone a llorar. Ve ahora dos ángeles que le preguntan y ni se extraña: Mujer, por qué lloras. Y ella responde con su único pensamiento. Porque se han llevado a MI SEÑOR y no sé dónde lo han puesto. Un nuevo matiz: “Mi Señor”. Hay un sentido “posesivo” de alguien que le pertenece a ella y no puede ni quiere ella desprenderse de esa realidad. Jesús, y aunque sea el cadáver de Jesús, es de SU SEÑOR, y por eso sufre tanto: porque le han despojado de algo inmensamente suyo.
          Aparece Jesús. Jesús vivo. Eso no corresponde con la idea del cadáver que busca Magdalena. Por eso cuando Jesús le pregunta, más concretamente aún: ¿Por qué lloras?, ¿a quién buscas?, ella entra en el paroxismo donde no hay una sola frase de su respuesta que tenga lógica…, lógica del entendimiento…, aunque con la lógica del corazón.
          Ante aquella respuesta de Magdalena, Jesús se dirige a ella de modo directo, personal y en mezcla de amoroso y correctivo (como quien quiere despertarla de su mal sueño): ¡MARÍA!
          Y María reconoce a SU SEÑOR y no hace otra cosa que abrazarse a sus pies y seguir llorando, ahora de emoción, mientras repite convulsivamente su reconocimiento: ¡Maestro mío!, siempre con ese sentido de posesión de quien es muy suyo y muy expresamente suyo.
          Jesús dejó un rato que aquella mujer se serenara, y cuando estuvo ella en condiciones de pensar y entender, Jesús le dijo: No sigas ahí abrazada a mis pies; ahora ve a mis hermanos… [Algunos autores ven en esta expresión: “mis hermanos” una señal de redacción posterior a la época real en que sucede, porque es expresión mucho más propia de la comunidad cristiana posterior; Jesús no llamaba “mis hermanos” a los apóstoles].
          Ella fue y anunció la buena nueva: HE VISTO AL SEÑOR (era el primer testimonio de hacer visto a Jesús después de su muerte). Y ME HA DICHO ESTO Y ESTO. No sólo es testigo sino misionera de las primeras palabras de Jesús: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

          Debió ser un bálsamo en el Cenáculo, dentro del sin vivir que aún les causaba el hecho de que Jesús no había venido allí donde estaba el grueso de sus discípulos.

1 comentario:

  1. Liturgia del día
    Una cosa es una comunidad de pocos miembros, en los que hay una unidad de sentir y querer y donde fácilmente se avienen las soluciones a los posibles problemas, y otra cosa es cuando la comunidad crece y van surgiendo nuevas situaciones que ni se tenían pensadas ni –mucho menos- resueltas.
    Eso ocurrió en aquella primera comunidad cuando ya se diferenciaba entre los de lengua griega y los de lengua hebrea (Hech 6, 1-7), y por tanto entre las viudas de una parte y de la otra. Y las de lengua griega se quejaron que no se les atendía como a las judías.
    Los apóstoles tienen claro una cosa: que su misión no es dirimir cada novedad que se va presentando en esa expansión de la comunidad. Que su misión es difundir la Palabra. Por tanto la administración deben llevarla otros. Y lo que sí hacen los apóstoles es nombrar varones honrados y capacitados para la ayuda en esos otros temas que no corresponden directamente a la misión sacerdotal.
    Y la Palabra iba cundiendo, crecía el número de discípulos, e incluso algunos sacerdotes abrazaron la fe.
    El Evangelio continúa al de ayer. El episodio de la multiplicación de los panes acabó menos feliz, por cuanto que la conclusión que sacaron las gentes era nombrar a Jesus “rey”. Quien les había sacado del apuro era el mejor para ser quien les llevara adelante. Jesús despidió a la gente y los apóstoles (Jn 6,16-21) han de embarcarse solos. Llevaban dentro su propia “tormenta” porque se había desperdiciado la gran ocasión. Pero en el mar se levanta otra tormenta y la barca peligra.
    Jesús, que se ha retirado a solas en el monte no se aísla de los suyos, y cuando los ve en peligro, se viene a ellos. Cierto que la barca estaba casi pegada a la playa… Jesús –cuando menos- dio la sensación de venir andando sobre el mar. Y así se acercó a ellos, que se asustaron. Pero Él le dijo una palabra clave: Soy Yo; no temáis.
    La intención de ellos era que subiera a la barca, pero la realidad es que en seguida tocó tierra y desembarcaron.

    No es el momento pero ¡cuántos detalles me suscitan estas lecturas!: la queja, la protesta, el disgusto frente a la dificultad…
    Jesús deseado como “el alcalde• que soluciona los problemas, o el que crea susto en medio de la tempestad.
    ¡Qué diferencia de visión de las cosas cuando hemos perdido el fervor primero…!

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